Bruno Latour, diagnóstico y retos de un presente de mutación ecológica
Si en su ensayo Para combatir esta era Rob Riemen analiza la negación, durante demasiado tiempo, del resurgimiento del fascismo, en Dónde aterrizar. Cómo orientarse en política, el filósofo, sociólogo y antropólogo Bruno Latour (Beaune, Francia, 1947) parte de otra llamativa y preocupante negación, la del cambio climático, a la que han estado entregados gobernantes, empresarios y medios afines a las políticas neoliberales, durante demasiado tiempo, tanto que ya nos estamos dando de bruces contra un fenómeno que ha de cambiar el rumbo de la humanidad en un margen mucho más breve del que habíamos supuesto.

Latour empieza su ensayo conduciéndonos a comienzos de los años noventa, al capítulo de la caída del Muro de Berlín, cuando la “victoria contra el comunismo” marca un tiempo nuevo, el de la “desregulación”, el inicio de “una explosión cada vez más vertiginosa de las desigualdades”. Todo está relacionado, nos indica el autor. La negación del cambio climático está unido a la nueva estructura económica y social que se implantó entonces y que continúa adelante, acentuada con políticas como las del presidente Donald Trump, sin hacer frente al reto que se le presenta a la humanidad.
“Todo parece indicar que una buena parte de las clases dirigentes ha llegado a la conclusión de que ya no hay suficiente espacio en la tierra para ellas y para el resto de sus habitantes (…) Las élites han terminado por considerar inútil la idea de que la historia se dirige a un horizonte común donde “todos los hombres podremos prosperar de igual manera. Desde los años ochenta, las clases dirigentes ya no pretenden dirigir, sino ponerse a salvo fuera del mundo. De esa fuga, de la que Donald Trump es apenas un síntoma entre muchos, todos sufrimos las consecuencias, enajenados como estamos por la ausencia de un mundo común por compartir”, inicia su argumentación el pensador.
“Las élites han terminado por considerar inútil la idea de que la historia se dirige a un horizonte común donde “todos los hombres podremos prosperar de igual manera…”, señala Bruno Latour.
¿Cómo resistir a este pérdida de orientación colectiva, dónde aterrizar, cómo orientarnos?, son las preguntas que formula este ensayo. Pese a ser consciente de la complejidad del asunto, de la dificultad de hallar respuestas, Latour tiene claro que la identificación del paisaje, la visibilización de los problemas, la vinculación de conceptos y decisiones políticas, ya es un buen punto de partida. Y nos dice que ni el activismo de millones de ecologistas, ni las alertas de miles de científicos, ni siquiera las llamadas de atención del Papa Francisco, han conseguido poner bajo los focos la cuestión climática como lo hizo Trump al retirarse, en 2015, del acuerdo de París sobre el clima, momento que marcó un antes y un después, porque “ahora todo el mundo sabe que la cuestión climática está en el corazón de todos los retos geopolíticos y directamente vinculada al problema de la injusticia y la desigualdad”.
Bruno Latour argumenta que la decisión del presidente estadounidense, la dirección de sus políticas, indica el deseo de EEUU de desvincularse de los problemas del mundo, de la idea de un mundo compartido. “El país que se había fundado en la emigración, eliminando a sus primeros habitantes, le confía su destino a quien promete aislarlo como una fortaleza, no dejar entrar refugiados, no participar en ninguna causa fuera de su suelo, al tiempo que sigue interviniendo en todas partes con la misma descarada torpeza”, señala. Y a ello suma otro acontecimiento histórico, el Brexit, otra forma de “no seguir jugando a la mundialización”, de “desprenderse de Europa en busca de un imperio desaparecido desde hace mucho tiempo”.
Si algo consigue esta entrega absolutamente clarificadora, escrita con mirada punzante, con un aliento rabioso ante el rumbo inconsistente, estúpido, ciego, del presente, es que la tendencia a defender las fronteras no puede separarse de “la extensión, de la amplificación de las migraciones”. Occidente está cerrando sus puertas a millones de personas que huyen de guerras, que, frente a “los fracasos del desarrollo económico y la mutación climática” se lanzan “a la búsqueda de un territorio habitable para ellos y para sus hijos”. Pero es que, en mayor o menor medida, nosotros, nuestros hijos, vamos a “sentir que el suelo desaparece bajo nuestros pies”. De hecho, esa percepción, ya presente, explica el miedo, la zozobra, la angustia que nos invade.
Latour es duro, demoledor en su argumentación. Muchos, en las filas del negacionismo, le tacharán de catastrofista, de agorero, pero yo me pregunto: ¿cabe otro argumento ante la evidencia de las transformaciones que ya está provocando el cambio climático y que, al paso que vamos, se acentuarán en menos tiempo del previsto? “Estamos descubriendo, con relativa claridad, que todos estamos en migración hacia territorios por redescubrir y por reocupar”, sostiene el autor, quien nos recuerda que en 2015, durante la cumbre del clima de París, los firmantes del acuerdo final, al mismo tiempo que lo aplaudían, “comprendieron con horror que si llevaban a cabo sus respectivos planes de modernización, no habría un planeta compatible con sus expectativas de desarrollo”, que tendrían que contar con varios planetas para llevarlas a cabo y que solo disponían de uno.
“Estamos descubriendo, con relativa claridad, que todos estamos en migración hacia territorios por redescubrir y por reocupar”, sostiene el autor de “Dónde aterrizar”.
Ante esta situación, “o bien negamos la existencia del problema, o bien buscamos donde aterrizar. Es esto lo que nos divide a todos, mucho más que la adhesión a la derecha o a la izquierda”, nos dice Bruno Latour, indicándonos que ya se vislumbra la que será una dura prueba colectiva, común, vernos “privados de tierra”, y que el camino para hacer frente al desafío pasa por aterrizar, por cambiar nuestro modo de vida. Un aviso para el conjunto de las poblaciones mundiales, especialmente para los habitantes de los países ricos. Un aviso que demasiados gobernantes están dejando caer en saco roto, siguiendo el ejemplo de Donald Trump, que, en vez de ser consciente de su enorme responsabilidad, ha decidido “profundizar más en la negación (…) retrasar el aterrizaje y prolongar el sueño de América unos cuantos años más, lo que termina por arrastrar a los otros países al abismo”, argumenta el ensayista.
“La impresión de vértigo, casi de pánico, que atraviesa toda la política contemporánea, viene de que el suelo de pronto está cediendo bajo los pies de todo el mundo, como si cada uno se sintiera atacado desde todas partes en sus costumbres y en sus bienes”, insiste, animándonos a mirar hacia atrás, a aprender de la experiencia de los pueblos colonizados, explotados, privados de sus tierras. Habría que preguntarles cómo hicieron para resistir, para sobrevivir, y tomar nota para enfrentarnos a las consecuencias, cada vez más acusadas, del cambio climático: subida de las temperaturas que puede superar los tres grados, erosión, contaminación, agotamiento de los recursos, destrucción de los hábitats… La solución no consiste en sellar las fronteras. En vez de optar por las murallas, habría que empezar a plantearse seriamente que, a partir de ahora, la mejor y más esperanzadora salida será, “descubrir entre todos qué territorio es habitable y con quién compartirlo”, nos dice Latour. En vez de seguir saqueando los suelos, haciendo uso y abuso de nuestros recursos, debemos plantearnos la cuestión de los límites.
Hay muchos interrogantes en este libro que expone los hechos con absoluta claridad, que despeja las espesuras de los territorios que habitamos y obra el poderoso efecto de ampliar las miradas, de activar las conciencias dormidas. “¿Cómo rehacer los bordes, los revestimientos, las protecciones, cómo recuperar un punto de apoyo teniendo en cuenta, a la vez, el fin de la mundialización, la dimensión de las migraciones y los límites de la soberanía de los estados frente a las mutaciones climáticas? (…) ¿Cómo organizar una vida colectiva en torno al gran desafío de acompañar a millones de extranjeros en la búsqueda de un suelo perdurable?”, se pregunta, nos anima a reflexionar, el filósofo.
Donald Trump ha decidido “profundizar más en la negación (…) retrasar el aterrizaje y prolongar el sueño de América unos cuantos años más, lo que termina por arrastrar a los otros países al abismo”.
Faltan respuestas concretas, nos movemos a tientas. Pero el diagnóstico no puede ser más certero. “Es necesario hacer frente a un problema que es, literalmente, de dimensión, de escala, de habitabilidad: el planeta es demasiado estrecho y limitado para el globo de la globalización, y demasiado grande, activo y complejo para ser contenido dentro de las fronteras estrechas y limitadas de la localidad”, argumenta Latour, quien lamenta, se indigna ante la ceguera de las “élites oscurantistas”, aferradas a la negación; enfrentadas, en defensa de sus intereses particulares, a las investigaciones y alarmas de los científicos del clima; empecinadas en seguir adelante con la “ferocidad de la desregulación, la explosión de las desigualdades, el abandono de la solidaridad”, en un momento en el que la modernización ya no tiene nada que ver con “progreso, emancipación y riqueza”; en que “el mejor de los mundos se convirtió en el peor”, a causa de “una decisión arbitraria tomada en favor de unos cuantos”.

Bien, entendemos el trayecto, el modo en que hemos llegado hasta aquí, en que hemos sido engañados, pero ¿qué hacer ahora frente a la reacción de la Tierra que ante las fatales iniciativas humanas, “ha dejado de encajar los golpes y los devuelve cada vez con más violencia”?, “No hay nada que hacer: hay que aprender a vivir con las consecuencias de esos desencadenamientos”, contesta el antropólogo. Y más adelante señala: “Estamos demasiado desorientados para clasificar las posiciones a lo largo del eje que iba de lo antiguo a lo nuevo, de lo Local a lo Global (…) Es necesario cartografiar todo de nuevo y, además, urgentemente, antes de que los sonámbulos aplasten en su ciega huida lo que más apreciamos”.
“A juzgar por las discusiones de los especialistas del clima, no hay precedente alguno de la situación actual”, seguimos leyendo. “El suspenso es total. ¿Habrá que volver atrás? ¿Recuperar las viejas recetas? ¿Apreciar las sabidurías milenarias? ¿Aprender de las culturas que no han sido modernizadas? Claro, pero sin hacerse ilusiones; tampoco para ellas hay un precedente de lo que viven en la actualidad (…) El vacío de la política sería incomprensible sin tener en cuenta que la situación carece de todo precedente. Es desconcertante…”
En el trazado de un mapa y de un lenguaje nuevos, Bruno Latour propone el término “Terrestre” como ese nuevo espacio en el que aterrizar, un espacio al que llevan un largo tiempo queriéndonos dirigir los movimientos ecologistas, muchas veces batiéndose en crueles campos de batalla (pensemos en el asesinato de militantes ecologistas que en distintas partes del mundo se enfrentan a las conveniencias de las élites empresariales).
Hay mucho dinero e intereses en juego, por lo que las formaciones verdes se ven sujetas a bloqueos de todo tipo, silenciadas y abocadas a la marginalidad. En los últimos años, en Europa, parece que empiezan a ser escuchadas, apoyadas por movimientos dinámicos, entre ellos el de jóvenes activistas del clima que piden actuar por la salvación del planeta, de su futuro. Es increíble que aún, en la situación límite que vivimos, la economía siga oponiéndose a la ecología.
En el trazado de un mapa y de un lenguaje nuevos, Bruno Latour propone el término “Terrestre” como ese nuevo espacio en el que aterrizar, un espacio al que llevan un largo tiempo queriéndonos dirigir los movimientos ecologistas.
No hay horizontes de esperanza si no tomamos conciencia, si no demostramos a los políticos que nuestro voto será para aquellos que tengan en cuenta los grandes desafíos de un presente en proceso de transformación; si no les hacemos ver que reclamamos de ellos valentía para combatir el negacionismo. Ya no podemos mirar para otro lado y apoyar propuestas económicas que no tengan en cuenta la escasez de recursos, las reacciones del globo terráqueo a las acciones humanas. He aquí nuestro gran reto como colectividad. Latour nos propone ser “radicalmente terrestres”, más allá de la división que imponen las ideologías. “La ecología no es el nombre de un partido, ni siquiera el de un tipo de preocupación, sino el de una llamada a cambiar de dirección: significa encaminarse hacia lo terrestre”, declara.
Si el siglo XIX “fue la era de la cuestión social”; el siglo XXI es “el de la nueva cuestión geo-social”, voy pasando las páginas de esta obra de urgencia de cuya lectura no salimos indemnes, en la que Latour se dirige a los partidos de izquierda para decirles que si no cambian sus mapas “terminarán pareciéndose a las plantas atacadas por el piral: solo quedará de ellas un montón de polvo para echar al fuego”.
Cuando nos integramos en lo Terrestre, ya no podemos acercarnos a la naturaleza desde las premisas de la producción y la explotación, sino de la dependencia, porque todos los seres vivos, todos los elementos que conforman el planeta, se influyen los unos a los otros. El sistema tierra, como nos dice Latour, reacciona a las acciones humanas, y ya es hora de que “los terrestres descubran de qué otros seres necesitan para subsistir” y aprendan “a depender de ellos”, voy trazando a grandes pinceladas, apenas con alfileres, la que es una argumentación mucho más compleja. No pretende este ensayo, como señala el autor, adelantarse a la Historia. Estamos en pleno proceso de metamorfosis, lo importante es estar al tanto, asumirlo, prepararnos.
Claro que hay iniciativas de futuro: regreso al suelo, recuperación de lo rural, resurgimiento de lo común…, pero el sentido de identidad y la fortaleza de las fronteras se impone; aún siguen brillando demasiado las viejas premisas de lo Global; aún estamos lejos de atisbar que otro régimen reemplazará al capitalismo, para lo cual será esencial definir claramente “nuestros intereses, reivindicaciones y quejas”, como en su día hicieron los prerrevolucionarios, voy siguiendo el hilo argumental de Bruno Latour, quien dedica el capítulo final de su ensayo a dibujar la Europa en la que a él le gustaría poder aterrizar, una “Europa que retome el hilo de su propia historia”; que “con su entramado de reglamentos”, de “superposición de intereses nacionales”, ha desarrollado “un complejo ecosistema” que puede señalar la vía para abordar “la mutación ecológica que cabalga por encima de todas las fronteras”.
Aún siguen brillando demasiado las viejas premisas de lo Global; aún estamos lejos de atisbar que otro régimen reemplazará al capitalismo, para lo cual será esencial definir claramente “nuestros intereses, reivindicaciones y quejas”.
Pese a sus afilados análisis, hay esperanza en las palabras de este hombre que sigue confiando, como Rob Riemen, en el sentido de solidaridad y justicia del ser humano, en las raíces del humanismo como inspiración. De hecho, esta parte del libro es una especia de giro, un soplo de fe, de confianza. “Si la primera Europa Unida se hizo por abajo –el carbón, el hierro y el acero–, la segunda se hará también por abajo, la humilde materia de un suelo un poco duradero. Si la primera Europa Unida se hizo para dar una casa común a los millones de personas desplazadas, como se decía al final de la última guerra, entonces la segunda se hará por y para las personas desplazadas de hoy”.
¿Inimaginable, imposible, utópico? Entiendo que, puedan caber estas preguntas ante la exposición del ensayista, cuando comprobamos que en los países europeos aumenta el sentimiento xenófobo. Pero, ¿acaso para afrontar los desafíos que tenemos por delante no se hace necesario el cultivo de la esperanza, la capacidad de imaginar, de creer, en nuevos órdenes y trazados? La crítica que realiza el filósofo de nuestras sociedades, su enojo ante el presente, resultan demoledores, son una especie de aldabonazo que nos induce a reaccionar, pero su anhelo de “autoconstrucción” (aquí os recomiendo el ensayo de Jorge Riechmann que lleva precisamente esa palabra como título, que también nos alerta sobre la necesidad urgente de cambio), es también muy potente.
“¡Sin alma, Europa! ¡Qué mal la conocéis! Habla decenas de idiomas –y gracias a los refugiados, miles–. Ocupa de sur a norte y de este a oeste centenares de ecosistemas diferentes. Tiene en todas partes, en cada pliegue de terreno, en cada esquina, la huella de batallas que han vinculado a cada uno de sus habitantes con todos los demás…”, expone apasionadamente Bruno Latour, y nos dice que, entre otras muchas razones, “nada mejor que un Viejo Continente que ha saboreado durante siglos el pan de la democracia, para recuperar lo que es común y aceptar, temblando, que hoy la condición universal consiste en vivir en las ruinas de la modernidad buscando a tientas dónde habitar”.
“Dónde aterrizar. Cómo orientarse en política”, de Bruno Latour, ha sido publicado por Taurus, traducido por Pablo Cuartas.