The Cure habían muerto, larga vida a los Cure

El grupo Post-punk The Cure se desgarró el 11 de junio de 1982. Sobre el escenario de su último concierto en la tormentosa gira europea The Pornography Tour, el público bruselense pudo escuchar la proclama «The Cure está muerto». Habían transcurrido dos semanas desde que el bajista de la banda, Simon Gallup, agrediera a Robert Smith, líder de la formación, en Estrasburgo. No hubo entierro. Fue una metamorfosis.

Por Nacho Goberna © 2017 /

El 2 de junio, cinco días después del puñetazo en clave de réquiem que presagiaba el inminente colapso de The Cure tras su concierto en la alsaciana Estrasburgo, llegué a mi hogar a las 11 de la mañana. Había pasado la noche bajo un paisaje cubierto de estrellas en un solitario banco de la estación de ferrocarril de Pau. A excepción de las breves ráfagas de sueño inquieto en las que el cansancio consiguió imponerse a la excitación por las experiencias vividas en las horas previas, mi más reciente nocturnidad transcurrió en vela. Sumado a todo el día anterior, despierto desde el amanecer, fueron 30 horas sin deshacer cama en las que había vivido la mayor aventura de mi, por aquel entonces, corta vida. Tenía 18 años.

Era una época radicalmente analógica: tocar, oler, desplazarse… Mis ceremoniales visitas al único kiosko de prensa del donostiarra barrio de Gros que traía ejemplares de las míticas revistas británicas New Musical Express y Melody Maker, se repetían cada semana con metódica periodicidad. Cuando tenía dinero me hacía con ellas para devorarlas. Cuando no lo tenía, algo bastante habitual, las hojeaba. Las estanterías de mi habitación en la casa familiar estaban repletas de vinilos Post-punk comprados en Hendaya, Francia. En España, o no se editaban o tardaban una eternidad en ver la luz. El paisaje fronterizo, condición natural de mi ciudad natal, San Sebastián, resultaba clave. En poco más de media hora, subidos en el centenario tren conocido como El Topo por el gran número de túneles que presenta en su trazado, los habitantes del río Urumea nos poníamos al otro lado del Bidasoa, en tierra republicana. El encargado de la tienda de discos que estaba a diez minutos caminando de los puestos de control donde sin pasaporte se perdía el tiempo, nos tenía perfectamente situados. Aquí están de nuevo los guiputxis, supongo que pensaría. Han transcurrido tres décadas y media desde entonces.



Un centenar de años

One Hundred Years / Pornography / The Cure (1982)

Al abrir la puerta principal de mi casa, Inés, con su tierna concisión del noroeste, me preguntó qué tal me había ido. Respondí con agotada brevedad: mamá, he vivido un sueño despierto. Tras desearle buenos días, la siguiente noche aún quedaba lejos, entré en mi habitación. Quiero imaginar que ella, ya tranquila por tener a su hijo menor de vuelta, sonrió. Tenía una bellísima sonrisa. Memoria.


25 horas antes, a las 10 de la mañana del 1 de junio de 1982, la temperatura en Pau, capital del departamento de los Pirineos Atlánticos en la región francesa de Nueva Aquitania, clima oceánico según la clasificación de Köppen, era agradable. En la coqueta estación el Sol ya nos estaba dejando claro a todos, recién llegados o a la espera del próximo tren con destino a alguna parte, su inequívoca intención de reinar, con permiso de la guillotina, a lo largo del día que estaba comenzando su andadura.Tres horas y un transbordo habían quedado atrás desde que Ignacio Valencia, mi compañero de colegio y viaje, y yo abandonáramos la pequeña terminal férrea de Hendaya donde, en 1940, dos funestos personajes de la Historia de Europa, los dictadores Hitler y Franco, mantuvieron su conocido encuentro. Mi amplia gabardina color gris encapotado en la que lucía una chapa con las icónicas líneas-púlsar sobre fondo negro de la portada del álbum Unknown Pleasures de los magníficos Joy Division, resultó ser escandalosamente inadecuada para la ocasión. Me declaro inocente. Si aún así son ustedes de los que necesitan atribuir culpabilidades para sentirse cómodos, les diré que de lo único que se me puede acusar es de no haber hecho caso omiso a las previsiones meteorológicas. Dudosa la fiabilidad de la ciencia estudiosa del tiempo que puede empapar o no, acatarrar o no, según ande de caprichoso el temperamento de nubes y corrientes; discutible que en la denominación de la física de la atmósfera, traductora oficial del lenguaje del clima, se haga referencia a la disciplina relativa a la razón y conocida como Lógica. Me pregunto que tendría que decir al respecto Spock, el televisivo alienígena con orejas puntiagudas de la saga Star Trek.

The Cure

Lo primero que hicimos al bajarnos del ferrocarril fue preguntar por el casino. Para ello tuvimos que sacar a pasear el básico Francés que aprendimos, siendo críos, en los Jesuitas situados en la falda de un monte asomado al mar Cantábrico y llamado Ulía. Como no teníamos pinta ni edad para ser adictos a la Ruleta o el Black Jack, ni tampoco la hora del desayuno parece que fuera la más idónea para ejercer apuestas de ningún tipo, la respuesta obtenida de una señora mayor, que tal vez esperaba el próximo tren a Bordeaux, llegó enfatizada por una razonable extrañeza. Debíamos tomar la Avenida Napoleón Bonaparte, nos dijo, y en poco más de diez minutos llegaríamos al templo del juego que durante unas horas se convertiría en templo Post-punk. Cuentan que en 1808 el emperador pasó por la ciudad de regreso de Bayona, donde había dejado bien “colocado” a su hermano José, Pepe Botella, en el trono de España. Fue entonces cuando verbalizó para la Historia la frase: “lo mejor de Pau es la vista sobre los Pirineos”. Si posteriormente le dieron su nombre a la avenida en base a la imperecedera herramienta promocional que Napoleón regaló entonces al futuro impulso turístico de Pau, lo desconozco.

Sobre el qué podíamos estar haciendo en aquella pintoresca localidad dos jóvenes donostiarras amantes de los sonidos británicos en aquel luminoso día, pertrechados con una grabadora portátil que me había regalado mi querida hermana Patricia meses antes, con un carnet naranja con membrete del periódico Diario 16 que era de un Goberna pero no mío, y en busca de un lugar donde habitualmente se apostaba con dinero, les hablaré a continuación, pero aunque sólo sea por mi condición de admirador del insigne británico  H.G. Wells, permítanme, por favor, retroceder en las páginas del calendario en aras de contextualizar históricamente lo vivido. Procuraré hacerlo con mesura no vaya a ser que la maquinaria espacio-temporal salte por los aires y me quede atrapado en el pasado. No me gustaría.

La primera parada a través del portal temporal me lleva a un año antes, a la primavera de 1981, a cuando François Mitterrand fue elegido presidente de la República Francesa por primera vez. Meses antes, en el país de la entrañable banda española de Post-punk Décima Víctima, de Tan lejos, en mi país, aún estábamos recuperando el aliento tras el fracaso del infame golpe de estado que Tejero, Armada, y vayan ustedes a saber quiénes más, protagonizaron. En esas mismas fechas y en la madre tierra del Post-punk, de Siouxsie And The Banshees, Echo and the bunnymen, Japan o Joy Division, amén; en las islas situadas al este del caladero del Gran Sol en el Atlántico norte donde mi abuelo Eduardo Goberna faenaba, en los años 20 y 30 del pasado siglo, a bordo de un pequeño barco gallego conocido en Vigo como El Media Banda por su descarada tendencia a escorarse, la precursora del catecismo neoliberal, Margaret Thatcher, persistía en desplegar con mano de hierro y a pesar de las intensas protestas sociales, dolosas políticas monetaristas. Fue entonces cuando la fantástica banda de Post-punk británico The Cure, capitaneada por un joven Robert Smith, publicó su tercer álbum, Faith, y cuando yo, que tenía por costumbre escuchar cada noche una emisión musical de la radio francesa, no paraba de descubrir nuevas bandas del otro lado del Canal de la Mancha que, a diferencia del Sol en aquella mañana en la estación de tren de Pau, brillaban por su ausencia en la inmensa mayoría de los medios de comunicación españoles.

The Cure: Lol, Robert y Simon
The Cure: Lol, Robert y Simon

Reajusto los engranajes de la máquina del tiempo y focalizo en la segunda estación de mi recorrido enfrentado al reloj. Me centro en los protagonistas de este relato basado en intensos retazos de vida que atesoro en mis recuerdos. El primer álbum de The Cure se publicó en 1979. Lo titularon Three Imaginary Boys y aunque ya apuntaba pinceladas de lo que estaba por venir, aún no lo contaba todo. Robert Smith, Simon Gallup y Lol Tolhurst comenzaron a escribir con ese LP parte de la mejor historia del pop británico de los 80s, pero la construcción todavía estaba en los cimientos, la obra aún se encontraba en sus prolegómenos. Fue en ese programa de radio francesa, en 1980, donde escuché por primera vez las canciones bandera de aquel disco, las preciosas Boys don´t cry y Killing an arab (basada en El Extranjero de Camus), pero no ocurrió hasta abril de ese mismo año, cuando escuché en aquella emisión radiofónica dos temas de su recién editado segundo larga duración, Seventeen seconds, que me rendí al grupo, a los Cure. Se llamaban Play for today y A Forest. Hipnóticos, evocadores, oníricos, rebeldes, los dos temas enraizaron inmediatamente con algo dentro de mí que no sabría definir con precisión. Fue también en la televisión republicana donde, libre de interferencias gracias a la antes referida cercanía, puedo recordarme viendo el conceptual videoclip de su Jumping someone else’s train, canción perteneciente a su primer disco. Al escuchar el Long Play Diecisiete Segundos (abril 1980) tuve la emocionante sensación de estar descubriendo algo nuevo, distinto y cercano a mi forma de ver la vida. Me sentí reconocido en sus actitudes, acompañado en mi soledad adolescente y reflejado en el carácter íntimo que emanaba de todo el álbum en su conjunto.

La introspección militante de los Tres chicos imaginarios comenzó, con «Three Imaginary Boys» y «Seventeen Seconds», la extraordinaria travesía que les llevaría, tras su tercer álbum, el antes citado Faith (abril-1981), y un precioso 12 pulgadas titulado Charlotte Sometimes que fue publicado en octubre de ese mismo año y llamativamente ninguneado por público y prensa, a donde tanto ellos, The Cure, como ustedes y yo nos dirigimos ahora, a la siguiente regresión temporal y destino final de este viaje en el que me encuentro sumergido, al corazón de la pequeña historia secreta, jamás escrita, que viví en primera persona al calor del inolvidable concierto en directo en el que, un 1 de junio de 1982 en el Gran Hall de una casa de juego con vistas a los Pirineos, la banda Post-punk The Cure presentó en vivo su Pornografía (Pornography – mayo 1982), el álbum más oscuro, culmen y final de su mágica primera etapa, la menos conocida y previa a su multitudinario éxito a nivel mundial, la que yo seguí y disfruté al milímetro en mi ya lejana juventud.

Llegamos al casino de Pau en torno a las 10.30 de la mañana. Seres humanos, fueran o no Post-punks, pocos se veían, y los presentes andaban en su minoritaria mayoría entretenidos siendo paseados por sus encantados perros. Me acordé de Thor, el gran pastor-lobo alsaciano con el que practicaba aullidos en el desarrollo de nuestras paralelas juventudes. A la luz de las circunstancias decidimos ir a tomar un par de croissants republicanos a un establecimiento que, sinceramente, no recuerdo si se llamaba Erik Satie, Marguerite Yourcenar, Camille Pissarro…. Imposible no inclinarse ante el admirable acervo cultural de nuestros vecinos.

The Cure: portada de su álbum Pornography

Con renovadas calorías volvimos al elegante edificio donde por lo general se perdía dinero, mucho dinero, en torno a las doce y media del mediodía. Para entonces el trasiego en los aledaños saltaba a la vista. Dos grandes camiones con el equipo de sonido y luces, operarios llevando y trayendo grandes cajas de aluminio con el logotipo de The Cure, el que usaron en los tres primeros álbumes de su trayectoria, impreso en los costados. Nuestros corazones comenzaban a tomar velocidad. Recopilamos aplomo y nos dirigimos al que, aunque no lo era, parecía el jefe, las apariencias engañan. Le explicamos de la manera más convincente que pudimos, alabado sea el arrojo juvenil, que éramos dos «periodistas» españoles y que veníamos a entrevistar a la banda británica que tocaría esa noche en el recinto. Ahí queda eso. Supongo que si no nos creyó, al menos nos otorgó el beneficio de la duda ya que, tras escucharnos, se marchó en busca de alguien que pudiera ayudarnos. El asunto, debió pensar, excedía sus atribuciones, las que fueran. Nosotros permanecimos en el exterior del edificio. Una caudalosa procesión de incertidumbres relativas a lo que pudiera pasar o no a partir de entonces, y que no iban sólo por dentro, se lo aseguro, amenizó nuestra espera.

The Cure: The Pornography Tour
The Cure: The Pornography Tour

Transcurridos unos elásticos minutos, cinco, diez, doce, nueve, el no-jefe volvió acompañado de un hombre alto y apariencia más del Támesis que del Sena; más de ser forofo del Ársenal que del París Saint Germain. Las apariencias no engañaron en esta ocasión. No recuerdo su nombre, ¿Ian, Irvin, Ives?, pero sí su cometido: era el road manager de The Cure. Tragamos saliva, carraspeamos. Todo indicaba que había llegado el momento para poner a trabajar el imperfecto Inglés del San Ignacio y nuestras mejores artes de ambulantes vendedores de ilusión. Adecuando nuestro relato, ya saben, el de que éramos dos «periodistas» españoles, etcétera, a la importancia del nuevo interlocutor, decidí introducir en la ecuación el arma secreta que, con inofensiva nocturnidad y alevosía, guardaba en la «manga» de mi larga gabardina. Saqué del bolsillo el carnet del periódico Diario 16, el extraído a escondidas de la cartera de uno de mis hermanos mayores horas antes, y se lo enseñé al representante de los Cure poniendo cara de que, ante lo irrefutable de la documentación aportada, tenía que creernos. Él miró el documento, me miró a mí, volvió a mirar el carnet. Que el de la foto, mi hermano, fuera 12 años mayor que yo me inquietaba. Lo va a notar, lo va a notar.

Dado que los dos hijos de Inés y Pahiño algo nos parecíamos físicamente, la hoja de ruta que Ignacio y yo habíamos trazado días antes pasaba por desear, rogar, rezar para que el presunto seguidor del Ársenal atribuyera la notable inconsistencia en la edad del Goberna de cartón y el otro, yo, a la deficiente calidad y pequeño tamaño de la foto. No les voy a mentir, no creo que nos creyera en absoluto. Las actitudes y caras ansiosas, unidas a nuestra apariencia y edad, acreditaban a todas luces la única condición real que llevábamos encima, la de seguidores acérrimos de la banda. Éramos dos jóvenes que habíamos dejado atrás una frontera y un par de cientos de kilómetros para ver en vivo y, si la suerte se ponía de nuestro lado, poder conocer en persona a un grupo pop, a tres músicos, que admirábamos. Resultaba tan evidente como el Sol en Pau aquella mañana. El hecho es que, sin poner pega alguna, nos invitó a seguirlo. ¡Viva el Támesis! Arreando que es gerundio. Con nuestros corazones comenzando a bombear en modo ventilador agosteño, fan, eso hicimos.

Al entrar en el edificio toda la zona que estaba detrás del escenario, el backstage, era un hervidero. ¿Paul, Peter, Pierce? nos dijo que le diéramos unos minutos para hablar con el grupo sobre «lo nuestro» y se marchó. Para afrontar la indeterminada espera nos sentamos sobre unas tarimas de madera que luego servirían como base de la batería durante el concierto. Ya ubicados nos dedicamos a mirar y escuchar, con ojos y oídos en permanente estado de asombro, lo que ocurría a nuestro alrededor. Cada detalle, por insignificante que pudiera parecerle a cualquier aséptico al Post-Punk o ajeno a las directrices de nuestra compartida aventura, era para nosotros un alumbramiento. Robert Smith (líder, voz, guitarra y compositor) andaba por una esquina y Simon Gallup (bajista) por la opuesta. Ni se hablaban ni se miraban. Actuaban, evitándose, como si no existieran el uno para el otro. Lo único que parecían compartir era la seriedad de sus rostros. Tensión, Alta Tensión, así se llama lo que flotaba por el ambiente. Ignacio y yo, concentrados en disfrutar, alquimista a tu hermetismo, no atribuimos mayor trascendencia al asunto.

Nos llamaron la atención los globos de colores que había por todas partes. No parecía muy Dark. Varias personas empezaron a cantar en el idioma de Henry David Thoreau el cumpleaños feliz. Algo pasaba, pero ¿el qué? Pronto pudimos atar cabos. Para Gallup no era una jornada de concierto cualquiera, era su vigésimo segundo cumpleaños. Viendo su cara enfurruñada nadie lo hubiera dicho. Mientras, a lo lejos se podía escuchar el sonido del bajo y los sintetizadores que los técnicos de la banda estaban probando en el escenario donde, llegado el crepúsculo, se desarrollaría el concierto. Me sentía como Alicia en el país de las maravillas. Ellos, The Cure, era patente que no.

5 días antes, el 27 de mayo de 1982, Simon había dado un puñetazo a Robert en una discoteca a la que fueron al finalizar su concierto en Estrasburgo. Recién golpeado y tras decirle a Gallup: «Esto se ha acabado», Smith salió del local, cogió un taxi para dirigirse al aeropuerto y se marchó a Londres con la intención de cancelar el resto de conciertos de la gira. El creciente deterioro de las relaciones entre Robert y Simon se había iniciado en las descontroladas jornadas de grabación de su álbum Pornography, tiempo no exento de drogas y alcohol, repleto de nihilismo y desesperanza. Los conciertos programados para el 28 de mayo en la localidad francesa de Epinal, y el del 29 en Annecy,  se cancelaron. El siguiente previsto era el del día 1 de junio, era el nuestro. Cuentan que su padre logró disuadir a Robert diciéndole: «¡Acaba la gira, la gente ya ha comprado las entradas!». Entre esa gente, obviamente, estábamos nosotros. Horas antes de la actuación anunciada en Pau, Robert Smith volvió a Francia. Ignacio y yo habíamos estado a punto de sufrir un drama que no quiero ni imaginar lo que hubiera supuesto para nuestra monolítica ilusión adolescente. Sin ser conscientes de ello, sin siquiera sospechar el maremoto que inundaba entonces al entorno de los Cure, habíamos estado asomados al precipicio del no-concierto, a un desastre llamado Cancelación. Visto con perspectiva, si no fue un milagro poco le faltó. Quién sabe si con aquel gigante golpe de suerte gasté una buena parte de la fortuna -no me refiero al dinero- que tenía asignada para el resto de mi vida.

The Cure: The Pornography Tour

La panorámica en el backstage cambió de tono y ritmo cuando vimos que Robert Smith se puso a hablar con nuestro reciente interlocutor, el espigado caballero británico que se encargaba en la pornográfica gira de los asuntos logísticos y relaciones públicas de los Cure. Nos miraron fugazmente, Robert nos señaló, Ignacio y yo nos miramos, los miramos, ¡nos están mirando!, nos volvimos a mirar. Dios salve a la banda Post-punk The Chamaleons (los camaleones), dos caras mutando de color, al púrpura, tal vez al rojo… de colores tu color. Se dieron la vuelta y los perdimos de vista. ¿Cuántos latidos dicen que caben en diecisiete segundos? Al rato  ¿Adam, Aldric, Aisley? vino hacia nosotros con otra persona, pero no una cualquiera, era el batería del grupo. Su nombre en este caso, no lo duden, me lo sabía de memoria:  Lol Tolhurst. La república independiente de mi corazón seguía a lo suyo, acelerando. El hombre alto que presumiblemente era más de la rivera del Támesis que nosotros nos presentó a Lol como dos «periodistas» españoles, ¡viva el «periodismo»!, y nos dejó con él. Cada examen de lengua extranjera en el colegio adquirió sentido en aquel momento. Saqué el aparato grabador, lo coloqué sobre la tarima de madera donde estábamos sentados y pulsé la tecla roja. Lol se sentó a nuestro lado y comenzamos a hacerle las preguntas que, en varias tardes consecutivas en la playa de Gros de Donostia, en La Zurriola y de cara al mar Cantábrico, habíamos ido preparando mientras fantaseábamos con la, altamente improbable, posibilidad de conseguir llevar a cabo en unos días las soñadas entrevistas a los miembros de una de nuestras formaciones Post-punk favoritas. Fue amable y natural. Tenía la voz grave. Desarrolló respuestas detalladas a nuestra batería de preguntas nerviosas, atropelladas. Aunque no hizo referencia al cuándo, apenas cuatro días antes, ni al agresivo por qué desencadenante, nos habló de dos conciertos que habían cancelado recientemente. Estuvimos cerca de media hora con él. Su novia era de Valencia, nos dijo. ¡Viva Valencia! Al final de la entrevista se unieron algunos periodistas franceses, ellos sí, sin comillas.

Ya sin Tolhurst, cuando aún estábamos concentrados tratando de domar el ritmo de nuestras desbocadas respiraciones, un Robert Smith de 24 años, el líder de The Cure, se acercó a nosotros, Tierra trágame. Aciertan, latidos al galope tendido. En voz baja nos comentó que en ese momento no podía atendernos, pero que después del concierto no tendría problema en concedernos una entrevista. Madre del amor hermoso, debí pensar. Escueto, tímido, serio, precavido, ¿a la defensiva?, así me pareció Robert en aquella preliminar toma de contacto.

Con el paso de los años, una vez conocí la sucesión de desestabilizadoras vicisitudes en las que estaba inmersa la banda en aquellas fechas, llegué a la conclusión, errónea o no jamás lo sabré, de que la razón por la que nos dejaron pasar sin ponernos pegas, la amabilidad en el trato y lo sorprendentemente bien que parecía estar yendo nuestra  estrategia en pos de las deseadas entrevistas, no tuvo nada que ver con la acreditación de mi hermano. Tampoco con que fuéramos involuntarios poseedores de un poder de convicción fronterizo con lo sobrenatural. Fue obra, ahora lo creo, de los hados que pululaban por aquel presente; fue consecuencia, creo, de la anómala coyuntura en la que, completamente ignorantes de ella y como parte del reparto de una obra que estaba en pleno desarrollo, nos habíamos colado. Apostaría a que supieron desde un principio que éramos simple y llanamente unos fans del grupo; a que ni por un instante se creyeron lo de «Periodistas». Tal vez, remarco tal vez, fue la gigante ilusión y respeto de nuestras miradas la que, transformada en llave maestra, nos abrió las puertas al núcleo de The Cure durante aquella jornada. En un momento en el que probablemente necesitaban que alguien ajeno al huracán, no contaminado, les ayudara a recordarlo, puede que, aun sin pretenderlo, nosotros ejemplificáramos ante Robert, Lol y el road manager lo importante que para muchos era la banda. Quizás Robert se reafirmara, al verse enfrentado a nuestra cruda admiración por su labor, en su acierto al haber hecho caso a su padre unos días antes. Puede que, con nosotros como circunstanciales mediums, Smith fuera especialmente consciente de que ahí afuera había muchos por qués con nombres y apellidos, personas portadoras de un enorme respeto por los Cure, que merecían ser honrados con la continuidad de The Pornography Tour hasta Bruselas, el último de sus conciertos programados para aquella gira.

Robert se marchó por donde había venido una vez finalizado el breve intercambio de palabras. Nosotros hicimos lo propio. No queríamos resultar pesados. Bienvenida sea siempre y en todo caso la dignidad. Por otro lado, parte del objetivo de nuestra aventura se había cumplido y lo que quedaba, entrevistarlo a él, parecía estar encaminado.

Al salir, estando instalados en una burbuja de euforia difícilmente descriptible, asumimos que el tiempo nos perdiera hasta que llegara la hora a la que estaba anunciado el concierto, las 8.30 de la tarde. Minutos detrás de minutos que, como podrán imaginar, nos resultaron eternos. Fue tal la ansiedad ante la exasperante lentitud de nuestros relojes de muñeca que a las 7 de la tarde, más o menos, no vayan a pensar que tengo memoria de elefante,  ya estábamos plantados encima de la sombra que el temporal templo Post-punk de Pau proyectaba sobre el suelo republicano que lo rodeaba.

The Cure: The Pornography Tour

Antes de que se abrieran las puertas al público ¿Jack, James, Jim? asomó por una pequeña entrada anexa a la principal, presumo que para comprobar cómo estaban de aforo, de cara al inminente concierto, los aledaños. Descarto que lo hiciera para ubicar a aquellos dos jóvenes periodistas con comillas, levanto la mano, a los que había conocido al mediodía. ¿Casualidad? El hecho es que al vernos nos hizo una señal para que entráramos. ¡A sus órdenes Sire! ¡Viva el Arsenal! Eso hicimos. Al final resultó que toda la odisea vivida un mes antes para conseguir comprar las entradas al concierto en una pequeña tienda de discos de Pau, cabina telefónica en la calle y patoso francés mediante -créanme, les doy mi palabra, no son mitología, entonces ¡había cabinas!-, logrando incluso que nos remitieran los tickets por correo postal con días de antelación, no hubiera sido necesaria. ¿Quién podría haberlo imaginado? Yo desde luego no. La vida nos dio sorpresa.

Una vez dentro del gran hall del casino, lugar en el que se desarrollaría la actuación, mientras esperábamos a que llegara la hora mágica, nos acercamos a unos puestos de merchandising que la organización había montado en la parte opuesta al escenario. Camisetas, chapas, discos, posters y más, todo relacionado con la banda, con los tres chicos imaginarios. Un paraíso para cualquier seguidor militante. Llevábamos poco dinero republicano en nuestras carteras, los semanales emolumentos maternales daban para lo que daban, pero el que teníamos se quedó allí hasta el último franco, la moneda, no el infame golpista. Aún conservo algunas de las chapas que me compré. El atribulado devenir de la camiseta con la portada de Pornography que también adquirí entonces, fue de un color bien diferente. Pronto, muy pronto, pasó a peor vida.



 Un efecto a corto plazo

A Short Term Effect / Pornography / The Cure (1982)

Tan sólo una semana después del concierto, mi preciosa madre, Inés, incluyó por error la camiseta en un ciclo de lavado de ropa blanca que llevaba unas gotas de lejía para maximizar el blanqueado. Las consecuencias no son difíciles de adivinar: la prenda entró en la lavadora siendo negra y salió de color marrón. ¡Marrón!, emulando a mi alsaciano favorito, a  mi perro-lobo Thor, aullé al verla. El drama intergeneracional que sobrevino al salvaje desteñido rememoró a una galerna Cantábrica en pleno apogeo. Memoria.


El gran hall no se llenó. Siendo un espacio con aforo para unas 2.000 personas, creo recordar que los allí presentes no llegábamos al millar. Aunque The Cure tenían por aquel entonces tanta repercusión en Francia como en su propio país, en el Reino Unido, todavía faltaban algunos años y varios discos para que dieran el salto definitivo al público masivo.

Con exquisita puntualidad anglosajona el concierto comenzó a las 8.30 de la tarde. Antes de mis admirados tres chicos imaginarios tocó un grupo llamado Zerra 1. Nunca volví a oír de ellos. Llamativo que fuera el propio Robert Smith quien, desde la mesa de control situada en el centro del gran hall, les mezclara el sonido.

A las 9 llegó el gran momento. Robert, Simon y Lol subieron al escenario, pero no es objeto de este Pasiones el hablar del concierto propiamente dicho. Mucho se ha escrito ya, en todos los idiomas que se puedan imaginar, incluido el del gran Emilio Lledó, el nuestro, sobre los cientos de conciertos que a lo largo de las décadas han dado los Cure en los cuatro puntos cardinales de nuestro, cada vez menos por desgracia, azul planeta.

The Cure: Gira Pornography (1982). De izquierda a derecha: Lol Tolhurst, Simon Gallup y Robert Smith.
The Cure: Gira Pornography (1982). De izquierda a derecha: Lol Tolhurst, Simon Gallup y Robert Smith.

Una vez finalizada la inolvidable actuación, ante lo que nos pareció un tumulto insalvable el que había para acceder al backstage, optamos por salir al aire libre -cuestionable decisión como de inmediato podrán constatar- y nos sentamos fuera, cerca de la misma puerta desde la que ¿Owen, Oliver, Oswald? nos había invitado a entrar unas horas antes. Pasados unos instantes en los que nos sentimos encantados por poder estar, tras muchas horas de pié, cómodos, volvimos a la realidad. Efímera naturaleza la de la felicidad, ¿no creen? No teníamos ni idea de cuál debía ser nuestro siguiente paso, ¿Y ahora qué? Se suponía que después del concierto podríamos hacerle una entrevista a Robert pero estábamos fuera y él, supusimos que cansado tras el concierto, rodeado de seguidores republicanos y siendo entrevistado por numerosos periodistas como Tintin, francófonos y con fotos nada sospechosas en sus carnets profesionales, dentro. ¿Porqué hemos salido?, ¿cómo podemos ser tan imbéciles?, ¿qué demonios hacemos aquí fuera? Las lamentaciones se sucedían en nuestra adolescente conversación.

La diferencia entre estar fuera o dentro, dentro o fuera, es todo un clásico. Seguro que algunos de ustedes, como yo, aprendieron viendo Barrio Sésamo en los 80s las consecuencias que, especialmente en ciertas ocasiones como la que nos ocupaba a nosotros entonces, puede tener el estar en un sitio o, aunque sea cerca, en otro y con puerta cerrada a cal y canto de por medio. Pasaban los minutos y ambos nos mirábamos, quizás esperando que al otro le diera por ejercer durante unos segundos de Vicky el vikingo o de MacGyver y se le ocurriera alguna solución imaginativa a la alambicada coyuntura en la que nos encontrábamos enmarañados. Pero no, ni de lejos, descarten ilusionarse, nada de nada. No es extraño, supongo, ya que salvo en las pringosas esferas ectoplásmicas o en las cohabitadas por impertinentes fenómenos Poltergeist, es bastante habitual que las series de televisión dejen de funcionar una vez apagado el aparato, la caja crecientemente boba.

El tiempo seguía escurriéndose y de nuestras confusas voces -la mía malherida como consecuencia de la estruendosa pro-actividad vocal que mantuve durante el concierto- nada útil salía. A lo sumo una generosa dosis de tierna inseguridad juvenil: ¿Y si intentamos volver a entrar?, ¡seguro que no nos dejan pasar!, ¿qué te apuestas a que no se han creído lo de «periodistas»? Anímense estimados lectores, ejerzan por unos segundos del londinense Sherlock Holmes -el de los libros o el de las series de TV, como prefieran- y procedan a deducir el desenlace de esta escena… elemental, efectivamente, desechamos intentar entrar de nuevo. La entrevista al batería del grupo, a Lol, y asistir a un maravilloso concierto era, debía ser, tenía que ser, más que suficiente.

The Cure: Gira Pornography (1982). De izquierda a derecha: Simon Gallup, Lol Tolhurst y Robert Smith.
The Cure: Gira Pornography (1982). De izquierda a derecha: Simon Gallup, Lol Tolhurst y Robert Smith.

Ya habíamos perdido el último tren para volver a casa, no había prisa alguna por llegar a ningún sitio, pero seguir allí dolía. Nos levantamos resignados. Tanteé los bolsillos de mi gabardina para asegurarme que el grabador de casete estaba en alguno de ellos y comenzamos a darnos la vuelta para dirigirnos, con paso y ánimo propio de la Santa Compaña, a la Avenida Napoleón Bonaparte que nos llevaría de vuelta a la estación de ferrocarril de Pau donde, como saben, bajo un paisaje cubierto de estrellas pasaríamos la noche en vela. En ese instante, ante nuestra oceánica incredulidad, lo digo por el tamaño, la pequeña puerta que teníamos delante se entreabrió lentamente. Por ella asomó el rostro cansado de Smith, el líder, compositor, voz y guitarra de nuestros admirados The Cure. Nos miró y acto seguido hizo una escueta señal invitándonos a entrar. ¡Viva Shakespeare!, ¡viva Tolkien!, ¡viva Agatha Christie!, ¡vivan los Beatles!, ¡viva el Té con pastas a las 4 de la tarde, el pudding de carne y el pescado con patatas fritas!… y ¡viva el Big Ben! La hora para la soñada entrevista al britano Robert, broche final de nuestra atribulada aventura en el país de los galos, del químico experimental Panorámix, el músico indie Asurancetúrix y el perrito ecologista, defensor de árboles y bosques, Idéafix, había llegado.Tal vez en aquel momento me recordé leyendo absorto El Señor de los Anillos en la reciente primavera; quizás pensé en un Hobbit llamado Frodo Bolsón viendo aparecer en su ayuda, en pleno fragor de una batalla que iba de peor en fatal, al gran mago Gandalf El Gris.

En Principio y Fin, así ocurrió y es de justicia, al menos para mí, que quede registro de aquello. Robert Smith, cumpliendo con lo dicho, demostrando que sus palabras no se las llevaba, por muy pirenaico u oceánico que fuera, viento alguno, demostró ser, además de un compositor Pop extraordinario, una persona honorable.

El grupo se desgarró diez días después del concierto en Pau al que Ignacio y yo asistimos. Fue el 11 de junio de 1982 y ocurrió tras el último concierto de su tormentosa gira europea The Pornography Tour. En aquella actuación en Bruselas, estando aún a flor de piel la crisis tras la agresión de Gallup a Smith en Estrasburgo, el grupo decidió tocar una canción llamada «Forever» (para siempre) intercambiándose los instrumentos. Gallup tomó la guitarra, Tolhurst el bajo, Smith se sentó en la batería y Biddles, un técnico de escenario que la banda había contratado para la gira y que era amigo de Simon Gallup, asumió la voz. Tan pronto Biddles subió al escenario comenzó a cantar delante de todo el público presente: «Smith es un cabrón, Tolhurst es un cabrón, sólo Simon merece la pena en la banda. ¡The Cure está muerto!«. Requiem – The Cure is dead –. Al tiempo que le gritaba «¡Vete a la mierda!», Robert Smith lanzó las baquetas a la cabeza de Biddles. Si le dio o no, lo desconozco.

Para júbilo de millones en las décadas siguientes, los preparativos para el velatorio se quedaron en eso, en preparativos. No hubo entierro. Fue una metamorfosis. En noviembre de aquel mismo año, ya convertidos Robert y Lol en un dúo y consumada la ruptura con un Simon Gallup que no volvería al grupo hasta 1985, The Cure publicarían Let´s go to bed, un tema comercial que inició a la banda en un sendero que los acercaría en el futuro a un público masivo a nivel mundial. El abrupto colapso de su extraordinaria primera etapa (1979-1982) se materializó, la crisálida eclosionaba, The Cure habían muerto, larga vida a los Cure.



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Un día extraño

A Strange Day / Pornography / The Cure (1982)

Tras despedirme de mamá y una vez dentro de mi habitación, bajé la persiana, dejé sobre la mesa las chapas, discos y camiseta que me había comprado en el concierto, me puse el pijama, tomé la pequeña grabadora de casete y me metí en la cama. Ya arropado, rebobiné la cinta hasta el principio, pulsé el botón reproducir y, no sin cierto temor ante la posibilidad de que el artilugio Sony me hubiera traicionado, apagué la luz. Memoria.


Desconecto la máquina del tiempo, el pasado se desvanece, vuelve a sí mismo. Estoy en el verano de 2017, Robert Smith tiene 58 años y Simon Gallup uno menos. Todo y nada ha cambiado. Suena la grabación que en la agotada oscuridad de mi habitación, en aquella luminosa mañana del 2 de junio de 1982, me acompañó en mi tránsito a La Tierra de los Sueños. Hoy celebro mi cumpleaños número 53. No hay globos de colores a mi alrededor pero los afectos, intactos, permanecen, reclaman, son reclamados. Memoria, olvido olvidar.

Nacho Goberna © 2017 / Twitter


Nota a pié de página: A continuación  les dejo con la grabación original de las dos entrevistas a The Cure1 de junio de 1982, en Pau. En ella pueden escuchar, junto a las nerviosas voces de dos adolescentes periodistas con comillas, Ignacio y yo, al batería de la banda en aquel entonces, Lol Tolhurst, y a su líder, Robert Smith. Incluyo también una transcripción al Castellano que he realizado para todos aquellos desconocedores del idioma de, entre tantos otros, el gran poeta Walt Whitman. Salud y suerte.

🔴 Audio de las dos entrevistas:

🔴 Transcripción al Castellano:

Lol Tolhurst / Gran Casino de Pau / 1 de Junio de 1982 a las 13.00.

– Primero nos gustaría saber un poco sobre la historia de THE CURE desde vuestro primer single “Killing an arab” hasta vuestro último álbum, recién editado, “Pornography”.

Lol Tolhurst: Es una historia bastante aburrida. Habla de cambio, de evolución, y del reflejo de ese proceso en cada disco, Sí, de eso se trata, de cambio.

– Pero vuestra evolución desde “Killing an arab” hasta vuestro último álbum “Pornography” ha sido tremenda.

L.T.: En cierto sentido, pero aún hoy consideramos que hay canciones en “Three imaginary boys” que están vinculadas directamente con lo que hacemos actualmente. En cualquier caso el sonido que tenemos ahora es más el sonido que queríamos desde el principio. Nos ha tomado tiempo llegar a él. Bueno, también será que nos hacemos mayores.

– Qué ha ocurrido para que, tras un álbum como “Faith”, disco que percibo como un mar de calma, ahora lleguéis a un larga duración como “Pornography”, realmente duro, más oscuro, más pesimista. ¿Qué os ha llevado de “Faith” a “Pornography” ?

L.T.: Las experiencias personales lo son todo. Lo que escribimos es siempre una reflexión personal sobre las cosas. Es dramático, un milagro. No creo que pueda profundizar más en ello por que es una vivencia demasiado personal.

– Hablamos de dos hitos extraños en la historia de The Cure. La primera “Carnage visors”. Qué puedes decirnos de esa pieza. ¿ Es simplemente una banda sonora, un experimento, trece minutos de música obsesiva?

L.T.: Queríamos mostrar una película antes de nuestros conciertos. La gente va a los conciertos y ve el primer grupo, luego el segundo, y en medio no tienen nada que hacer. queríamos expandir la experiencia de esa espera. La música que acompaña las imágenes se ajusta muy bien a lo que uno está viendo. En definitiva, es un experimento, aunque no sabemos cuando lo podremos mostrar, no en todas las ocasiones es posible. Siempre hemos estado muy interesados en la parte visual de los conciertos.

– El segundo hito al que nos referíamos, ¿ porqué habéis cambiado de productor para vuestro último álbum? Mike edges ha producido prácticamente todo hasta ahora. Realmente el cambio de sonido se nota mucho…

L.T.: LLegamos al punto con Mike de que siempre tendíamos a hacer el mismo tipo de cosas, nos sentíamos siempre de la misma manera, nosotros con él y él con nosotros. Quisimos encontrar a una persona diferente, de la que nos gustara su forma de producir, sus trabajos con otras bandas, para llegar a un cambio completo. No solo cambio de productor, también un cambio de estudio de grabación, distinto ingeniero, un disco diferente. Mike Edges estaba trabajando con Siouxie and the Bansheees, queriamos cambiar todo el entorno.

– Qué opinas sobre las bandas británicas actuales como Joy Division, ahora New Order, Durriti Column, Eyeless in Gaza…

L.T.: Creo que compartimos el mismo espíritu en muchos aspectos pero no somos lo mismo, no sé, cada uno de nosotros tratamos de expresarnos…. a menudo pienso que sí, que nos movemos alrededor del mismo tipo de experiencias, cantamos, más o menos, sobre las mismas cosas, pero me gustaría pensar que somos diferentes.

– En estos momentos sois uno de los grupos que más influencia tienen, al menos en España,…

L.T.: Yo he estado en España, en Valencia.

– Podrías hablarnos sobre vuestras influencias.

L.T.: Bién, si te fijas en la música de finales de los sesenta, principios de los setenta, la música que escuchan nuestros hermanos mayores que ahora tienen treinta y pico años, cosas como Pink Floyd y demás, no sé, quizás pueda haber algo de influencia en artistas como Hendrix pero hay otras cosas no musicales, formas de pensar, libros, eso nos influye tanto como la música.

– No puedo entender cómo, siendo un grupo de culto en España, aún no habéis tocado en nuestro país. Estamos esperando.

L.T.: Tenemos planes para hacerlo. Yo estuve en Marzo por que mi novia vive en Valencia. Desde la Navidad hasta mediados del Verano estará allí y voy a visitarla. Tocaremos allí, tarde o temprano, en el momento adecuado. Hasta hace dos días nunca habíamos tocado en Suiza y acabamos de hacerlo, eso está bien. No somos un grupo nacionalista, probablemente tocamos más fuera que dentro de Inglaterra, tocamos más en Francia por ejemplo. Iremos a España pero en el momento y con las condiciones adecuadas.

– Por que llamásteis a vuestro grupo primero The Easy Cure, y posteriormente THE CURE.

L.T.: Fue el título de la primera canción que compusimos. Posteriormente cambiamos la formación del grupo y también el nombre.

– Qué pensáis de los que os llaman los nuevos Pink Floyd.

L.T.: La gente siempre trata de comparar…

– …yo no creo que lo seáis…

L.T.: La única conexión que puedo ver que es cuando Pink Floyd comenzaron eran realmente buenos, aunque ahora han perdido la dirección. La otra única conexión que veo es que nos hicimos con su equipo de sonido (Sonríe).

– ¿Y os consideráis un grupo vanguardista? Cómo definirías a The Cure…

L.T.: No lo sé. En el momento en que empiezas a definir pierdes la razón para hacer. Siempre hemos creido en la acción en el momento, existimos luego hacemos, aquí y ahora, no tiene sentido teorizar en por que lo estamos haciendo, en ese momento pierde el sentido. Lo que hacemos es una expresión de lo que somos más allá de definiciones. Significa lo que significa en cada momento. No somos un grupo que nos hayamos juntado para tener éxito. Somos un grupo de amigos que nos hemos juntado para experimentar cosas juntos. Así ha sido siempre y cuando deje de serlo ya no habrá grupo.

– Cuál será la evolución futura de THE CURE…

L.T.: Volvemos a casa en dos semanas y una vez allí tenemos diferentes proyectos en mente. Alguna colaboración con músicos de los BANSHEES y en Otoño volveremos a juntarnos para ir a América. Lo que no haremos será producciones grandiosas. Queremos conciertos pequeños en salas no muy grandes, para mil personas. Tocar dos días , descansar otros dos. Tocar en directo nos deja exhaustos y hacerlo de otra forma nos llevaría a la locura. Robert hace poco volvió a casa y cancelamos dos conciertos aquí, en Francia…

– ¿ Tenéis un especial cariño por Francia ? Tocáis mucho en este país…

L.T.: Sí, nos gusta mucho la cultura francesa. Hay una conexión profunda con este país, aunque realmente el público que nos sigue es similar en todas partes, sea Francia o Australia.

– Algo más que nos quieras contar…

L.T.: Acción, hacer, y también señalar que nuestros seguidores lo son por que encuentran similitudes entre ellos y nosotros, sus vidas y las nuestras.

– ¿Qué diferencia ves entre el público francés y el inglés?

L.T.: No veo diferencia. Tocamos para el mismo tipo de personas en todas partes. Si las hay, son diferencias mínimas.

– En vuestros conciertos usáis efectos de luz muy especiales. ¿Qué sentís al estar en el escenario?

L.T.: Somos conscientes de la importancia de las luces, de lo visual. No pretende ser espectacular sino algo que acompañe, complemente la música. Cuando tocamos en directo nuestros sentimientos son los mismos que cuando grabamos los discos. Es como una ceremonia. Cada noche debe ser especial.

– Robert Smith ha dicho que no le gustan las canciones de vuestro primer álbum…

L.T.: Algunas, en especial “Object”. No refleja el sentimiento que queríamos. Otras si reflejan lo que queríamos, de hecho esta noche tocaremos alguna de ellas.


Robert Smith / Gran Casino de Pau / 1 de Junio de 1982 a las 23.05.

– Primero nos gustaría saber sobre la evolución de THE CURE desde vuestro primer single “Killing an arab” hasta vuestro último álbum, recién editado, “Pornography”.

Robert Smith: No lo sé, las cosas cambian, creces. Si hubiera ocurrido en 6 meses podría parecer dramático pero hablamos de cuatro años. No ha sido algo automático.

– Qué opinas, después de dos años, de canciones como “A forest” o “Play for today”. ¿ Tienen el mismo valor par ti ahora ?

R.S: A veces.

– Háblanos sobre “Carnage visors”…

R.S: Es una película, filmada en un día, que hizo el hermano de un amigo y que nos cedió para mostrar delante del público en los conciertos.

– Cuál es la razón del cambio de productor para vuestro último álbum “Pornography”…

R.S: No queríamos quedarnos estancados, necesitábamos ideas frescas. Con Mike sabíamos como íbamos a reaccionar. Phil es más joven y nos apetecía trabajar con alguien tan joven coproduciendo el disco.

– Qué pensáis de los que os llaman los nuevos Pink Floyd.

R.S: Que son unos cabrones. Durante los dos últimos años ni siquiera hemos usado teclados. Me lo tomaría como un cumplido si se estuvieran refiriendo a los Pink Floyd de “Ummagumma“, los de aquellos años, que eran realmente buenos. Pero ahora Pink Floyd son “The wall” que es una mierda. No puedo imaginarme sonando como Pink Floyd. puedo considerar sonar parecido a buenas bandas pero a los malas, eso sería horrible. Nunca jamás he considerado conscientemente sonar, parecerme a ninguna banda que admiro.

– ¿Porqué no habéis tocado en España? ¿Tocaréis?

R.S: Lo haremos este año. No sé, no lo hemos hecho aún por que nos hemos concentrado en otros lugares. Quizás hemos focalizado en sitios mas alejados como Australia. Lo haremos, aunque España es un país difícil. El temperamento y la promoción, nunca hemos estado seguros de si seríamos aceptados. Supongo que es un riesgo que debemos tomar. Probablemente ahora sea el momento. Hacer algunos conciertos allí.

– ¿ Puedes hablarnos sobre lo que nos espera con THE CURE en el futuro?

R.S: No tengo ni idea. Acabo de escribir un nuevo single -se refiere a Let´s go to bed- que grabaré cuando vuelva a casa, pero más allá de eso, no lo sé. Las cosas simplemente pasan, y entonces cambiamos. Nunca pienso en ello.

– Creo que estáis muy lejos de la típica figura de las Rockstar. ¿Qué opinas?

R.S: No lo sé. Nunca he buscado la fama pero sí me gustaría ser rico, muy rico (Sonrisa). Odio hacer giras de conciertos. Nunca volveremos a hacer una gira, es realmente estúpido, como lo son las bandas que manejan los tópicos en la música de “Alcohol, Mujeres, drogas…”, es realmente estúpido. Mucho mejor que tocar noche, tras noche, tras noche, es hacer un concierto especial y hacerlo realmente bien esa noche. No lo sé. Todos los tópicos del Rock&Roll no me interesan.

(Nota: la temática de su single «Let´s go to bed», canción que se publicaría 5 meses después, versa precisamente sobre este tema.)

– Qué opinas de las nuevas bandas…

R.S: Me gustan Echo and the bunnymen…

– ¿Y de bandas como Joy división, Durruti column o Siouxie and the banshees?

Robert Smith: Me gustan todos ellos.

– Muchas gracias.


En estas dos imágenes estoy yo un mes antes de los sucesos que acabo de compartir con ustedes. Era finales de abril del año 1982. Las fotografías me las hicieron en las pruebas del primer concierto que di en mi vida. Agrimensor K tocamos esa tarde en el salón de actos del colegio de San Ignacio, falda del Monte Ulía, San Sebastián. La actuación fue escueta, duró veinte minutos. Los asistentes, en su mayoría compañeros de clase, de curso, de colegio, nos impidieron terminar con abucheos y silbidos. No nos extrañó, de hecho nos sentimos orgullosos. Habían ido a ver al grupo Rockabilly que estaba programado después de nosotros. ¿Qué podíamos esperar? ¡Viva el Post-punk!, nos dijimos Gandásegui, Valencia y yo.


Un extracto de las entrevistas aquí reproducidas fue publicado, en el verano de 1982, en la fanzine underground madrileña Ediciones Moulinxart.

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