El día que descubrí a los Kinks

Por Manuel Recio © 2017 / El día que descubrí a los Kinks mi vida cambió para siempre, aunque en ese momento tal vez no fuera consciente de hasta qué punto.

Lo recuerdo perfectamente. Todo empezó en el salón de casa de mi abuela en Salamanca, una lejana tarde de 1993. Yo tenía trece años. Mi primo Carlos, unos años mayor que yo, era (y es) un mitómano consumado. En ese salón solíamos reunirnos a escuchar música. Tenía un flamante plato para vinilos y por aquella época ya contaba con todo un completo equipo para CD, algo no habitual entonces. Era (y es) un sibarita.

David Bowie, Rod Stewart, Marc Almond, los Beatles y sus favoritos, los Rolling Stones. Así descubrí algunas de las mejores bandas de la historia de la música. Pasábamos horas enteras escuchando canciones: él sacaba vinilos y cedés, uno tras otro, mientras yo me dejaba llevar por esos sonidos fascinantes en una edad tan influenciable como la adolescencia, donde todo está por construir, gusto musical incluido.

The Kinks - Kinks BBC Sessions 1964-1977 - Front

Uno de esos CD era de los Stranglers. Escuchamos un par de temas: No More Heroes y Golden Brown. Me gustaron pero no me llamaron especialmente la atención. Sin embargo, saltó la siguiente canción, era un riff de guitarra entrecortado, seco, con una letra simple y directa que iba siguiendo los cambios de los acordes. I’m not content to be with you in the daytime. Tenía ese sonido ochentero, muy nueva ola, pero había algo en ella que me atrapó. Mi primo paró el CD. “Este tema está muy bien, pero es mucho mejor el original”.

De repente rebuscó entre el armario de la música y pasados unos segundos sacó un viejo casete de 46 minutos de marca Philips, lleno de polvo y con algunas rayaduras en la carcasa. Rebobinó hasta dar con la canción. Sonó ese mismo riff que me había cautivado pero con una ejecución mucho más primaria, más sucia, más visceral. Todavía me emociono. “Este es el original, supongo que conocerás al grupo, ¿no?”, interrumpió mi primo. Yo estaba tan absorto en la música que no sabía cómo reaccionar. Girl, I want to be with you all of the time / the only time I feel alright is by your side. Y cuando llegó el estribillo fue una explosión. Mi corazón dio un vuelco, era una absoluta maravilla. Esas notas, esos acordes conectaron con una parte de mí y no me soltaron jamás.

No tenía ni idea de cómo se llamaba el grupo, ¿qué iba a saber yo a los trece años? Por supuesto, eran los Kinks y el tema que me enganchó se titulaba All Day And All Of The Night. Le supliqué a mi primo que me pusiera más canciones de esa cinta. Más riffs, más fiereza, más magia. Sonaron You Really Got Me, demoledora, y Till The End Of The Day. Baby, I feel good / from the moment I arise / feel good from morning / till the end of the day. Los coros eran espectaculares. No podía creer lo que me estaba ocurriendo. La sensación era parecida a la de un flechazo: una suerte de burbujeo chispeante, un cosquilleo intangible unido a una inagotable sensación de felicidad. Nada como la música para hacerte feliz y yo estaba experimentando mi primer enamoramiento cuando ni siquiera sabía lo que era el amor. Los Kinks fueron mi primer amor.

Me llevé a casa la cinta Philips de 46 minutos, la devoré de arriba abajo, la puse cientos de veces. Descubrí otras texturas sonoras. Sunny Afternoon, A Well Respected Man, Where Have, All The Good Times Gone… Todas las canciones que escuchaba eran perfectas, redondas, brillantes, algunas cantadas con una indolencia y una musicalidad que enganchaba, otras arrolladoras. Era algo que no había escuchado nunca. Necesitaba más.

96kinks.sleepwalker.jpgPasados unos días le pedí a mi primo más cintas de los Kinks. Pensó unos instantes, volvió a rebuscar en su armario de la música: no era el grupo del que más material tenía. Sacó una cinta original de Arista Records, de portada un tanto siniestra: aparecía el rostro de un tipo pintando de blanco sobre un fondo negro y una mano encima de la cabeza. The Kinks – Sleepwalker. “No te va a gustar, no tiene mucho que ver con lo que te has llevado”, vaticinó mi primo.

Tenía parte de razón: no me entusiasmó en una primera escucha. Yo esperaba más riffs, más caña, pero encontré un sonido sofisticado, con muchos arreglos de guitarra y melodías menos directas. Rock adulto para un adolescente que buscaba acción. Con el paso del tiempo se convertiría en uno de mis discos favoritos de los Kinks, en buena medida por el tema que abre el álbum, Life On The Road, un fantástico viaje emocional por lugares de Londres. Pero en aquel momento necesitaba otra cosa.

No podía creer lo que me estaba ocurriendo. La sensación era parecida a la de un flechazo: una suerte de burbujeo chispeante, un cosquilleo intangible unido a una inagotable sensación de felicidad. Nada como la música para hacerte feliz y yo estaba experimentando mi primer enamoramiento cuando ni siquiera sabía lo que era el amor. Los Kinks fueron mi primer amor.

Como mi primo no podía proporcionarme más material, decidí ir a buscarlo por mi cuenta. En la Salamanca de los primeros 90 no abundaban las tiendas de discos. De las pocas que había, una de mis favoritas era Compac, que estaba al principio del Paseo de Canalejas (luego cambió de ubicación a la calle La Rúa, pero perdió parte de su encanto). Era una tienda pequeña, larga y estrecha. El dueño no era el tipo más simpático del mundo pero sabía mucho de música. Se podría decir que se asemejaba a un Rob Gordon venido a menos —el dueño de la tienda de discos de Alta Fidelidad interpretada por John Cusack—, con esa desidia intrínseca a los comerciantes de las ciudades de provincias. La mayor parte del tiempo estaba solo.

the-kinks-arthur-or-the-decline-and-fall-of-the-british-empire-20121209112839.jpgLe pregunté si tenía algo de los Kinks. Los conocía, primera sorpresa, no podía decir lo mismo de otros lugares. Me llevó casi al principio de la tienda, a uno de los estantes de pop-rock internacional y cogió un CD de portada extravagante con una serie de elementos superpuestos: una taza de té, un retrato, un cisne y una tetera. Miré el reverso, no me sonaba ninguna de las canciones. Me llamó mucho la atención un título, She’s Bought A Hat Like Princess Marina. “¿Pero, esto qué es?”, pensé. No me importó, lo compré. Se trataba de Arthur or The Decline And Fall Of The British Empire, ese agudo retrato de un Imperio decadente contado a través de una familia normal y uno de los discos más laureados de la historia de los Kinks. No sería el último que me llevaría de allí. Pasados unos meses entablaría una cierta amistad con el tipo seco de Compac, que me proporcionaría alguno de los discos que más me han alegrado la vida.

Solo había un pequeño problema: no tenía reproductor de CD, así que no pude escuchar el disco de inmediato. En casa de mi abuela lo reproduje en la cadena mi primo, pero, sinceramente, no me gustó mucho.  Lo dejé abandonado en casa durante un tiempo. Todavía no estaba preparado para apreciarlo.

En otra tienda de discos, Summa, situada en la calle Azafranal, encontré un vinilo de un disco de los Kinks actual. “Acaba de llegarnos”, me dijo la dependienta, aunque yo creo que no sabía muy bien quiénes eran. La portada oscura y un tanto amenazante presentaba un componente violento: se veían animales colgados de edificios en llamas al fondo y en primer plano dos tipos gesticulantes que no había visto en mi vida. “Estupendo, este sí podré escucharlo esta tarde”, suspiré. Era Phobia, el último disco de estudio de la banda.

album-phobia.jpgMe lo llevé a casa y lo puse en el tocadiscos que mi padre tenía en el salón. El tocadiscos estaba ya un poco desgastado, aunque hay que decir que en casa no lo usaba nadie desde hacía mucho tiempo. Extraje el vinilo de su funda (qué maravilloso ritual), lo sostuve por los lados con las palmas de las manos y lo agité levemente como había visto hacer a mi primo, lo coloqué sobre el plato y pasé el cepillo para quitar las posibles motas de polvo. Una operación en cierto modo absurda teniendo en cuenta que el vinilo era nuevo. Pero bueno, la liturgia es la liturgia.

Levanté la aguja y dejé que la magia surgiera. Siendo honestos, no puedo decir que no me gustara, pero la sensación difería mucho de lo que había vivido al escuchar esa vieja cinta Philips de 46 minutos en casa de mi abuela. Las canciones eran mucho más largas, la voz del cantante sonaba ajada y rasgada y había temas flojos. En mitad de la cara B un riff de guitarra de una canción llamada It’s Alright (Don’t Think About It) empezó a repetirse más de lo normal. Sin dar tiempo a que evolucionara la música levanté apresuradamente la aguja, pensando que se había rayado el disco. Tampoco es que tuviera mucha experiencia en el asunto, así que lo devolví a la tienda ante la perplejidad de la dependienta. Ahora sé que el disco estaba en perfectas condiciones y que esa parte de guitarra se repetía hasta la saciedad.

kin.jpgUna vez al año se celebraba en Salamanca la Feria del Disco, ocasión ideal para seguir con mi búsqueda de material de los Kinks. La primera de muchas a las que fui tuvo lugar en un salón del Hotel Castellanos, en la calle San Pablo. Tuve que recorrerme varios puestos hasta que di con un disco que me llamó la atención —esta vez, sí— por su portada. Salía un hombre huyendo y en un graffiti en la pared podía leerse Give the people what they want. Lo puse en el tocadiscos. No había repeticiones sospechosas. Me encantó su sonido más directo. Las guitarras destacaban por encima del resto. Mi nivel de inglés no daba para degustar el ingenio de las letras. Todo a su debido tiempo.

Una tarde hojeando los libros de música en la antigua librería Cervantes de la Plaza Santa Eulalia (hoy desaparecida), casi de incógnito porque al amable personal no le gustaba que la gente merodeara por allí sin comprar, me topé con un libro de los Kinks. ¡Aleluya! Me pasé la tarde entera mirándolo, leyendo historias sobre mi grupo favorito. Pero los de Cervantes me pillaron, así que tuve que volver varias tardes más, antes de que mi madre me diera las pesetas suficientes para comprarlo. Era un libro de Mikel Barsa de Ediciones Júcar Los Juglares. La portada era confusa: se veía a un tipo de unos 40 años con una guitarra acústica y otro en segundo plano sentado sobre lo que parecía un teclado. ¿Por qué salía una persona si en realidad eran un grupo? Me llevó tiempo adivinar que se trataba de Ray Davies y de Ian Gibbons, teclista de los Kinks en la década de los 80 y 90.

Una tarde me topé con un volumen de los Kinks. Me pasé la tarde entera mirándolo, leyendo historias sobre mi grupo favorito. Era un libro de Mikel Barsa de Ediciones Júcar. La portada era confusa: se veía a un tipo de unos 40 años con una guitarra acústica y otro en segundo plano sentado sobre lo que parecía un teclado.

Con la perspectiva del tiempo he visto que el libro —las cosas como son— no es ninguna maravilla, pero a mí en ese momento me encantó, fue mi puerta de entrada a los Kinks, a su historia, muchos años antes de que a golpe de ratón o Google uno tuviera acceso a la mayor información imaginable sobre cualquier cosa. Lo leí entusiasmado. La narración era un poco caótica, la información se entremezclaba con opiniones personales del autor y a veces costaba enterarse de los acontecimientos del grupo que estaba intentando contar. Las fotos tenían unos pie de foto tan escasos que me tiré años pensando que Ray era Pete Quaife. ¡Qué desastre!

the-kinks-10-uk-jive-1989-L-AQaJF3.jpgDespués vendrían más discos vinilos de los Kinks: UK Jive, Think Visual, el single de Supersonic Rocket Ship / 20th Century Man, más ferias del disco donde desenterrar joyas como Misfits o Village Green Preservation Society. Unas navidades me regalaron una minicadena con CD y se abrió un mundo nuevo de posibilidades. En Compac me compré un EP en formato CD, titulado Waterloo Sunset, que tenía un tema desaparecido en sesiones perdidas de los Kinks, On The Outside. Creo que es una de mis cinco canciones favoritas de los Kinks. Y eso es decir mucho, teniendo en cuenta que cada semana cambia mi Top 5, pero esta permanece.

También descubrí los catálogos de discos por correos. ¡Qué gran fuente de felicidad! Pedía ingentes cantidades de cedés de los Kinks por correo y mi madre me los escondía —me decía que no habían llegado— y me los dosificaba para cumpleaños o regalos de Reyes. Así descubrí Soap Opera, Face to Face o Preservation, en esas esplendorosas reediciones de Rhino Records con unos profusos libretos en inglés donde se contaba el contexto del disco.

Hoy en 2017, tras más de dos años de intenso trabajo y toda una vida de fascinación, he conseguido publicar junto a mi gran amigo y compañero de aventuras kinkys, Iñaki García, Atardecer en Waterloo, la biografía musical más completa, rigurosa, exhaustiva y documentada sobre los Kinks que jamás se ha hecho en España, para saldar una deuda que la literatura en castellano tenía pendiente con el grupo. Son casi 800 páginas, un libro arriesgado que gracias al entusiasmo y empuje de Ramiro Domínguez, director de Sílex Ediciones, y de muchas otras personas más, está en librerías de todo el mundo. El mismísimo Dave Davies, fundador de los Kinks, nos ha escrito un prólogo exclusivo. Es un sueño hecho realidad. Si aquel adolescente curioso y pertinaz que buscaba discos de los Kinks por ferias del vinilo levantara la cabeza…

Cartel-Kinks.jpgEn la presentación de libro en Madrid, estuvo Mikel Barsa, quien se ha convertido ahora en un buen amigo y se ha volcado con nuestro libro. En la presentación de Salamanca, tras 24 años en mi poder, hice entrega a mi primo Carlos de esa cinta Philips de 46 minutos que me hizo descubrir a los Kinks. Por supuesto, no la aceptó. Creía que yo me había ganado el derecho a ser su legítimo propietario.


FIRMAS SUMERGIDAS | MANUEL RECIO

Manuel Recio es periodista e investigador musical, además de autor, junto con Iñaki García, de Atardecer en Waterloo (Sílex, 2017), la biografía musical más completa que jamás se ha publicado en España sobre los Kinks. Colabora habitualmente con artículos musicales en medios como El País, Jot Down, Cuadernos de Jazz, National Geographic o Yorokobu. A su vez es el fundador del blog de referencia La música es mi amante sobre los orígenes del jazz y del blues.

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