Ian Gibson: “No me quisiera morir sin ver los restos de Lorca”

Por Emma Rodríguez © 2017 / Ian Gibson llegó a España por primera vez en 1957, con apenas 18 años, sin conocer el idioma y sin saber que ese viaje iba a marcar su destino. De aspecto bonachón y talante curioso, este irlandés al que conocemos como biógrafo de Federico García Lorca, se ha convertido en una figura cercana. Los madrileños, sobre todo los que viven en el barrio de Lavapiés, se han acostumbrado a verlo como un vecino más y a él le gusta implicarse en los asuntos del día a día, tomar partido, hablar sin pelos en la lengua sobre todo aquello que le indigna de un país en el que vive y trabaja desde hace mucho, a cuya cultura se ha dedicado en cuerpo y alma. No sólo Lorca, también Machado, Buñuel, Dalí, han ocupado horas y horas de su vida, convirtiéndose para él en cómplices que le han ayudado a entender una realidad compleja.

Ahora Gibson ha dejado de lado las investigaciones a fondo sobre sus admirados creadores y ha decidido ponerse en primera línea, él como observador, como testigo que da cuenta de sus experiencias y descubrimientos a lo largo de 60 años explorando un territorio que le ha fascinado con sus paisajes, sus costumbres, su literatura y también sus contradicciones. Inevitable situarlo en la estela de los viajeros románticos del siglo XIX. Inevitable pensar en nombres como Washington Irving o Richard Ford al recorrer las páginas de Aventuras ibéricas, un ensayo biográfico subtitulado Recorridos, reflexiones e irreverencias, publicado por Ediciones B, que es el resultado de un ejercicio de recapitulación y que se convierte en un interesante trayecto que, más allá de los lugares comunes, que sin duda los hay –empezando por la imagen de la portada, con el autor delante del típico toro de Osborne– nos ofrece una visión de la idiosincrasia española atenta, sagaz, apasionada y crítica.

Sin duda algunos se sentirán incómodos con esta entrega en la que Gibson vierte sus opiniones personales sobre asuntos tan controvertidos como la Memoria Histórica, o analiza comportamientos nada ejemplares como la dejadez nacional o la falta de educación cívica, pero serán muchos los lectores capaces de dar gracias al hispanista por poner antes sus ojos un espejo en el que reflejarse como colectividad. Gibson consigue en este libro expresar su amor por España, pero también su rabia, algo en lo que insiste una y otra vez. Rabia porque este país que admira por tantas cosas, del que ha adquirido la nacionalidad, no acaba de superar sus eternos traumas y conflictos, nudos enquistados que le impiden avanzar. Esta entrevista tuvo lugar en su casa de Lavapiés, un entorno agradable, luminoso, donde vive con su mujer. Desde las amplias ventanas le gusta mirar a la calle y comprobar el color, la mezcolanza, la convivencia de culturas, una convivencia pacífica que, como señala, “dice mucho de la historia, de la esencia de este país”.

Ian Gibson y Emma Rodríguez. Todas las fotografías de este artículo son de Nacho Goberna

– ¿Partió este libro de una necesidad, la necesidad de mirar atrás, de hacer recuento? ¿Le ha llegado a Ian Gibson ese momento?

– Sí. Yo creo que hay bastante de esto. No lo tuve tan claro al principio, pero ahora que el libro existe fuera de mí, veo que tiene algo de resumen, de cerrar un ciclo. Y la verdad es que me preocupa un poco, porque ya no puedo eludirlo, ya soy absolutamente consciente de que no soy tan joven como antes, ni mucho menos (risas). Después de una larga etapa dedicado a revisar libros anteriores, porque los editores pedían nuevas ediciones, sobre todo de la biografía de García Lorca, me he dado cuenta de que ya no voy a revisar nunca más esos libros, que son mi vida, y de repente me he visto reflexionando sobre todo lo que he hecho hasta ahora, sobre tantas décadas de inmersión en investigaciones a lo largo de España y también de América. Supongo que lo que he buscado es dejar constancia de lo que he hecho, de lo que he sido, de la gente que he conocido por el camino. La obra es un poco un cajón de sastre. No he pretendido en ningún momento escribir una autobiografía, pero sí subrayar algunas cosas que para mí son fundamentales.

– El viaje arranca en 1957, cuando, un poco por azar, nació esa pasión por un país del que entonces sabías muy poco. Me gustaría que comparas al Ian Gibson que llegó por primera vez a España con el de ahora.

– Pues el Gibson que llegó entonces tenía alrededor de 18 años y buscaba su camino en la vida y en la literatura. Tenía clara mi vocación, pero no sabía muy bien en qué dirección desarrollarla. Cuando llegué aquí por primera vez no sabía apenas nada del idioma y no sabía nada de lo que era una dictadura. Nunca había estado fuera de Dublín, no había salido del marco de una familia protestante, bastante limitada culturalmente. El año anterior había aprendido francés y quise seguir un poco más al sur porque me atraía la península ibérica. Cuando llegué aquí nunca había visto un policía armado. Recuerdo el modo en que me impactaron los grises, el miedo que sentía la gente todavía. Ahí empecé a conocer un poco la España de la dictadura de Franco. Todo empezó aquel verano… ¿Qué me diferencia ahora de ese joven? Pues yo sigo siendo de Dublín, sigo siendo quien soy –no creo que la gente llegue a cambiar mucho, radicalmente, con el tiempo– pero ahora puedo decir que he tenido una vida rica en experiencias. Han sido muchísimos los encuentros con personas de todo tipo hablando de Lorca, de Machado, de otros de mis biografiados. Y todo eso, de no haber venido aquí, habría sido muy diferente. España me ha hecho sentir un poco más libre, mover un poco los brazos. Aquí la gente mira directamente a los ojos, te toca, es muy abierta. Y eso a mí, que vengo de una sociedad bastante más tímida, me ayudó muchísimo a ser realmente yo.

Cuando llegué aquí por primera vez, con 18 años, no sabía apenas nada del idioma y no sabía nada de lo que era una dictadura. Nunca había estado fuera de Dublín, no había salido del marco de una familia protestante, bastante limitada culturalmente.

– ¿En el trayecto, a lo largo del tiempo, ha habido algún momento en el que el encanto se ha convertido en un cierto desencanto? ¿Ha habido fases de aburrimiento, de hartazgo de este país?

– Sí, sí… Ha habido de todo. Pero lo que más siento es una especie de rabia. Hay gente que me dice que mi relación con España es una relación de amor-odio. Y yo les señalo que si no hubiera amor no seguiría aquí; que no siento odio para nada, pero sí bastante rabia; porque, claro, a mí me gustaría ver una España más culta, más dialogante, más tranquila, más de acuerdo consigo misma y compruebo que todavía no tenemos exactamente eso. España no llega a ser nunca lo que podría ser por muchas razones y no sé si voy a ser testigo de su avance, de su realización. Me parece que no. Esta rabia que yo siento aquí es muy similar a la que sentía en mi Irlanda natal, porque yo creo que son dos países muy parecidos, que hay una vinculación entre ambos por la vía celta.

– Si hubieras optado por la cultura francesa tu vida habría sido muy distinta, ¿no? Una de las cosas bonitas del arranque del libro es percibir esos momentos en los que todo está por hacerse, esa etapa de juventud de las primeras intuiciones, revelaciones, cuando se toman esas decisiones tempranas que pueden marcar toda una vida.

– Sí, claro. Bueno, al principio del libro explico lo que pasó el verano que fui consciente de que podía entenderlo todo en francés. Llevaba años estudiando el idioma. Conocía la gramática, había leído textos, pero no había podido ponerlo en práctica, no había hablado nunca con un francés cara a cara, hasta que fui a Tours a hacer un curso. Ahí me di cuenta de que ya tenía el idioma dentro. Eso fue una iluminación que no olvidaré nunca. Me dio mucha seguridad y vine aquí con la confianza de conocer ya un idioma románico. Aprender otro no me parecía tan complicado. La verdad es que muchas veces he pensado qué habría pasado si no hubiese descubierto el español, la poesía de Lorca. ¿Qué habría sido de mí si me hubiera dedicado a explorar la cultura francesa? Tal vez si en aquel momento me quedo en Francia y me caso con una francesa, como Samuel Beckett, que era también dublinés (risas), habría empezado a escribir en francés y las cosas habrían sido muy diferentes… El francés todavía está muy dentro de mí. Fíjate: ahora mismo estoy releyendo En busca del tiempo perdido.

– ¿Te habrías dedicado a Proust entonces, en vez de a Lorca?

– ¡Quién sabe! La verdad es que no me arrepiento de nada. Todo ocurrió de la manera que ocurrió y fue algo definitivo en mi vida.

– Lo decías antes y se refleja muy bien en el libro. Me imagino el impacto que te produjo llegar a la España de posguerra, en pleno franquismo, sobre todo la etapa en Granada, cuando empiezas a investigar sobre Lorca, con el miedo todavía instalado en la población.

– Sí. Cuando empecé a investigar, en el año 65, mi intención fue terminar la tesis que había empezado sobre las raíces rurales de la poesía temprana de Lorca. El régimen de Franco ya tenía un largo trecho y aún le quedaba mucho, aunque no lo supiéramos. Había bastante miedo, sí, y yo llegué a Granada preguntando por Lorca y por su muerte. Enseguida me di cuenta de que era algo tremendo, de que había que ir con mucho cuidado, para no implicar a la gente. A mí no me iba a pasar nada, tenía pasaporte irlandés y lo que hacía no era ilegal, pero para ellos era muy peligroso llevar a un extranjero a ver los sitios donde había pasado todo, porque estaba prohibido. Entonces en mí se produjo un vuelco y me di cuenta de que ya no se trataba de terminar la tesis, de que era muy importante hacer la investigación sobre lo que había pasado allí, que no era solo el asesinato de un maravilloso poeta que me fascinaba, sino de miles y miles de personas que permanecían silenciadas. Fue sin duda un momento decisivo. Me di cuenta de que tenía ante mí un libro, una investigación importante y que, además, ese podía ser el arranque de mi carrera literaria. Por todo eso el año 65 es un año que tengo grabado en el cerebro y en la sangre.

Hay gente que me dice que mi relación con España es una relación de amor-odio. Y yo les señalo que si no hubiera amor no seguiría aquí; que no siento odio para nada, pero sí bastante rabia; porque, claro, a mí me gustaría ver una España más culta, más dialogante, más tranquila, más de acuerdo consigo misma y compruebo que todavía no tenemos exactamente eso.

– Hay un personaje curiosísimo en el libro, Agustín Penón, tu predecesor, digamos, esa persona que antes había hecho las mismas pesquisas, las mismas investigaciones, pero que se ausentó de Granada de repente, sin haber publicado nada. Todos te hablaban de él.

– Sí. El pobre Agustín Penón. Todo el mundo hacía referencia a Agustín Penón el año 65. No sabían qué había pasado con él, porque desapareció de la faz de la tierra. Yo llamaba a una puerta, se abría, y me lo citaban una y otra vez: Agustín Penón ya habló conmigo de esto; Agustín Penón ya me lo preguntó; Agustín Penón, Agustín Penón, siempre estaba presente…Para mí ese personaje era un misterio hasta que conocí años después en Madrid al director y profesor de teatro William Layton, que había sido un gran amigo suyo, y me explicó todo lo que había pasado con su caso. Fue él quien me pasó la famosa maleta con sus papeles, gracias a la que constaté que había estado en Granada exactamente diez años antes que yo y había hablado con mucha de la gente con la que yo hablé, escuchado más o menos las mismas versiones de la historia. ¡Qué cosa más rara! El hombre murió el año 1976. Algunas personas han dicho que se suicidó, no lo sé. Pero lo cierto es que en sus escritos se percibe su desesperación porque no llegaba, o no podía desarrollar sus investigaciones. Él escribía una mezcla de inglés y español y tenía un problema con el estilo que pudo ser lo que le impidió llevar a cabo el proyecto. Yo creo que conoció mi libro, que se publicó el año 71, o, por lo menos, se enteró de su publicación.

– Es una historia bastante novelesca, ¿no? Su legado pasó a ti…

– Sí. Yo fui el primero en publicar una selección de sus textos y luego utilicé algo de sus investigaciones en mi biografía, con el permiso de Layton, pero fue una tarea ardua, porque, como te decía antes, los papeles estaban escritos en una complicada mezcla de inglés y de español y había que traducirlos, que organizarlos. Era terrible, porque no fue capaz de terminar ninguno de los capítulos que comenzó. Se ha dicho que él renegó de seguir trabajando en el tema por no hacer daño a sus informantes, pero yo he visto toda la correspondencia. En ella se puede comprobar que trató de publicar un libro y fue rechazado por no sé cuántos editores, pese a haber sido recomendado por su amigo Thornton Wilder, un escritor muy conocido, autor de la novela histórica Puente de San Luis Rey. Es mentira lo que se ha dicho de que Penón abandonó voluntariamente el proyecto. En realidad no logró organizar la obra que quería hacer y yo creo que casi se volvió loco con el asunto. Puedo entenderlo porque a mí casi me pasó lo mismo. Si yo no hubiera estado con mi mujer, si no hubiera gozado de una estabilidad emocional en Granada, creo que aquel año también me habría vuelto loco, porque no había documentos a los que recurrir y cada noche te contaban algo diferente. Me recuerdo tomando copas con los hermanos Rosales un día tras otro. Bebían mucho y había que seguirlos a sus puticlubs… Eran tremendos, totalmente noctámbulos. Resultaba difícil sacar algo en limpio de esos encuentros. Toda la historia en torno a Lorca era para volver loco a cualquiera y aún lo sigue siendo.

– Lo que es increíble es ver que tantos años después, tras tanto trabajo e investigación, no se hayan recuperado los restos de Lorca ni siquiera se sepa con exactitud dónde están. Eso debe de ser frustrante…

– Frustrante y desesperante. Y lo más difícil de entender es que la familia no aclare nada. Es raro el día que alguien no me pregunte por qué la familia no quiere saber dónde están sus restos. Es inexplicable. Lorca es uno de los desaparecidos más famosos del mundo y la familia sostiene que no quiere que sea un caso diferente, que está allí con otros miles, que no hay que singularizar al poeta… Pero no se trata de eso. Hay que ir mucho más allá. Yo no me quisiera morir sin ver los restos de Lorca, pero es que, en general, este país no está haciendo los deberes con sus muertos. Es una vergüenza que el Estado español no haya rescatado los restos de más de 115.000 víctimas de la represión franquista. Es terrible que en tantos años de Democracia no se haya hecho. Yo puedo entender que el PP no tenga interés en acometer esa tarea, porque ellos son los herederos, en mayor o menor medida; ellos vienen de ahí, pero el PSOE, teniendo una mayoría absoluta como ha tenido, tampoco fue capaz de hacerlo y eso es una vergüenza. Tuvieron un apoyo masivo después del intento de Golpe de Estado de Tejero y no se aprovechó. Estamos hablando de una dictadura cruelísima, que siguió matando a muchísima gente después de la guerra. Eso no se puede dejar ahí colgado, silenciado. No se puede zanjar diciendo que ha prescrito y que hay una ley de amnistía, que, por cierto es anticonstitucional. Se trata de un problema que a mí me duele.

– ¿Explica eso, en gran parte, la rabia de la que hablas?

– Sí. Es una de las razones por las que tengo dentro esta rabia. Es necesario repasar la Historia de este país y enmendarla en la medida de lo posible. Ahora, por ejemplo, escuchamos a los socialistas decir que se trata de recuperar el espíritu del PSOE, pero el partido también estuvo dividido durante los años de la II República y en los últimos meses había confrontación entre el PSOE de Largo Caballero y el de Indalecio Prieto, hasta tal punto que no permitieron que el segundo fuera primer ministro con Azaña. Los socialistas de entonces estaban a la greña, cuando tenían enfrente el grave problema del fascismo. Es desesperante. Ahora están reivindicando ese PSOE, sin acabar nunca de ser conscientes de que ellos han sido culpables de muchos de los problemas de este país a lo largo de la Historia reciente. Y, vuelvo a lo de antes: no buscaron a los muertos cuando tuvieron la posibilidad de hacerlo.

– Dices que lo más terrible de la España actual es mantener, cuatro décadas después de la muerte del dictador, a las víctimas todavía insepultas del franquismo. Eso lo resume todo.

– Sí. Para mí esa es la gran asignatura pendiente. Y lo expreso así, con indignación, porque tengo la nacionalidad española desde el año 84. Yo sigo siendo dublinés; obviamente no soy español, no he nacido aquí, pero sí tengo la nacionalidad. Y eso me permite decir lo que pienso con bastante contundencia. Aquí vienen otros hispanistas y no se atreven a hablar como yo hablo, es lógico. Pero yo soy residente, vivo y trabajo en este país y no tengo una cuenta en Andorra, no engaño al Estado. Por eso me permito decir lo que digo y cómo lo digo. Ha habido quienes han reaccionado señalado que mis comentarios son terribles y que si no me gusta España que me vaya a mi mierda de país. He tenido que escuchar eso, no a la cara, siempre desde detrás de un parapeto, de un disfraz. Y siempre he contestado que no soy un hispanista de esos que vienen y se van, que mi caso es diferente. Me identifico mucho con este país y creo que no puedo dejar de subrayar cuál es, en mi opinión, la gran asignatura pendiente. La derecha española es miserable, absolutamente calumniosa. No se puede decir que la gente busca al abuelo cuando hay una subvención detrás. Todas las calumnias son viles, pero esta alcanza el máximo de la vileza. Y el propio Rajoy se jacta de no haber gastado ni un duro en memoria histórica y de cerrar la oficina cuando llegó al poder. Aquí hubo cien mil muertos y muchos más en las cunetas, tirados como perros. El franquismo desenterró a sus fusilados y ahora se atreven a decir lo del abuelo y la subvención. Es una vergüenza. Y hay que seguir diciéndolo.

La derecha española es miserable, absolutamente calumniosa. No se puede decir que la gente busca al abuelo cuando hay una subvención detrás. Todas las calumnias son viles, pero esta alcanza el máximo de la vileza.

– Ahora, cuando se lee tu libro, esa Granada, a la que llegaste parece muy lejana. Pero no ha pasado tanto tiempo y el pasado sigue marcando el devenir de este país.

– Claro, pero es inevitable. No me gusta hacer comparaciones y menos con la Alemania nazi, con el exterminio de millones de judíos, pero allí luego se celebraron los juicios de Nüremberg. Aquí no hubo nada de eso. Y no se puede silenciar todo lo que ocurrió en esos 40 años de dictadura, no se puede olvidar que el régimen de Franco siguió matando y machacando a la gente en las cárceles.

– En estos últimos años se ha empezado a cuestionar la Transición. ¿Te parece sano? ¿Comprendes a quienes se escandalizan cuando se detectan y analizan los errores de esa Transición que se nos vendió como tan modélica?

– Lo que no admite dudas es que aquí no se hizo la limpieza necesaria. Puede que no fuera posible en un primer momento, pero ha habido mucho tiempo y aún no se han hecho los deberes, como decía antes. Los socialistas, repito, después del golpe de Tejero tuvieron todo a su favor para haber actuado con contundencia, con firmeza. Tenían un apoyo masivo de toda la población. Entonces podían haber eliminado por completo los símbolos fascistas, toda esa parafernalia: los nombres de las calles, las estatuas. Podían haberlo hecho y no lo hicieron. Ellos seguirán diciendo que no fue posible, que era peligroso, pero después de lo de Tejero ese argumento no es creíble. Hubo cobardía, se trató de eso. Es cierto que habría habido protestas, pero en España se protesta por todo, cada vez que algo se cambia, pero luego las cosas se asumen con normalidad. Sucedió con el divorcio, con la normativa de no fumar en los bares… Es la inmediatez de la vida aquí. Se suele hablar y opinar mucho y se acostumbra a escuchar menos. En este caso habría pasado lo mismo.

– Hay dos vertientes que dicen mucho de este país y que se reflejan muy bien en Aventuras ibéricas. Por una parte, la dejadez ante la cultura. No se percibe, a nivel institucional, orgullo ante tantos nombres de una cultura riquísima a la que ni siquiera se intenta sacar partido a nivel de prestigio, de marca, por utilizar este término tan empleado políticamente.

– Sí, claro. Y se puede explicar porque nunca ha habido estabilidad para nada. Bueno, algunos podrían decir que en la dictadura hubo estabilidad, una estabilidad impuesta, forzada, sin cultura. Pero ¿cuando ha habido una auténtica estabilidad democrática? La Primera República duró apenas once meses, de 1873 a 1874, y después llegaron otra vez los Borbones, siempre la vuelta de los Borbones… Y la II República duró cinco años, pero no fueron cinco años estables, sino muy convulsos, con dos años de las derechas en el poder que deshicieron todo lo anterior. Me refiero a lo que dice Larra de hacer y deshacer, de tejer y destejer, sin continuidad. Ese es el gran problema. Que no ha habido continuidad en nada y sin continuidad no se puede tener fe en el porvenir. Es imposible, genera un claro problema de identidad. Pensemos en el Reino Unido, por ejemplo. Yo soy irlandés, no soy británico, tengo que subrayarlo todos los días, pero soy capaz de valorar que ellos sí que han tenido una estabilidad, capaz de crear una cultura densa, que no se ha cambiado según los gobiernos de turno.

En este país no ha habido continuidad en nada. Me refiero a lo que dice Larra de hacer y deshacer, de tejer y destejer. Ese es el gran problema. Y sin continuidad no se puede tener fe en el porvenir. Es imposible, genera un claro problema de identidad.

– En cierto modo, la valoración de la cultura española siempre ha llegado de fuera. Los primeros en admirar la obra de Cervantes fueron los críticos extranjeros, anglosajones. Los hispanistas han desempeñado un papel muy importante, se han ocupado muchas veces del trabajo especializado, de las biografías de nuestros grandes escritores y artistas.

– Sí. Bueno, aquí también ha habido grandes estudiosos, pero entiendo lo que dices y en cuanto a lo de las biografías, es verdad. En España acometer una biografía es una tarea casi imposible. Lo sé. Me consta. Mi biografía de Dalí, por ejemplo, que me costó diez años de trabajo, fue financiada por un editor en Nueva York y otro en Londres, y luego, finalmente, se sumó el sello Grijalbo, que entró cuando el grueso del trabajo estaba hecho. Aquí nadie cree en un proyecto de este tipo, nadie tiene fe en que pueda llegar a buen fin. No hay sellos dispuestos a pagarlo, te dicen que no hay dinero para anticipos. También, en el fondo, tiene que ver con el problema de la falta de continuidad y de fe en el porvenir. Como dice Antonio Muñoz Molina en su ensayo Todo lo que era sólido, cuando creíamos que por fin había algo sólido resulta que nos dimos cuenta de que se podía deshacer en cualquier momento. Yo no soy tan pesimista, pero en fin… En cuanto a lo que dices del hispanismo, sí, ha sido fundamental para estudiar y dar a conocer la cultura española fuera. Aquí ha habido iniciativas magníficas, como la Institución Libre de Enseñanza y la Residencia de Estudiantes. Pero con la guerra todo se quedó en nada.

– ¿Te sientes parte de la estirpe de los viajeros románticos del XIX? ¿Cuánto hay en Ian Gibson de esa tradición?

– Sí. Hay algo de eso en mí. En el fondo soy un romántico. Me fascina toda la mezcla de sangres que hay aquí, la unión de Oriente y Occidente, el mapa de los yacimientos. Yo he pasado muchas horas de mi vida recorriendo los jardines del Generalife en La Alhambra, meditando sobre todo aquello. Es imposible no ser romántico, no recordar todo lo que fue el romanticismo y la ruta de los viajeros ingleses, de los curiosos impertinentes. Vengo un poco de ahí. Me gusta utilizar la razón, pero cuando veo la luna llena sobre la Alhambra, entiendo el romanticismo. Escuchar el susurro de las fuentes es algo único en el mundo.

– Ahí están Washington Irving, Richard Ford…

– Sí. Están los Cuentos de la Alhambra, de Irving, que se convirtieron en un best-seller internacional y que siguen atrayendo a miles de turistas. Indudablemente es una obra que me gusta, pero, personalmente, le debo mucho más a Richard Ford, un grandísimo escritor. El libro que hizo de España, una guía que le encargó el editor londinense John Murray para su recién estrenada serie de hand-books, y que le costó unos seis años de trabajo, es fantástica. No hago más que recomendarla. Para mí es una de las mejores obras hechas sobre este país. Ford dice que España es “el país más romántico y peculiar de Europa” y lo analiza a fondo, sin ocultar para nada sus propias filias y fobias. Ya señalaba que su decadencia era debida, en primer lugar, a una carencia de políticos, reyes y líderes competentes. Es muy revelador este libro. Y, por suerte, puede encontrarse. Ahora mismo hay una edición en Turner [Manual para viajeros por España y lectores en casa. Observaciones generales].

– Como cuentas, Ford, en su tiempo, ya definió y reflejó con mirada lúcida la idiosincrasia de este país y algunos de sus conflictos fundamentales. Es increíble cómo analiza el tema de la corrupción, su procedencia de la picaresca…

– Sí. Lo vio clarísimamente. Él venía de una tradición protestante y achacaba todo esto a una mezcla de lo oriental y de lo católico. Decía, por ejemplo, que todo era pura improvisación y también que había un fatalismo oriental persistente y que cualquier propuesta, aunque fuera muy lógica, se veía como irrealizable, chocaba siempre con un “no se puede”. Ford llegó aquí con la moralidad, con la superioridad protestante a cuestas, y lo que vio entonces es lo que muchos seguimos viendo hoy: la picaresca, la corrupción. Adoraba al pueblo llano, pero no aguantaba a los políticos, a la nobleza (“España es una nación donde todos son nobles, menos la nobleza”, escribió). Y captó muy bien eso de que aquí no hay nada estable. Son muchos los aspectos que analiza y los analiza muy bien. Su retrato es el de una nación que ha echado a los judíos, que ha echado a los moriscos, que no ha sabido cuidar su campo y lo ha llevado a la ruina, centrándose en el dinero fácil del otro lado del Atlántico, en la fascinación por el potosí, el brillo, las fachadas hermosas. Pero detrás nada estaba terminado… Todo eso, que él vio, sigue retratando la historia reciente de España. Es una constante.

Richard Ford decía que en España todo era pura improvisación y también que había un fatalismo oriental persistente y que cualquier propuesta, aunque fuera muy lógica, se veía como irrealizable, chocaba siempre con un “no se puede”. Llegó aquí con la moralidad, con la superioridad protestante a cuestas, y lo que vio entonces es lo que muchos seguimos viendo hoy: la picaresca, la corrupción.

Aventuras ibéricas comparte ese tono de observación, análisis y asombro. Hay un capítulo ante la sorpresa que te provocan los refranes y los tacos, ante su capacidad para retratar el modo de ser y de actuar de los españoles. Ahí está, por ejemplo, el tan usado “tonto el último”…

– Sí. Hay un capítulo en mi libro sobre los tacos en España. Ford no se refirió a ellos porque él escribió su guía en los comienzos de la Inglaterra victoriana y era algo que no se podía concebir. La mezcla entre lo escatológico y lo sagrado en los tacos españoles creo que es algo único de este país. Esas cosas que se dicen son increíbles. Y luego está esa idea de valorar al pillo, ese “tonto el último” o “maricón el último”, al que te refieres. Es muy fuerte en el español eso de no ser gilipollas. Si no haces tal o cual cosa, aunque no sea lo correcto, lo más honrado, aunque vaya en contra de la ley, eres imbécil. Recuerdo cuando en Granada empezó todo el tema del ladrillo. En el valle donde yo vivía, que era un paraíso, empezaron a llegar los ingleses con dinero en busca de casas y de la noche a la mañana, el valor de las viviendas se disparó. Fue como la búsqueda del oro en el Oeste americano. De repente los campesinos vieron que sus tierras, sus ruinas, valían dinero… Ahí pude apreciar la codicia con mayúsculas, de repente el aluvión de dinero fácil… Está claro que esto mismo se puede detectar en Londres, en París, en Madrid, pero cuando lo ves en un sitio mucho más pequeño, es tremendo. Entonces fui consciente del sentido de esos dichos. Quien no se aprovechaba de la situación, quien no se enriquecía con ello, era simplemente porque era tonto.

– La ausencia total del concepto de bien común también la captó Richard Ford.

– Así es. Y también en este aspecto, por desgracia, siguen sin cambiar las cosas. Yo te lo puedo demostrar en una calle, aquí en Lavapiés, muy cerca de mi casa. Se han plantado árboles y se han puesto unos bolardos para protegerlos, hasta aquí estupendo. Pero cuando un coche choca contra el bolardo y lo derrumba, ya no se reemplaza. Desaparece la protección y luego desaparece el árbol o, si tiene suerte, sigue, pero muy torcido, como se pueden ver algunos aquí. Esto es impensable en un país como Inglaterra, por ejemplo, porque existe un servicio de mantenimiento y una costumbre ciudadana de cuidar los bienes comunes. Aquí las cosas se hacen una vez y se dejan. Y lo de tirar los papeles al suelo es muy normal en una ciudad como Madrid. ¿Cómo puede mejorar todo eso? Pues sólo mejorará cuando haya un pacto de educación, algo que a día de hoy no ha sido posible. Por citar un ejemplo reciente: Cuando empezó a gobernar la derecha, en esta última etapa, echó abajo la asignatura de Educación para la Ciudadanía, que era muy necesaria en este país. No podía ser, porque era algo de izquierdas y no les gustaba el concepto de ciudadanía. ¿Por qué no les gustaba cuando el civismo es lo más grande que hay? Ahora los profesores hacen lo que pueden, claro que sí, pero no es suficiente. Hace falta un pacto para tener un sistema educativo que no cambie al albur del gobierno de turno, porque de esa manera el país nunca va a poder competir ni avanzar. Hay mil cosas que se podrían hacer y sería fácil si se llegase a acuerdos de continuidad.

– Antes citabas a Richard Ford cuando se refería a España como el país más peculiar de Europa. Paul Bowles, otro gran viajero, resaltaba su carácter dramático, aludía a sus contrastes, fáciles de percibir y de recordar. “Casi cada aspecto de España debe su carácter a una contradicción”, escribía.

– Probablemente tiene razón. Este país es una mezcla de culturas, de raíces, de sangres. Se trata de un país no «amalgamante», que nunca se junta, como también señalaba Ford. Siempre ha sido así. Ha habido una clara tendencia a no amalgamar y luego también hay que tener en cuenta la geografía, la orografía, que ha impuesto sus dificultades. Cubrir el trayecto de Cádiz a Galicia todavía lleva mucho tiempo. Es un milagro llegar desde Atocha a Barcelona en dos horas y media en el AVE. España es el segundo país más alto de Europa, está atravesado de cordilleras y las comunicaciones siempre han sido muy difíciles. Eso influye en que la gente se sienta en casa en su región, en su pueblo, pero con una noción más difuminada del conjunto.

– Puede parecer que estamos todo el tiempo criticando, viendo lo peor de este país, pero es que realmente me parece sano e interesante comprobar, con curiosidad, sin complejos, incluso con sonrisa, cómo nos ven desde fuera. Eso es lo que consigue tu libro. Cuando vivimos en un país lo tenemos todo tan cerca, estamos tan inmersos en las costumbres, en el lenguaje, en la cultura, que no percibimos realmente cómo es el país, cómo somos y actuamos colectivamente.

– A mí me parece que realmente puede ser así, siempre que el lector sea capaz de escuchar, sin enojarse. Tal vez esa es la ventaja que yo tengo. Como decía antes, al tener la nacionalidad española, no soy tan extranjero como otros, que vienen, ven, critican y despotrican, y después se van. En la línea de tu comentario, muchas personas me han dicho últimamente que lo que cuento les resulta muy útil y me dan las gracias por decirlo porque les hace reflexionar. Esa es la idea del libro. Yo vengo aquí a España y me fascina tanto que me quedo a vivir, pero no puedo dejar de ver ciertas cosas. Antes, entre otras cosas, señalaba lo de país no «amalgamante», pero aún no me he referido a otro de los rasgos que no dejan de sorprenderme: el de país no “señalizante”. Alguien que no ha leído mi libro me comentó que en España apenas había señales. Es increíble. Un país que tiene las riquezas, las maravillas que tiene, no las señala, no las muestra. Un ejemplo: Vas a Toledo y no te enteras de que hay un circo romano fabuloso. Poca gente lo conoce. Es un circo inmenso en la llanura, muy bien conservado en algunos trazos, pero no está señalizado. Llegan miles de turistas y no encuentran una señal que les indique que existe ese lugar, donde cabían en su día unos 13.000 espectadores que acudían a ver carreras de cuadriga, tipo Ben-hur, y todo eso. Se puede hacer un espectáculo, hacer algo, con ese pedazo de Historia. Pero hay abandono, desidia, dejadez, y, repito, falta de continuidad. No hay costumbre de mantener lo que se tiene, de cuidarlo.

– ¿No crees que ese desinterés por la cultura y por la Historia fomenta la desmemoria, y que eso resulta peligroso, porque crea confusión, porque a partir de ahí es mucho más fácil engañar, manipular?. A las nuevas generaciones, por ejemplo, no se les explica bien la Guerra Civil. Ahora se ha instalado la moda de la equidistancia, la tendencia a explicar la contienda como la historia de dos bandos que lucharon de igual a igual, que cometieron barbaridades similares…

– Por supuesto. Y nos remontamos un poco más y tenemos toda la historia de los moriscos expulsados, de los judíos, que eran tan españoles como los cristianos, y que fueron echados. En el libro dedico un capítulo a esa obsesión por la sangre pura, algo a lo que también se refirió Richard Ford. Ahí podemos encontrar las raíces del nazismo. Sus ideas no surgieron de la nada. Un repaso a la Historia de España, una lectura del Quijote y de otras obras nos pone en antecedentes. La defensa de la sangre de cristiano viejo está ahí, muy presente, y es una mentira, porque no se puede sostener que no haya una gota de sangre judía ni de sangre mora. Para mí lo grande de este país es ese carácter mestizo, la España mestiza. Aquí no se enseña a los niños los topónimos, no se les dice que Madrid, por ejemplo, en árabe significa alcantarilla y que La Mancha, la de de Don Quijote, quiere decir llanura alta en árabe. Esto lo sabe muy poca gente. No se aprende en las escuelas. La gente de aquí es una mezcla de sangres y esto no se enseña oficialmente. Siempre se está dando vueltas a los visigodos, con la historia de Recaredo cuando se convirtió al catolicismo. Esto fue en el año 587, pero España empezó mucho antes, con los cartagineses, con los fenicios, con los griegos, con los romanos. Por eso le doy tanta importancia a todo esto en el libro, donde se incluyen mapas donde llama la atención que hace dos mil años los romanos conectaron España con Portugal a través de calzadas. Los romanos organizaron esto y estuvieron mucho más tiempo que los visigodos, pero no se habla lo bastante de ese capítulo tan importante de la Historia, como tampoco se fomenta el latín, la lengua de la que procedemos.

Un repaso a la Historia de España, una lectura del Quijote y de otras obras nos pone en antecedentes. La defensa de la sangre de cristiano viejo está ahí, muy presente, y es una mentira, porque no se puede sostener que no haya una gota de sangre judía ni de sangre mora. Para mí lo grande de este país es ese carácter mestizo, la España mestiza.

– Si algo queda claro al leer Aventuras ibéricas es que tus biografiados te han enseñado a entender España. Centrémonos en Lorca. ¿Qué es lo que te ha enseñado Lorca de este país?

– Uff!!! Muchísimo. Me resulta difícil resumir. A través de la mirada de Lorca he interpretado este país, pero también mi propio país y el mundo en general, porque él es un poeta telúrico. “Yo soy un poeta telúrico, toda mi creación la saco de mi manantial”, decía. Lorca es un hombre agarrado a la tierra. Viene de la tierra andaluza, milenaria, y esto, que tanto expresa en su obra, es lo que nos pone en contacto con el misterio, con las raíces milenarias que todos tenemos: con la luna, con la mitología griega, con todo este mundo misterioso del que procedemos y que desconocemos. A mí me ha dado el escalofrío que necesito en poesía. Soy un poco romántico, él también lo era. En sus primeros escritos hablaba siempre del romanticismo y todo eso me ha tocado mucho. Y luego está  la compenetración con el sufrimiento del otro, que es el gran tema de Lorca, su cercanía a todos los que sufren, a los perseguidos, como él decía: al gitano, al negro, al morisco, “que todos los granadinos llevamos dentro”, cito sus palabras. Lorca se identifica con la Granada que se perdió para siempre con la toma de los cristianos. El está con la mezcla, con la mezcolanza, con el mestizaje. Todo esto, que a mí me parece fabuloso, lo descubrí en él. En realidad, el conjunto de su obra, cada uno de sus elementos, me hace pensar y repensar constantemente.

– ¿Cuáles de sus títulos prefieres?

– Bueno, esa también es una pregunta muy difícil para mí, pero si tuviera que elegir una obra de teatro sería Doña Rosita la soltera. Ahí está Doña Rosita, en su Carmen, esperando al hombre que nunca volverá, porque se ha ido para siempre. Para mí ella simboliza Granada, la Granada con la que se identifica Lorca. En cierto modo, la ciudad es la protagonista de toda su obra. Su presencia se encuentra debajo de la superficie de todo lo que escribió. En cuanto a la poesía, supongo que me quedaría con una antología, porque tengo muchos poemas absolutamente interiorizados. Tendría que haber algo del Romancero gitano; algo de Poeta en Nueva York… Probablemente si sólo pudiera quedarme con un libro sería Poeta en Nueva York, aunque el resto también lo llevo muy dentro. Es raro el día que no afloren versos, imágenes. Tenía apenas 18 años cuando tropecé con la poesía de Lorca y empecé a captar sus metáforas. Era muy joven y no sabía nada de nada, pero ya me sorprendían sus imágenes, a veces complejas y a veces de una tremenda sencillez. Cuando dice “La noche se puso íntima como una pequeña plaza”, cualquiera puede captar el sentido, la intención, pero luego todo se complica, todo se enreda, y hay trabajo para dos catedráticos (risas), para descifrar, por ejemplo, la influencia sobre su poesía de la imaginería griega, porque él se mueve todo el tiempo entre lo popular y lo culto.

La compenetración con el sufrimiento del otro es el gran tema de Lorca, su cercanía a todos los que sufren, a los perseguidos, como él decía: al gitano, al negro, al morisco, “que todos los granadinos llevamos dentro”, cito sus palabras.

– ¿Has dado por concluidas las investigaciones sobre García Lorca? ¿Lo das ya das por zanjado?

– Bueno él estará dentro de mí hasta mi muerte. El tema de sus restos me sigue ocupando y no puede ser de otra manera porque me llaman constantemente y yo mismo quiero saber. Seguiré con esto. Es algo que no puedo abandonar.

– ¿Eres optimista al respecto? ¿Crees que en algún momento se va a aclarar la historia?

– Sí. Yo creo que los restos están muy cerca del lugar donde buscaron por primera vez, en la localidad de Alfajar. Conozco el terreno como la palma de mi mano porque son ya muchas décadas de investigación. Y creo que los restos están muy cerca de donde a mí me mostró el enterrador, Manuel El Comunista. Sigo creyendo lo que me dijo en su día, no creo que me mintiera. Pero, claro, se utilizó un georadar y este método, si no se está encima, muy encima de la ubicación exacta, no detecta restos humanos. Yo pienso que tenía que haberse ampliado la búsqueda. El olivo que Manuel me indicó, situando en sus inmediaciones la fosa, está todavía allí. Fue la referencia que él me dio. Allí han puesto un pedestal en memoria de García Lorca y de todos los muertos de la guerra y cuando lo colocaron alguien dijo que estaba situado donde señaló el gilipollas de Gibson… Yo me limité a transmitir lo que me habían indicado, pero me echaron la culpa (risas). La verdad es que en la exploración se gastaron unos 80.000 euros de dinero público y que quienes la hicieron ni siquiera me consultaron. Ellos querían hacerlo solos, sin el guiri. Ese es un problema que se da mucho: que tus adversarios no están en el otro bando, sino que pueden estar en el tuyo propio, por las razones que sea.

– ¿Aún hay mucho que descubrir sobre Lorca? ¿Qué camino les queda a los nuevos investigadores?

– En lo que respecta a documentación de importancia, no lo sé. No creo que la Fundación Lorca tenga obras inéditas que dar a conocer. Pero es posible que aparezcan papeles interesantes. Hay que tener en cuenta que hubo una diáspora, que muchísimos españoles se tuvieron que marchar y a veces lograron salvar escritos, cartas, libros… En México, en Argentina, en algún momento podría aparecer un papel fundamental que aclarara algún aspecto de su vida. Te doy un ejemplo: su gran cómplice, uno de ellos, fue Rafael Martínez Nadal, que se murió hace algunos años. Él, que yo creo que era bisexual, aunque nunca lo admitió, hizo un análisis de El Público y escribió bastante sobre Lorca, muy pendiente del tema de la homosexualidad del poeta. Siempre dio a entender que no era explícita y señaló que los críticos insistían demasiado sobre este aspecto. Sabemos que Martínez Nadal tenía correspondencia con Lorca desde Nueva York, y se ha rumoreado que en esas cartas se hablaba de orgías con negros. Él dijo que iba a quemar esa correspondencia por demasiado íntima, pero yo no sé si lo hizo o no lo hizo. Espero que no. Su viuda vive todavía en Londres y es posible que cuando muera, como suele suceder en estos casos, sus nietos, menos conservadores, decidan dar a conocer esa documentación, que puede valer una fortuna. Si apareciera una de esas cartas de Lorca hablando de sus encuentros en Harlem sería algo fantástico. ¿Por qué vamos a seguir ocultando lo que sabemos que fue su sexualidad? No sé si llegaremos a ver eso. Y hay otros casos. En México, de repente, podrían aparecer otras cartas de los amigos más íntimos. Sin ir más lejos, las misivas de Lorca a Dalí han desaparecido. Dalí dijo que las tenía, pero cuando murió no se encontraron. ¿Dónde están? ¿fueron robadas? Tenemos las que Dalí le envió, unas 40, frente a apenas dos o tres suyas. Si tuviéramos el resto tendríamos una de las correspondencias más fabulosas del siglo XX, teniendo en cuenta, además, que cuando Lorca escribía a Dalí ponía todo lo brillante de sí mismo en cada línea, porque le quería impresionar. Es muy posible que este material acabe apareciendo algún día.

Las misivas de Lorca a Dalí han desaparecido. Dalí dijo que las tenía, pero cuando murió no se encontraron. ¿Dónde están? ¿fueron robadas? Tenemos las que Dalí le envió, unas 40, frente a apenas dos o tres suyas. Si tuviéramos el resto tendríamos una de las correspondencias más fabulosas del siglo XX.

– Dalí es otro de tus personajes. Gracias a él, como cuentas en el libro, has comprendido mejor Cataluña, el eterno conflicto de Cataluña respecto a España.

– A través de Dalí y a través de su prima Montserrat, que me explicó muchísimo cómo vivían ellos el ser catalanes frente al centralismo español de Madrid. A través de su punto de vista, entendí mucho mejor el separatismo catalán, otro de los problemas sin resolver de este país. Yo creo que encajaría muy bien en una república federal y abogo por el aprendizaje del catalán fuera de Cataluña. En esta España del PP, al que tanto se le llena la boca hablando de la gran España, la sagrada unidad de España, se debería hacer un esfuerzo. Llevan siglos con la idea de la unidad (España es un designio de Dios y la división es una herejía), pues si es así habría que aprender algo de catalán, porque es un idioma con su cultura, no es un miserable dialecto ladrado por perros, como se decía bajo el franquismo. Yo espero que un día se acabe transformando el Senado en cámara territorial, como dicen los socialistas, y que se utilicen los idiomas del Estado en Madrid, a nivel de Gobierno. ¿Quién ha leído algo en catalán en Madrid? Pues nadie. Es una locura, una pobreza.

– ¿Hablas de Ir hacia una España federal, que se reconociera en sus desigualdades?

– Sí. Esa es la única solución posible, aunque yo con lo que de verdad sueño es con ver la República Federal Ibérica, como Saramago. Me gusta imaginar la inclusión de Portugal. Portugal es una maravilla. Es también latín, cuna del latín, ese idioma del que procedemos todos, que apenas se enseña en los institutos. Y es una pena. Sería fantástico ver a Portugal dentro de una Federación Ibérica. Sería algo único en el mundo y algo capaz de dar mucho al mundo. Se trata de un gran yacimiento arqueológico, de una gran mezcla de culturas. Se puede explotar incluso económicamente, como puente de culturas entre Occidente y Oriente, entre las Américas y Europa. Tiene absolutamente todo a su favor, empezando por el clima…

– ¿Sigue teniendo España y la cultura española tanto interés para los hispanistas? ¿Hay nuevas generaciones que se van incorporando?

– Yo creo que sí. Aquí hay trabajo para miles de hispanistas durante años y años. Aunque sólo se conoce a los más importantes, hay una gran cantidad de personas investigando ahora mismo sobre la cultura española, y también sobre la italiana. Eso es lo normal. Cuando la gente me pregunta cómo es posible que sean los extranjeros los que escriben de aquí, yo siempre digo que lo lógico sería que James Joyce tuviese un biógrafo nacido en Almería. Somos europeos. Pero esto no se ha dado a consecuencia del franquismo. Con la II República empezaban a publicarse más biografías, había más becas. Ahí estaba la Institución Libre de Enseñanza y la Residencia de Estudiantes. Pero todo acabó en un desastre. España puede considerarse un país trágico, en el sentido de que siempre pierde el tren. En los años 30 hubo un renacimiento, una eclosión cultural extraordinaria. No solo fue una cuestión de fascismo y comunismo. Pero todo quedó roto por la guerra y por los 40 años que siguieron.

Cuando la gente me pregunta cómo es posible que sean los extranjeros los que escriben de aquí, yo siempre digo que lo lógico sería que James Joyce tuviese un biógrafo nacido en Almería. Somos europeos.

– Luego tuvimos la efervescencia de la Transición, los años 80, pero ahora atravesamos otro momento de regresión.

– Sí. Es evidente que hay otro momento de regresión, pero yo quiero que, pese a todo, mi libro sea optimista. Que nadie piense lo contrario. Estar dentro de Europa es algo importante. Ahora tiene graves problemas, es cierto, pero Europa proporciona confianza. Antes había un complejo de inferioridad que ha desaparecido. Los jóvenes hoy tienen dificultades, pero ya se sienten igualados a los jóvenes del resto de países, aprenden otros idiomas, viajan… Todo esto ha ayudado muchísimo. Yo creo que el país tiene un gran futuro. La cuestión es si los políticos van a ser capaces de ceder, de dialogar. Que el PP haya perdido la mayoría absoluta ya es algo positivo.

– ¿No crees que ha habido un antes y un después después del 15-M; que muchas cosas están cambiando, saliendo a la luz; que hay un despertar ciudadano, sobre todo en las ciudades, en las capas de población más joven?

– Claro que sí. Esto es evidente, pero hay que saber encauzarlo. Yo no puedo seguir y analizar en profundidad todo lo que está sucediendo, porque no soy politólogo. Pero sí percibo que ha habido un cambio profundo y espero que en algún momento los socialistas recapaciten y se abran a Podemos; que, de algún modo, haya una entente para ver qué dirección se podría tomar, de qué modo avanzar. Me parece penoso que no se haya aprovechado la oportunidad que hubo tras las últimas elecciones para echar a la derecha, pero no todo está perdido. Se puede recomponer y espero que esto ocurra. Si no sucede pronto, de nuevo se perderá el tren.

– Dices que la España actual te produce una mezcla de amor y de tristeza. ¿Podemos utilizar la frase a modo de conclusión? ¿Qué te pesa más?

– Bueno, he dicho tristeza y rabia, porque hay cosas que sería fácil corregir y que no se corrigen. Tristeza, insisto, por los muertos en las cunetas. En algún momento el Estado tendrá que afrontar esto, porque no habrá auténtica reconciliación hasta que no se les dé a los muertos una decente sepultura. Creo que aquí tengo toda la razón. No es mi caso, pero tener un desaparecido en la familia y no saber dónde está, no haber tenido la posibilidad de saberlo a lo largo de 40 años, no poder siquiera preguntar, ha hecho un daño terrible a millones de españoles. Esto va en contra del cristianismo, del catolicismo que tanto pregonan algunos. Tener bajo la cruz de Cristo más alta del mundo a un asesino como Franco y a José Antonio Primo de Rivera, fundador de la Falange, es una aberración. Sus restos deberían entregarse a sus familias y cerrar todo este capítulo terrible de una vez, pero la derecha se sigue negando. Tendrán que venir los otros y espero que vengan pronto.

– ¿Qué proyectos tienes ahora, en qué estás trabajando?

– Pues me apetece volver a la novela. Ya no quiero hacer más libros de investigación. Tengo ganas de alejarme de los temas que me han ocupado tanto tiempo y regresar a Francia, a mi amor por la literatura francesa, concretamente a la segunda mitad del siglo XIX, que para mí es fantástica, con Flaubert, Baudelaire, y todo lo que vino después. Allí se abrió la ventana a la experiencia humana. Mientras los ingleses atravesaban el cerrado período puritano de la era victoriana, con toda la represión sexual que supuso, los franceses publicaban obras como Madame Bovary y Las flores del mal. Yo quiero volver a la Francia de aquel medio siglo y relacionarla también con la España de entonces. No sé exactamente cómo, aunque una trama se está forjando ya en mi cabeza. Pero antes quiero darme dos años para leer, porque lo que he hecho ha sido mucha lectura en torno a cada uno de mis libros, dejando de lado, por falta de horas, de energía, obras magníficas, muchas de ellas de amigos. He estado un poco fuera de la realidad y quiero recuperar ese tiempo. De modo que ese es mi proyecto: novela, lectura y una copa de vino de vez en cuando, por la noche.

Ya con la grabadora apagada, una última pregunta, más bien curiosidad: ¿Qué relación mantiene actualmente Ian Gibson con Irlanda? “Llevo muchísimo tiempo sin ir a Dublín y la verdad es que no me apetece volver. Ya no tengo a prácticamente nadie allí de mi familia y cuando siento nostalgia, que la siento, me pongo a leer a Joyce”.

Aventuras ibéricas. Recorridos, reflexiones e irreverencias ha sido publicado por Ediciones B. 

Las fotografías las realizó Nacho Goberna durante la entrevista en la casa del escritor en el barrio madrileño de Lavapiés.

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