Hijos, hermanos, de Albert Camus

Por Jean-Pierre Castellani © 2015 / Conocí a Albert Camus antes de leerlo. Fue por la infancia que pasé en Argel, frente al Mediterráneo, por el descubrimiento muy joven de  las ruinas romanas de Tipasa, a donde solía irme de excursión, y por tantas otras cosas. Todo empezó con la decisión de mis padres, que eran corsos, de marcharse a Argelia para impartir la enseñanza. Esa decisión hizo que yo pasase la etapa de la niñez, de la iniciación, en la ciudad de Argel, con temporadas de vacaciones veraniegas en Córcega.

La singularidad de esta ambivalencia me llevó a conocer dos ambientes muy distintos, muy ricos tanto el uno como el otro, que todavía me siguen construyendo como persona con doble identidad. Julien Green afirmaba con razón: “El niño dicta, el adulto escribe”. Así que el adulto que soy hoy recuerda esas dos infancias, bajo el dictado de aquel niño que, sin darse cuenta, pasaba del país extraño que era la Argelia colonial, que según decían era francesa, a una tierra, Córcega, tan distinta y tan suya y que, sin embargo, formaba parte de Francia. Ahora me doy cuenta, con la distancia que impone el tiempo, de que Albert Camus estuvo en el centro de mi formación humana, intelectual, y política. Soy consciente de que me acompaña desde entonces y de que, en cierto modo, no he dejado de vivir y de actuar siempre bajo su influencia.

Los recuerdos del Argel que conocí de niño son para mí esencialmente impresiones sensuales como la luz de su bahía, la visión embelesada de la ciudad blanca, mezcla de África por su Alcazaba y su población musulmana –las mujeres vestidas con su haïk, cuyo misterio me fascinaba, las Mezquitas en las que no podía entrar, el barrio popular de Bal-el-Oued tan vital, las tiendas de ultramarinos mozabitas con sus pilas de latas– y al mismo tiempo, de entorno europeo, con sus edificios de estilo Haussmann o de Art-Nouveau, sus sedes bancarias impresionantes, las avenidas tan modernas. Para ser sincero, el niño que vivía en aquella sociedad cosmopolita, no tenía conciencia de nada. Gozaba sencillamente de las maravillas de la ciudad, del mar, de los perfumes de los árboles y de las flores… Todavía tengo en el cuerpo las fragancias y los colores del algarrobo del patio de mi escuela, de las adelfas, de las lilas, de los naranjos o buganvillas que me gustaban tanto.

Ahora me doy cuenta, con la distancia que impone el tiempo, de que Albert Camus estuvo en el centro de mi formación humana, intelectual, y política. Soy consciente de que me acompaña desde entonces y de que, en cierto modo, no he dejado de vivir y de actuar siempre bajo su influencia.

Los viajes fuera de Argelia siempre marcaron una ruptura casi total con ese universo africano: a la sensualidad mediterránea de Argel, se oponía el espacio de mi pueblo corso, un mundo mineral, seco, austero, con altas y pobres casas de piedra gris, siempre a la defensiva, frente a un posible invasor. O la elegancia culta pero fría de los edificios de París.

Los adultos somos los testigos de nuestra infancia. El adulto que soy ahora ata cabos y se da cuenta, muchos años después, de que su relación con Camus empezó muy pronto por tener ambos el mismo origen mediterráneo, por haber vivido en el mismo espacio y conocido el mismo drama que representó, para mi generación, la guerra de Argelia.

Me acuerdo de que cada domingo me iba solo al puerto a mirar y admirar los buques, los cruceros, las fragatas militares o los submarinos que visitábamos. Me entraban entonces ganas de subir a cualquier barco para irme lejos (mi vida de  adulto nómada colmaría esos sueños…). Paseaba mucho por la ciudad, me perdía en sus jardines olorosos con sus nombres raros: Le Jardin d’Essai, que era un oasis Botánico extraordinario, con sus leones; el Parc de Galland y su escalera espectacular; el Bois de Boulogne… Eran nombres que sonaban a territorio extraño, lugares llenos de plantas y árboles exóticos, a medio camino entre África y Francia.

 Albert Camus, a los 7 años, en Argelia (es el niño que está en el centro con una camisa negra). Fotografía tomada en 1920 en el taller de su tío Etienne, tonelero.
Albert Camus, a los 7 años, en Argelia (es el niño que está en el centro con una camisa negra). Fotografía tomada en 1920 en el taller de su tío Etienne, tonelero.

Todo eso contribuía a que viviese las “bodas” exaltadas de Camus con esa tierra antes de leerlo… Más adelante iba a descubrir con pasión esas famosas frases que encabezan su libro Bodas y que he vuelto a leer tantas veces como una oración a las maravillas del mundo mediterráneo: “En la primavera, Tipasa es habitada por los dioses y los dioses hablan en el sol y en el aroma de las hojas de ajenjo, en la armadura de plata del mar, en el azul puro del cielo, las ruinas cubiertas de flores, y las grandes burbujas de luz entre los grupos de piedras. A ciertas horas del día el campo se encuentra oscurecido de luz solar. Los ojos tratan en vano de percibir algo más que las gotas de luz y los colores que tiemblan en las pestañas. El aroma pesado de las plantas aromáticas hiere la garganta y sofoca en el vasto calor. A lo lejos, apenas puedo distinguir la masa negra del Chenoua, sembrada en las colinas alrededor de la villa, moviéndose con lento y pesado ritmo hasta finalmente acurrucarse en el mar […] Por el momento al menos, el choque de las olas contra la playa sin fin, vino hacia mí a través de un espacio danzante con polen dorado. Mar, tierra, silencio, aromas de estas tierras. Yo bebía a plenitud una vida plena de aromas, hundiendo mis dientes en la fruta del mundo, dorada ya, y dominado por la sensación de su jugo fuerte y dulce, corriendo por mis labios. No, no éramos ni yo ni el mundo los que cantábamos, sino solamente la armonía y el silencio que da nacimiento al amor entre nosotros”.

¡Era hermano de Camus antes de conocerlo! Me bañaba en las aguas saladas de la piscina del RUA (Racing Universitario de Argel), cerca del mar, el club de Camus que fue portero en ese equipo, como yo lo fui más tarde. Llevé la misma camiseta blanca de rayas azules que él. Ahora recuerdo todo aquello con mucha ilusión…

De adolescente, en Argel, vivía con mi familia en un edificio en cuya galería comercial estaba instalada la librería “Rivages” que era la nueva denominación de la librería que el editor Edmond Charlot había creado en 1936 bajo el nombre de “Les vraies richesses”. Me acuerdo perfectamente de la silueta alta e impresionante de ese hombre que fue el primero en editar varios libros de Camus, entre los cuales destacan el citado Bodas, en mayo de 1937, y El revés y el derecho en mayo de 1939. Camus también redactó el primer Manifiesto Rivages “de cultura mediterránea” que creó, en 1939, Edmond Charlot. Se sabe poco que el segundo número de esa revista fue dedicado a Federico García Lorca. Y en 1941 Camus lanzó con el editor la colección “Poesía y teatro”.

¡Era hermano de Camus antes de conocerlo! Me bañaba en las aguas saladas de la piscina del RUA (Racing Universitario de Argel), cerca del mar, el club de Camus que fue portero en ese equipo, como yo lo fui más tarde. Llevé la misma camiseta blanca de rayas azules que él. Ahora recuerdo todo aquello con mucha ilusión…

En los años cincuenta yo no me enteraba de todo aquello. Observaba solamente las cosas desde fuera y tardé mucho en descubrir que ese Edmond Charlot fue un hombre importante en la edición francesa de entonces. La última vez que estuve en Argel fui a esa galería. Todo estaba abandonado; destartalado. Unos niños jugaban en los pasillos… Edmond Charlot murió en 2004. Había nacido en 1915, dos años después de Camus. Un poco más tarde de mis primeras visitas a su librería estudié en las clases preparatorias de humanidades del Liceo Bugeaud, donde también estuvo Camus cuando empezó su carrera universitaria. Fui alumno en la misma aula que él y estudiante en la misma universidad. Era como un signo del destino.

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En 1956 viví personalmente y con dolor el famoso episodio del Llamamiento de la Tregua civil que lanzó Camus en Argel, el 22 de enero de 1956. Era muy joven pero sin tener todas las informaciones de que disponemos ahora, supe en seguida, por intuición, que Camus caía en una trampa ese día. La guerra de Argelia había empezado desde hacía dos años, la violencia del terrorismo del FLN (Frente de Liberación Nacional) que mataba cada día a inocentes y la represión muy dura del ejército francés se acentuaban. Camus creyó sinceramente que todavía era posible parar esa locura, el proceso terrible de la revolución y de la represión. Se sentía hermano de los dos pueblos que vivían en Argelia, incapaz de abandonar a unos y a otros. Su iniciativa era en favor de la paz, pero pronto se daría cuenta de que era un acto utópico, de que los responsables del FLN lo utilizaban. Camus pensaba que ninguna causa justificaba la muerte de un inocente.  Es lo que había defendido, en 1949, en su obra teatral Los justos, en la cual el joven revolucionario ruso Kaliayev se niega a tirar una bomba contra la calesa del déspota, el archiduque Sergio, porque dos niños pueden morir en el atentado.

En 1956 viví personalmente y con dolor el famoso episodio del Llamamiento de la Tregua civil que lanzó Camus en Argel, el 22 de enero de 1956. Era muy joven pero sin tener todas las informaciones de que disponemos ahora, supe en seguida, por intuición, que Camus caía en una trampa ese día. Él creyó sinceramente que todavía era posible parar esa locura.

En mi Liceo, unos compañeros de clase más excitados que yo quisieron ir a manifestarse delante de la Sala donde Camus presentaba su Manifiesto. Yo recuerdo que me opuse con todas mis fuerzas a cualquier acto contra Camus. “No toquéis a Camus” grité en el patio del Instituto. Me hicieron caso, pero podíamos escuchar a grupos de europeos de Argel gritando en en la calle “Camus traidor”. Ahora sabemos que el escritor volvió a París desesperado, decidido a callarse. Vivía el drama argelino como un drama personal. Nunca pudo encontrar una solución a lo que veía como una guerra civil, a pesar de su fama internacional, que se tradujo en la concesión del Premio Nobel en 1957. Al contrario, en el momento de la  ceremonia del Nobel, utilizó, el 12 de diciembre de 1957 en Estocolmo, la frase que todavía hoy en día sus adversarios le reprochan de modo injusto: “En este momento ponen bombas en los tranvías de Argel. Puede que mi madre se encuentre en uno de esos tranvías. Si esto es la justicia, entonces prefiero a mi madre.

No se entiende esa reacción si no se toma en cuenta el fracaso del llamamiento a la tregua de 1956. Entretanto había estallado en Argel la batalla sangrienta entre los comandos del FLN y el ejército francés. Una contienda que se prolongó desde septiembre de 1956 hasta octubre de 1957 y que dio lugar a una ola de atentados terribles contra inocentes en la ciudad: bombas en cafeterías como el Milk-Bar, el Otomatic o el Coq Hardi, en salas de fiestas, en farolas de las calles, en estadios de fútbol, etcétera. En todos los casos las víctimas fueron civiles. El contrataque de los paracaidistas resultó muy duro; practicaron la tortura para detener a los cabecillas de la rebelión. El balance de 14 meses fue terrible: 314 muertos, 917 heridos, 751 atentados. Una herida definitiva en la historia dramática de Argelia. Cuando Camus pronunció la frase, reducida de modo caricaturesco a una oposición “entre la Justicia y mi madre” seguía ese enfrentamiento que temía tanto entre los musulmanes y los europeos. Se sentía hermano de unos y de otros. Soñaba con una Argelia fraternal, reconciliada. El pesimismo lo invadía. En 1956 publicó La caída, uno de sus libros más negros.

Yo, como habitante, de Argel sufrí esos atentados, conocí el miedo cotidiano de salir a la calle. Y cuando estábamos hundidos en esa guerra tremenda nos llegó el 4 de enero de 1960 la noticia de la muerte de Camus, en un accidente de coche, cerca de Le Petit-Villeblevin. Desde mi lejana Argelia, fue un golpe muy duro. Ese día lloré, se iba mi modelo literario y humano, perdía a quien había considerado como un padre. Como ya empezaba a escribir, en el semanario de los estudiantes “Alger-Université” publiqué mi primer texto sobre él. “Porque era nuestro padre, porque era nuestro hermano, porque era nuestro modelo, lloramos…”, recuerdo las anáforas del principio de ese artículo, un artículo que he perdido desgraciadamente, que habría que buscar en las hemerotecas de la prensa en la Argelia de la época.

Desde entonces Camus me ha acompañado a lo largo de mi vida personal y profesional, que pasé esencialmente en Francia o en España, desde mi salida forzada de Argelia en 1962. Ese año realicé la compra de la primera edición de La Pléiade (ya tengo 4 ediciones de esas Obras Completas que nunca son completas). A esa época, la década de los sesenta, corresponden también las clases sobre El extranjero en la Facultad de Letras de Zaragoza. Y más tarde la primera conferencia que di, en 1971, en el Instituto Francés de esa misma ciudad sobre el tema “Camus y España”.

Albert Camus en la redacción del periódico
Albert Camus en la redacción del periódico «Combat», 1944. En la fotografía aparecen Petit Breton en uniforme, Victor Peroni, Albert Camus, Albert Ollivier (el que fuma), Jean Bloch-Michel, Jean Chauveau (de perfil con un vaso), Roger Grenier (a la derecha, con gafas mirando a la cámara)

Cuánta emoción cuando publiqué, en los años 70, mi primer artículo en “Combat”, el diario en el cual había colaborado Camus durante los años de la Resistencia frente a la ocupación alemana. Y también fueron muy conmovedoras las clases en la universidad de Tours dedicadas al libro póstumo de Camus, El primer hombre. Cuando leía la magnífica carta de agradecimiento que Camus le escribió a su maestro de Argel, M. Germain, iban volviendo a mí todos los recuerdos de Argel y mi estremecimiento causó una impresión extraordinaria en la clase, acentuada, además, por el conocimiento de que el manuscrito de ese libro estaba en el maletero del coche el día del accidente mortal en 1960. La hija de Camus tardaría 34 años en publicar este libro inacabado. Inacabado, como el destino de Camus, cortado de modo dramático a los 47 años. Precisamente cuando estaba en un momento clave de su itinerario: acababa de estrenar Les possédés (Los endemoniados), adaptación teatral de la obra de Dostoievski; estaba a punto de acabar la primera parte de su gran fresco autobiográfico, con Le premier homme, y también de lograr su gran ambición, convertirse en director de un teatro en París, algo que el Ministro de Cultura André Malraux le había prometido. Para él, todo suponía una especie de renacimiento, a pesar de la sombra dramática de la guerra de Argelia. Por esa época vivía varios amores…Todo se truncó.

Llevaba el manuscrito de «El primer hpmbre» en el maletero del coche el día del accidente mortal en 1960. Su hija tardaría 34 años en publicar este libro inacabado. Inacabado, como el destino de Camus, cortado de modo dramático a los 47 años. Precisamente cuando estaba en un momento clave de su itinerario.

Pero a mí me seguía acompañando. De su mano me esperaban más sorpresas a través de diversas actividades en torno su figura y su obra, muchas de ellas surgidas por la casualidad de mis trabajos académicos sobre la autobiografía en las letras francesas. Por puro azar, sin que lo hubiera buscado, estuve asociado a una serie de coloquios sobre Camus en Túnez (2007) y, sobre todo, en la misma Argelia, lo que suponía un retorno intenso a mi juventud. Así participé en un encuentro cuyo tema era “Autobiografía e interculturalidad” en Argel, en diciembre de 2003. Allí tuve que arbitrar como presidente de mesa un debate apasionado entre un profesor argelino muy iconoclasta, que atacaba de modo injusto a los pieds-noirs (Pies negros, ciudadanos de origen europeo que vivían en Argelia) y una joven escritora, hija de pieds-noirs, que los defendía. También asistí a un intenso intercambio con una estudiante argelina que no admitía que se atacara a la bandera argelina como lo había hecho ese profesor. Recuerdo que corté la discusión con una llamada  a los textos de Camus, lo que surtió el efecto de reunirlos a todos.

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Tres años después, en el mes de abril de 2006, participé en el primer Coloquio centrado en Camus, hasta el momento ignorado por la universidad argelina. El encuentro tuvo lugar, en gran parte, en la ciudad de Tipasa, cerca de las ruinas romanas inmortalizadas por Camus en Bodas. Hablar de Camus en ese decorado natural e histórico fue para mí algo sobrecogedor. En esa ocasión tracé una comparación entre Camus y la escritora argelina Maïssa Bey. Mi ponencia se titulaba: “De Albert Camus a Maïssa Bey, miradas cruzadas, de una Argelia a otra”. En efecto, en su libro L’ombre d’un homme qui marche au soleil (Editions Chèvre feuille étoilée. 2004), Maïssa Bey rinde un homenaje llamativo a Albert Camus, confirmando, de este modo, que la obra y la personalidad de Camus conocen, hoy en día, nuevas lecturas, más objetivas, entre los intelectuales argelinos, más allá de las polémicas nacidas a raíz de su actitud durante la guerra de Independencia.

Maïssa Bey nació en Argelia en 1950, diez años antes de la trágica muerte de Albert Camus, en enero de 1960. Sólo tenía diez años cuando él murió, pero ya contaba con cuarenta y cuatro años cuando fue publicado, en 1994, El primer hombre, esa sorprendente autobiografía de Camus, escrita por poderes, a través de la historia de Jacques Cormery, que se le parece como si fuese su hermano. Esta obra marca la vuelta y también una especie de despedida póstuma de Camus hacia Argelia, después de un largo silencio.

La escritora Maïssa Bey rinde un homenaje llamativo a Albert Camus, confirmando, de este modo, que la obra y la personalidad de Camus conocen, hoy en día, nuevas lecturas, más objetivas, entre los intelectuales argelinos, más allá de las polémicas nacidas a raíz de su actitud durante la guerra de Independencia.

El libro tuvo un gran eco en las generaciones de escritores argelinos como Maïssa Bey, que había empezado, por su cuenta, a publicar sus propios textos a partir de 1996, y cuyo primer libro lleva un título absolutamente camusiano: Au commencement était la mer. Maïssa Bey, siendo una niña durante la guerra, perdió a su padre a manos del ejército francés y vivió como adulta la rebelión sangrienta de los islamistas desde 1990 hasta 2000. Fue a partir de entonces cuando tomó la palabra como escritora, con unas obras consideradas valientes, heterodoxas y originales.

De una Argelia colonial a una Argelia descolonizada, desde una guerra de la Independencia a una guerra civil, en ambos casos, fueron enfrentamientos sangrientos, dolorosos, traumatizantes. Los destinos de Camus y de Maïssa Bey se entrecruzaron sin encontrarse nunca, pero fuertemente unidos por la conciencia argelina del primero, central en su obra desde la publicación de El extranjero en 1942, y por la presencia obsesiva de esta misma Argelia en toda la producción ficticia, autobiográfica o autoficcional de la segunda. En mi exposición destacaba los vínculos secretos que unen a esta escritora, que ha empezado a publicar en la Argelia atormentada de los años 90, y el niño pobre de Belcourt que fue marcado también por una contienda terrible, condenado a vivir un verdadero vía crucis. Es la identidad mediterránea de ambos, su gusto visceral por la libertad, lo que nos permite entender ese encuentro increíble y salvador entre un europeo humanista y una argelina comprometida tanto en la literatura como en la vida.

Ya de pasada, indiquemos que, contrariamente a lo que dice su ficha biográfica en Wikipedia, Camus no era hijo de colonos. Su padre era un humilde técnico vinícola, nada que ver con un rico propietario. En cuanto a su madre, de origen español, era una pobre empleada de servicio, analfabeta.

Maïssa Bey compartió con Camus la misma calle, en el barrio popular de Belcourt de Argel y hasta habla de convivencia cuando se refiere a esas circunstancias, a su relación con el escritor más allá del tiempo. Ella confiesa: “Sabía encontrar las palabras para decir lo que yo experimentaba”. Y va forjando de este modo una relación carnal, sensual, que la lleva hasta la identificación física: “Vuelvo a ver Tipasa con los ojos de Camus”.

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En Tipasa yo vi por primera vez el monumento erigido, en 1961, en  honor a Camus, en el cual está grabada su famosa frase: “Entiendo aquí lo que llaman la Gloria: el derecho a amar sin mesura”. Qué pena que Camus, que ha hecho tanto en favor de Argelia, no tenga ni una calle ni un agradecimiento por parte de la Argelia oficial de hoy.

Mientras me refería en el coloquio a todo esto se impuso un silencio impresionante, una emotividad alejada de lo habitual en este tipo de actos. Pocos días después, recibí un mensaje de la propia escritora que me decía lo siguiente: “Buenos días, me hablaron de su exposición, acabo de leerla, me parece muy justa, tiene razón al hablar de «complicidad» entre Camus y yo, no solamente en el plano literario. Me conmueve, porque me remite a algo muy íntimo, de lo que no era consciente quizás. Es cierto, la imagen del padre está ahí, sin duda. Sí, es evidente y notable que se encontraron nuestras intimidades, más allá de los acontecimientos históricos y de sus heridas aparentemente insuperables”.

En Tipasa yo ví por primera vez el monumento erigido, en 1961, en  honor a Camus, en el cual está grabada su famosa frase: “Entiendo aquí lo que llaman la Gloria: el derecho a amar sin mesura.”

Fue también con motivo del coloquio, en uno de sus descansos en la playa de Tipasa, donde conocí a una joven escritora argelina, Adimi Khaouder, en quien vi enseguida a otra hermana de Camus. Era un nuevo y estimulante enlace entre el pasado y el presente, con el escritor, milagrosamente, en el centro. Es eso lo que experimento en cada uno de mis viajes a Argelia, visitas que me llevan a veces a Annaba, cerca de Mondovi, donde nació Camus, o a Argel, donde fue criado. Entonces la vida y la literatura se mezclan como nunca y me llevan a confirmar una vez más que toda lectura del otro siempre es una búsqueda de uno mismo, un anhelo del equilibrio en medio de la violencia de un mundo a menudo hostil. Vuelvo a confesar, ya al final de este texto, humildemente, mi identificación con Albert Camus, un compañero de viaje en la vida, un ejemplo que me ofrece lucidez en este mundo que sigue tan absurdo como en su época.

El novelista, ensayista, dramaturgo y filósofo francés Albert Camus, nacido en Argelia, escribió dos ensayos sobre Tipasa; Bodas en Tipasa y Retorno a Tipasa. Fundada por los fenicios, el emperador Claudio la convirtió en una colonia y fue una de las ciudades más importantes del Imperio romano en la actual Argelia.
El novelista, ensayista, dramaturgo y filósofo francés Albert Camus, nacido en Argelia, escribió dos ensayos sobre Tipasa; Bodas en Tipasa y Retorno a Tipasa. Fundada por los fenicios, el emperador Claudio la convirtió en una colonia y fue una de las ciudades más importantes del Imperio romano en la actual Argelia.
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