El río de las contemplaciones. Henry David Thoreau (II)

Por Emma Rodríguez © 2014 / De nuevo quise volver a Thoreau y hacerlo como la primera vez, totalmente libre de ideas preconcebidas. De nuevo quise recobrar el asombro de antaño ante una obra pródiga en deslumbramientos. Si me dieran la oportunidad de viajar en el tiempo, de visitar una época, un lugar, no lo dudaría: Concord (Massachusetts) en los tiempos que allí vivió el autor de “Walden”, a mediados del siglo XIX. Si un geniecillo salido de una lámpara mágica me diese la oportunidad de pedir un deseo, ese deseo sería poder realizar un paseo por el río en su compañía, charlando sobre los peces y los pájaros, sobre las inconsistencias de las cosas del mundo y ese prodigio del mero hecho de existir que tanto nos suele pasar desapercibido.

Henry David Thoreau es un río en sí mismo, un río caudaloso, imposible  de domesticar. Son tantos los trechos a los que conduce, son tantos los secretos que guardan sus aguas, serenas unas veces, agitadas otras, que no nos cansamos de seguir su curso, confiados en encontrar esos incomparables destellos de verdad, esa energía necesaria para enfrentarnos a unos tiempos tan fronterizos, tan turbulentos, como los que él vivió. Muy presente la imagen del hombre solitario en su cabaña en el bosque que protagoniza el célebre “Walden”, muy cerca de la actitud rebelde de quien no se sometió a las reglas de la sociedad de su tiempo y alentó la “Desobediencia Civil”, título de una obra que hoy sirve de brújula a ciudadanos desesperanzados y escandaliza a políticos que cierran los ojos ante el dolor ajeno, me dispuse a abrir otras rutas, a acercarme a recodos para mí aún inexplorados.

El punto de partida no podía ser otro que “Musketaquid”, la bellísima narración que acaba de publicar por primera vez en nuestro país Errata Naturae y que da cuenta del viaje que Thoreau emprendió en compañía de su hermano John siguiendo las corrientes de los ríos Concord y Merrimack. Fue ese apasionante paseo en barca el que me llevó a querer saber más y me abrió las puertas al imprescindible “Diario” de este hombre múltiple, compilación realizada por Capitán Swing, y a la deliciosa “Biografía esencial” de Antonio Casado da Rocha (Acuarela & Antonio Machado). Todo ello acompañado de “La vida sublime”, un fabuloso cómic, con textos de Maximilien Le Roy y dibujos de A. Dan, que Impedimenta ha puesto en las librerías y que es una oportunidad magnífica para iniciarse en Thoreau, para acercarse a sus claves, para contagiar a los más jóvenes su amor a la naturaleza y su saludable negativa a aceptar las injusticias y a obrar dignamente en cada momento, aceptando las propias contradicciones y huyendo de las mentiras institucionalizadas.

Atenta a todos los reflejos que las aguas del río me iban devolviendo,  me fui encontrando, a medida que iba avanzando y prolongando el  recorrido, con todos los posibles Thoreau. Saludé al amante de la naturaleza y precursor de los movimientos ecologistas y también al pionero del activismo, que no dudó en negarse a pagar impuestos y defendió a los esclavos del yugo de sus amos, apoyando, contra sus propios principios, incluso a los que recurrieron a la violencia para lograr liberarlos. Pero, sobre todo, pude observar más de cerca al hombre despegado de su leyenda, y al poeta. Porque si para algo estaba dotado Thoreau era para la poesía, para la poesía entendida como un modo de vida que tiene que ver, más allá del arte de los versos, con la manera de contemplar, de percibir el sonido de lo primigenio, de apartar esas nieblas que ocultan los misterios del existir y que sólo muy pocos son capaces de retirarse de los ojos.

Atenta a los reflejos que las aguas del río me iban devolviendo, me fui encontrando con todos los posibles Thoreau. Saludé al amante de la naturaleza y precursor de los movimientos ecologistas y también al pionero del activismo, que no dudó en negarse a pagar impuestos y defendió a los esclavos del yugo de sus amos, pero, sobre todo, pude observar más de cerca al hombre despegado de su leyenda, y al poeta.

Si algo llama la atención desde un principio en “Musketaquid”, denominación que los pobladores indios dieron al río Concord y que alude a su cualidad “herbosa”, es la poesía que emana de sus páginas, esa capacidad del viajero Thoreau para buscar los significados ocultos tras la hojarasca de la vida, algo también perceptible en “Walden”, que llegó después y que sin duda bebe de los descubrimientos de esta primera incursión. En manos de Thoreau el lenguaje se aclara, se vuelve agua, se confunde con la corriente del río que lo lleva. Y de las manos, de lo que toca, al corazón que siente y a la mente que va desplegando los frutos de su discernimiento. “¿Quién escucha a los peces cuando lloran?» se pregunta el Thoreau poeta, invitándonos a despertar nuestros sentidos aletargados y a disfrutar de las maravillas del entorno.

Mientras navega, lejos de las casas y de las obras de los hombres, Thoreau tiene la impresión de que el mundo que se dibuja ante él está adornado “para alguna fiesta o acontecimiento de gran pompa, con cintas de seda al aire”. Y ante ese panorama de increíble belleza se pregunta: “¿Por qué toda nuestra vida y su paisaje no pueden ser tan nítidos y distintos?”. El viaje que emprende es, como todo viaje auténtico, una travesía hacia los fondos de sí mismo, hacia los orígenes. Un viaje que le hermana con el pueblo indio que antes que él disfrutó de esas mismas vistas, que dialogó con sus dioses en los mismos lugares en los que ahora él intenta explorar lo insondable y vivió libre en las tierras bañadas por las aguas de ese río que tanto le cautiva, antes de que les fueran arrebatadas por los colonos que fundaron Nueva Inglaterra.

En cierto modo Henry David Thoreau quiere escribir la historia que le toca más de cerca desde la verdad. Lamenta que se arrancase “de raíz la flor silvestre” de toda una raza. Le duele el modo en que se recuerda como valientes héroes a quienes ejecutaron el exterminio mientras se olvida la tragedia de los que fueron desalojados de sus bosques, su grito de guerra acallado. “Llega el hombre blanco, pálido como el amanecer, con su cargamento de ideas, con su inteligencia adormilada”, le vamos leyendo. “LLega en comunidades fuertes, rindiendo pleitesía a la autoridad, con una raza experimentada, con un maravilloso sentido común. Es obtuso, pero capaz, lento, pero perseverante, severo, pero justo, de humor parco, pero franco. Es un hombre trabajador que desprecia el juego y el ocio, y construye casas resistentes, casas con armazón. Compra los mocasines y las cestas del indio, luego compra sus terrenos de caza, y al final se olvida de dónde está enterrado el piel roja y acaba labrando sobre sus huesos”.

Thoreau reconoce el anhelo de su naturaleza “hacia todo lo salvaje”, se pregunta qué tiene él que ver con los arados y sigue argumentando: “La jardinería es cívica y social, pero carece de la libertad del bosque y el forajido (…) Hablamos de civilizar al indio, pero ésa no es la palabra que le conviene. A través de la independencia cautelosa y la discreción para la vida en los bosques, conserva su relación con sus dioses originales, y de cuando en cuando se le permite establecer una relación excepcional y peculiar con la Naturaleza. Parece beneficiarse de una protección de los astros desconocida en nuestros salones”.

Viñeta del dibujante A.Dan en el Libro-Comic sobre Henry David Thoreau

El autor admira a los indios, se emociona cada vez que en su trayecto se encuentra con una punta de lanza, pero también regala sus alabanzas a los campesinos, a esos “hombres toscos y robustos, experimentados y sabios”, a los que ve “vigilando sus refugios, o recogiendo su leña de verano, o cortando madera, solos en los bosques”. “Hombres”, señala, “que tienen más conversación e insólitas aventuras bajo el sol y el viento y la lluvia que pulpa tiene la castaña (…) Hombres más grandes que Homero, o Chaucer, o Shakespeare, pero que nunca tuvieron tiempo de decirlo, que nunca emprendieron el camino de la escritura. Mira sus campos, e imagina lo que podrían escribir si pusieran su pluma sobre el papel”.

La observación, la experiencia y la reflexión, son tres ramas que parten del mismo tronco en Thoreau. Imagino el bote avanzando por el río y el esfuerzo de conducirlo con los remos mientras, abstraído, ensimismado, nuestro hombre va siguiendo un curso paralelo con su pensamiento. ¿Qué es lo que me fascina tanto de Thoreau, qué es lo que hace que no me canse de leerlo?, me pregunto llegada a este remanso del camino. Hay motivos de sobra: su filosofía, su originalidad, sus experiencias, su compromiso con los conflictos de su tiempo, su desprecio de los pretenciosos, de los sumisos, de los que anteponen el tener al ser. Y también: su espíritu contemplativo y a la vez combativo, el ímpetu de una obra de fuerte carga espiritual y literaria, sin dejar de lado el combate, sin temor a inmiscuirse -cuando tocaba- en los agrios asuntos de la política. “Resulta que no quiero que se me asocie con Massachusetts, ni con la posesión de esclavos, ni con la guerra de México”, dejó dicho.

Todo eso es más que suficiente para explicar la atracción por su figura, y por su creación, pero hay algo más: esa capacidad prodigiosa para atrapar lo trascendente, para penetrar en los paisajes que permanecen, paisajes de las afueras, pero, sobre todo del alma. Territorios intocables de la condición humana pese al paso del tiempo y el transcurrir de la Historia.

Hay motivos de sobra para admirar a Thoreau: su filosofía, su originalidad, sus experiencias, su compromiso con los conflictos de su tiempo, su desprecio de los pretenciosos, de los sumisos, de los que anteponen el tener al ser. Y también: su espíritu contemplativo y a la vez combativo, el ímpetu de una obra de fuerte carga espiritual y literaria, sin dejar de lado el combate, sin temor a inmiscuirse -cuando tocaba- en los agrios asuntos de la política. “Resulta que no quiero que se me asocie con Massachusetts, ni con la posesión de esclavos, ni con la guerra de México”, dejó dicho.

Hay en este naturalista, agrimensor, hacedor de lápices en el negocio familiar, conferenciante, amante de la soledad, pero también de la buena conversación, rico en saberes y convencidamente pobre en posesiones, un gran conocimiento de los mitos, de los poetas y pensadores clásicos. Hay en él una profunda identificación con las creencias y filosofías orientales.”Aquellos sabios orientales pasaron infinidad de años y edades divinas contemplando a Brahma, pronunciando en silencio el místico “Om”, siendo absorbidos en la esencia del Ser Supremo, sin salir nunca de ellos mismos, sino adentrándose más allá y con más profundidad en su interior…”, sigo sus palabras. “La filosofía oriental se acerca sin problemas a temas más elevados que aquellos a los que aspira la moderna”, dice en otro momento, valorando el arte de la paciencia y de la contemplación.

Viñeta del dibujante A.Dan en el Libro-Comic sobre Henry David Thoreau

“A fin de cuentas, ¿en qué consiste el carácter práctico de la vida? Las cosas que hay que hacer de manera inmediata son harto triviales, y podría posponerlas todas para oír cantar a este grillo. El hecho más glorioso de mi experiencia no es algo que he realizado o que deseo poder hacer, sino un pensamiento, una visión o un sueño efímero que he tenido. Cambiaría toda la riqueza del mundo, y todas las gestas de los héroes, por una sola visión verdadera. Pero, ¿cómo puedo yo, fabricante de lápices en la tierra, comunicarme con los dioses sin convertirme en un loco?”, decido guardarme, tener muy presente este mensaje que llega a mí a través del cauce de un río subterráneo, misterioso.

Frente a la armonía, a la elevación que le proporciona Oriente, Thoreau contrapone el sentido práctico de Occidente y arremete contra la Iglesia católica, contra su autoridad y sus restricciones. “Resulta sorprendente que a pesar del favor universal que aparentemente recibe el Nuevo Testamento, y a pesar incluso del fanatismo con el que se defiende, no se muestre ninguna hospitalidad, ningún aprecio, a la clase de verdad sobre la que trata. No conozco libro que tenga tan pocos lectores (…) En efecto, contiene varios pasajes que ningún hombre debería leer en voz alta más de una vez: “Buscad primero el reino de Dios y Su Justicia”, “Dejaos de amontonar riquezas en la tierra”, “Vete a vender lo que tienes y dáselo a los pobres, que Dios será tu riqueza…”, va enumerando sentencias no respetadas por la mayoría de los que dicen abrazar la palabra de Dios. “Pensad sobre esto, yanquis”, termina su argumentación, y se pregunta a continuación quién, sin hipocresía, puede escuchar todo esto y quedarse dentro del templo. “Dejad que una sola de estas frases sea leída correctamente, desde cualquier púlpito de la tierra, y en ese templo no quedaría una piedra sobre otra”.

Frente a la armonía, a la elevación que le proporciona Oriente, Thoreau contrapone el sentido práctico de Occidente y arremete contra la Iglesia católica, contra su autoridad y sus restricciones. “Resulta sorprendente que a pesar del favor universal que aparentemente recibe el Nuevo Testamento, y a pesar incluso del fanatismo con el que se defiende, no se muestre ninguna hospitalidad, ningún aprecio, a la clase de verdad sobre la que trata», escribió.

Son muchos los aldabonazos en la conciencia que lanza Thoreau en este libro, a lo largo de toda su obra. Crítico, lúcido, desbaratador de reglas insustanciales y de prejuicios, si había algo que no soportaba era el carácter acomodaticio de sus semejantes. “La mayoría de gente con la que hablo, hombres y mujeres que incluso poseen cierta originalidad y genio, tiene su esquema del universo bien preconcebido y seco (…) y lo colocan entre tú y ellos hasta en la más breve de las conversaciones (…) No caminan nunca sin su colchón”, me detengo en esta idea. Podría seguir transcribiendo párrafos y párrafos cargados de sentidos. Es inagotable la fuente, las clarividencias que se deslizan en la lectura de sus textos y cuyo efecto se sigue expandiendo una vez cerradas las páginas.

Vuelvo al hombre que se cuestiona el mundo en el que vive. Vuelvo al poeta. “¿Qué no daríamos por poder leer ahora un gran poema que estuviese en armonía con el paisaje? Creo que si los hombres leyesen correctamente, jamás leerían algo que no fuesen poemas. No hay historia ni filosofía que puedan ocupar su lugar”, reflexiona. Los poemas, propios y ajenos, se deslizan por las páginas de “Musketaquid”, el primer libro que publicó Thoreau bajo el título “A week”, en clara alusión a su estructura: la narración de una semana de intensa exploración. La entrega empezó siendo el relato de un viaje y se transformó en un homenaje, en una elegía al hermano que lo acompañó en la aventura y que murió poco después, abriendo una zanja de dolor en su vida.

Viñeta del dibujante A.Dan en el Libro-Comic sobre Henry David Thoreau

A pesar de su fracaso en cuanto a ventas cuando fue publicada, se trata de “una obra de especial interés para entender a Thoreau”, señala Antonio Casado da Rocha en su “Biografía esencial”, un recorrido alejado de academicismos, escrito desde la lectura atenta de los textos del protagonista y lleno de anécdotas que contribuyen a forjar un retrato cercano del autor de “Desobediencia civil”. “La desobediencia era para él un deber, una cuestión de principios; tenía que observar en cualquier circunstancia que no se prestaba al mismo mal que condenaba”, indica el biógrafo antes de referirse al modo en el que el pensador se opuso a la esclavitud y a la guerra.

El famoso episodio de la noche que pasó en la cárcel ante su negativa a pagar impuestos, hecho que dio lugar a esa obra subversiva y de tanta actualidad en un presente en el que los ciudadanos pierden sus derechos y se sienten acorralados por el juego sucio del poder; la amistad y posterior alejamiento del que fuera su mentor, Ralph Waldo Emerson, padre de los trascendentalistas; su enamoramiento de Ellen Sewall, a la que cortejó a la vez que su hermano John, y que rechazó su propuesta de matrimonio, aconsejada por su padre; el germen de “Walden”, su libro más célebre; la defensa que hizo de John Brown, un personaje interesantísimo que se vio abocado a recurrir a la violencia para defender los derechos de los negros y que luchó y alentó un levantamiento por la liberación de los esclavos… Todas las etapas de Thoreau, todos sus ángulos, se condensan en una obra que le sigue en sus paseos y caminos, que narra de una manera muy hermosa su final,  y que desmonta ciertos tópicos sobre su carácter y su modo de vida.

“Es falso que Thoreau estuviese apartado de la comunidad de modo significativo; estaba completamente integrado en la vida cívica (o aldeana) de Concord; en particular, se hallaba muy implicado en el movimiento abolicionista, en la organización de los ciclos de conferencias del Liceo, en la redacción de la revista “The Dial” y en la educación formal e informal de los niños de la villa (…) Thoreau compartía con su época un enorme apetito hacia todo lo que significase cambio, renovación o regeneración social. No existen fundamentos para sostener que fuese un ermitaño, apartado del mundo de sus semejantes y sin conocimientos acerca de la cosa pública. Ni siquiera durante sus dos años de estancia en Walden, dejó de mantener un contacto regular con sus vecinos, familiares y amigos”, explica Casado da Rocha.

“Es falso que Thoreau estuviese apartado de la comunidad de modo significativo; estaba completamente integrado en la vida cívica (o aldeana) de Concord; en particular, se hallaba muy implicado en el movimiento abolicionista, en la organización de los ciclos de conferencias del Liceo, en la redacción de la revista “The Dial” y en la educación formal e informal de los niños de la villa», dice Antonio Casado da Rocha en su «Biografía esencial».

Desmontar los tópicos y huir de la leyenda, de la imagen fija, en busca de un acercamiento a las intermitencias del pensamiento del naturalista, filósofo y escritor, a sus verdaderas motivaciones, es lo que consigue la interesantísima entrevista que le hace Maximilien Le Roy al profesor de la Universidad de Lyon Michel Granger, uno de los grandes especialistas en la literatura americana del siglo XIX. La entrevista sirve de colofón al cómic “La vida sublime”, un paseo gozoso a través de las viñetas, diálogos e ilustraciones, algunas de las cuales acompañan este texto.

Viñeta del dibujante A.Dan en el Libro-Comic sobre Henry David Thoreau

“Hombre de principios”, señala Granger, “Thoreau se sitúa sobre todo en el punto de vista de la conciencia moral (…) Rechaza que las instituciones y las leyes puedan vejar la libertad del individuo, lo que otorga al pensamiento de este disidente una coloración libertaria; pero conviene no olvidar que sabe ser razonable frente al Estado y se contenta con reclamar la instauración de un gobierno mejor. También se debe recordar que, durante la mayor parte del tiempo, Thoreau no quiere dejar que su espíritu se ensucie con consideraciones sobre la vida política de su país: en general, aparta la vista de la prensa y la actualidad política, para concentrarse en su campo favorito, la naturaleza. Sus contados ensayos abolicionistas no representan sino una parte mínima de su obra, aunque a veces se conserva tan solo la leyenda del hombre que, en 1846, pasó una noche en la cárcel y proporcionó un modelo para luchar contra la injusticia”.

“En su obra maestra, Walden, aunque también en los “Diarios”, Thoreau se propuso definir una vida buena, centrada en el cultivo de uno mismo, en la simplicidad voluntaria, en la resistencia frente al dinero y el consumo; como naturalista apasionado se aplicó a describir sus impresiones sobre la naturaleza en un radio de varias millas alrededor de su pueblo natal. Se complace en decir que mientras está en el Bosque, el gobierno es invisible. Sin embargo, al final de su vida, la defensa de la naturaleza lo condujo a pensar que la acción colectiva, llevada a cabo por un municipio, permitiría limitar la propiedad privada y reducir la tala forestal…”, sigo leyendo las respuestas del profesor y espoleada por sus comentarios vuelvo a las aguas del río Thoreau a través de “El Diario”, de los fragmentos de vida -de 1837 a 1861-  que el sello Capitán Swing ha puesto en circulación.

En sus más de 300 páginas Thoreau despliega todos sus registros: el hombre de talante crítico; el que abandona a ratos los paseos por los bosques para intervenir en los asuntos de la política; el que critica y el que contempla. Me resulta cercano, muy cercano en sus divagaciones y titubeos, en sus observaciones acerca de un entorno, de una vida social en la que muchas veces no acababa de encajar, por ejemplo cuando es invitado a un baile para conocer a mujeres jóvenes y se siente fuera de lugar en “un  cuarto pequeño, caldeado y ruidoso”, incapaz de mantener una conversación interesante, sin entender qué sentido tiene mirar el rostro de alguien, por bonito que sea, sin más motivo.

Leer sus anotaciones en el transcurso de los días produce en mí un efecto benefactor, desintoxicante. A través de la mirada fresca, de las palabras transparentes de Thoreau, puedo trasladarme a otros paisajes, abandonar la ciudad convulsa, llenarme los pulmones de aire fresco. Este volumen, tan intenso, tan lleno de las verdades que su autor se fue encontrando en el camino de la vida, es una compañía a la que sé que voy a recurrir con frecuencia. “Todo en la naturaleza nos enseña que la extinción de una vida es lo que abre espacio para la aparición de otra”, subrayo estas líneas, esta esclarecedora explicación sobre lo que muere y renace.

Estos apuntes, impresiones, comentarios, referencias, destellos de poesía, son, en cierto modo, el pozo del que el escritor extrajo el agua que riega toda su obra. La veneración por los indios, desarrollada en “A week” -“Musketaquid”- está aquí. “Más allá de los poetas perseverantes, el indio ha sido del todo olvidado”, apunta. “Le tengo bastante simpatía al indio y a los cazadores. Me parecen gente distinta y del todo respetable, nacidos para deambular y cazar, no para ser inoculados con el crepúsculo de civilización del hombre blanco”.

Viñeta del dibujante A.Dan en el Libro-Comic sobre Henry David Thoreau

“El Diario” se puede leer de una tirada, en distintas jornadas, pero también es una de esas entregas que se prestan a que abramos sus hojas cada día al azar, a ver qué nos encontramos. Pruebo a hacerlo, a detenerme en cada una de las piezas que me salen al paso. “Una ola de felicidad fluye sobre nosotros como sol sobre un campo”, anotó Thoreau el 7 de agosto de mediados del siglo XIX y ahora, casi dos siglos después, llega a mí como recién nacido. Sus apuntes, reflexivos muchas veces, impresionistas o trazados en ocasiones a la manera de aforismos, funcionan como pequeñas lecciones para afrontar el día a día, para sentir el paso del tiempo sin aspavientos, con la mirada serena. “Escribir bien, igual que actuar bien, significa obedecer a la conciencia. No debe mezclarse en ello una sola partícula de voluntad o capricho”, nos dice.

Me marchitaría y “resecaría si no fuera por los lagos y los ríos (…) Pensar en Walden allá lejos, en el bosque, me da elasticidad y ductilidad para las tareas del día. A veces estoy sediento de él”, confiesa en otro momento. Quien siga este Diario, al que su autor se refería como una parte de sí mismo que “de otro modo, se derramaría y desperdiciaría”, encontrará muchos de sus principios, de sus alegrías y también de sus dolores. “Qué vida nos han dado los dioses, circundada de dolor y placer (…) Es demasiado extraña para el pesar, y también demasiado extraña para el regocijo. A ratos parece superficial, aunque intrincada como un laberinto cretense, y luego, de nuevo, es un abismo intransitable. No digas que la naturaleza es trivial, pues mañana será radiante y bella”.

“Una ola de felicidad fluye sobre nosotros como sol sobre un campo”, anotó Thoreau el 7 de agosto de mediados del siglo XIX y ahora, casi dos siglos después, llega a mí como recién nacido. Sus apuntes, reflexivos muchas veces, impresionistas o trazados en ocasiones a la manera de aforismos, funcionan como pequeñas lecciones para afrontar el día a día, para sentir el paso del tiempo sin aspavientos, con la mirada serena.

Sobre el trabajo; sobre sus tediosas jornadas como agrimensor; sobre sus proyectos, entre ellos el de levantar su célebre cabaña para enfrentarse a la verdad esencial, desnuda de todo artificio; sobre sus lecturas; sobre los prodigios que aguardan al que camina al aire libre; sobre la experiencia de la niñez que eclipsa cualquier otra experiencia; sobre los cambios de ánimo que deben dejarse pasar igual que las sombras de las nubes; sobre la melancolía; sobre un granjero llamado Minnot al que admira porque es el que mejor “encarna la poesía de la vida rural”, porque “no hace nada con prisa o con pesadez, sino como si lo amara”; sobre un  incendio que provocó un día sin querer y sus consecuencias… Sobre éstas y sobre tantas y tantas otras cosas escribe Thoreau.

Recomiendo adentrarse en las páginas de este intenso “Diario” que retrata al hombre inconformista con todo su aprendizaje, su sabiduría y experiencia a cuestas. Yo me dispongo a cerrarlas, pero no sin dejar constancia de unas cuantas entradas especialmente reveladoras, que muestran a Henry David Thoreau en estado puro. “Mientras atravieso los campos, tratando de recuperar mi tono y mi cordura, después de una semana de inspecciones por las fronteras del pueblo, en las que he tenido que lidiar con los hombres más comunes y terrenos, y con asuntos enfáticamente triviales, siento, como si de algún modo, me hubiera suicidado (…) Me siento inexplicablemente sucio. Mi Pegaso ha perdido sus alas; se ha convertido en reptil y ahora se arrastra sobre su barriga. El poeta debe mantenerse distante y sin mácula. Dejemos que inspeccione los límites de la provincia de la imaginación, el reino de lo maravilloso, y no las fronteras insignificantes de un pueblo. Las excursiones de la imaginación son tan ilimitadas, las lindes de los pueblos tan ridículas”.

“Me siento dichoso. Me encanta mi vida. Mi calidez se extiende a toda la naturaleza alrededor”, dice en otro momento en el que percibe haber sido premiado por los dioses “por saber esperar la llegada de horas mejores”. Thoreau habla de sus emociones, de sus estados de ánimo, de su yo, pero también se dirige en numerosas ocasiones al nosotros. Nos dice que “por lo común, no vivimos nuestras vidas con plenitud”, que “no llenamos de sangre todos nuestros poros”, que “no inspiramos y expiramos lo suficientemente a fondo, como para que la ola -grande o pequeña- de cada inspiración ruede hasta que se encuentra con la arena que nos limita, rompiendo contra nuestras costas más lejanas y devolviéndonos el sonido del oleaje”. “¿Por qué no nos abandonamos a la inundación, abriendo las compuertas, poniendo todas nuestras ruedas en movimiento?, nos pregunta. Probemos a hacerlo. Sintámonos dichosos con Thoreau. Abramos la ventana para que penetre el aire fresco, renovador, de la vida que no renuncia a expandirse.

En este artículo se comentan los siguientes libros de Henry David Thoreau: «Musketaquid», traducido por Miguel Ros González y publicado por Errata Naturae; «El Diario», traducido por Ernesto Estrella para Capitán Swing; «Thoreau. Biografía esencial», de Antonio Casado da Rocha (Acuarela & A. Machado) y «La vida sublime», cómic con textos de Maximilien Le Roy e ilustraciones de A. Dan. Ha sido publicado por Impedimenta.

Las viñetas que ilustran este texto pertenecen al libro «La vida sublime».

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