Blanca Riestra: “Rimbaud me condujo al enigma”

Por Emma Rodríguez © 2014 / “Pregúntale al Bosque”, de Blanca Riestra, es un libro pequeño en número de páginas, poco más de 150, pero está cargado de tantas sugerencias, de tantos cajones por abrir, que para nada considero que sea desproporcionado decir que su distancia, su efecto, el peso de sus párrafos, pueden incrementarse considerablemente, multiplicarse por dos, por tres, por cien, por mil, hasta un millón y muchísimo más, dependiendo de los lectores que se acerquen a él y le vayan añadiendo sus propias interpretaciones y experiencias. Pese a ser muy íntimo, muy personal, muy biográfico, “Pregúntale al Bosque” es una especie de libro plastilina, que cada cual puede modelar según sus gustos y vivencias. Un libro cómplice en el que reconocer las huellas de una historia colectiva, la de los adolescentes y jóvenes de la Transición que andaron por las calles de los descubrimientos “cuando este país era una fiesta”, según dice la autora.

Pese a ser su apariencia delicada, tras esa bella portada de cuento, en la que las huellas se marcan en un enigmático paisaje nevado, se desliza una narración envolvente, una confesión, “una argumentación” nada amable sobre el hecho de crecer, de convertirse en adulto. Publicada por Pre-Textos, esta novela con la que Riestra (A Coruña, 1970) se alzó con el Premio Ciudad de Barbastro en su última edición, es una obra poco convencional que en ocasiones parece partir de las páginas de un diario. Una entrega poética, suave y abrupta a la vez, indagadora y valiente por el modo en que se enfrenta a lo vivido, por la manera en la que desmonta determinados discursos sobre la feminidad, incluído el de la obligación o necesidad de las mujeres de convertirse en madres.

Lo alegre y lo triste, lo plácido y lo hiriente, lo hermoso y lo feo, la celebración y el desencanto, van conformando un esclarecedor juego de dobles, de contraposiciones, un mosaico existencial que sigue el ritmo huidizo de la memoria. Y de fondo el bosque, esa imagen potentísima, llena de reminiscencias y de ecos, que se alza como un tupido túnel de árboles a través del cual llegar a lo incomprensible, a lo inexplorado, a lo profundo, pero también, muy especialmente, a las simientes de la escritura, a esas flores misteriosas que brotan en medio del campo árido, del desierto, de la soledad.

“Pregúntale al Bosque” es una obra poco convencional que en ocasiones parece partir de las páginas de un diario. Una entrega poética, suave y abrupta a la vez, indagadora y valiente por el modo en que se enfrenta a lo vivido, por la manera en la que desmonta determinados discursos sobre la feminidad, incluído el de la obligación o necesidad de las mujeres de convertirse en madres.

El Bosque era todo aquello que les era extraño, que se les escapaba. Estaba hecho de todo lo oculto, de lo despreciado, de lo prohibido”, leemos muy al comienzo de la novela. “El bosque no es una figura del pensamiento sino que existe, siempre al margen de todo lo que ocurre, a pie de página. Está en las tardes de la infancia escondido en los visillos, es el miedo por las noches al hombre del saco, es la ebriedad en brazos de un tipo cualquiera al que no volverás a ver, o peor, en brazos de un amigo al que ves desnudo por primera vez, al que sabes que estás traicionando para siempre, es la sensación de mareo cuando terminas de escribir un libro y la última palabra revolotea sobre ti como un vómito…”, subrayamos más adelante.

La literatura, la creación en todos sus ámbitos, está llena de bosques. Es un territorio atrayente, un espacio múltiple, tan idóneo para el cuento como para la pesadilla. ¿Qué te llevó hasta ahí?

– El Bosque es una fuerza que atrae y que repele al mismo tiempo. Para mí tiene que ver con lo invisible y con lo irracional, pero también con la escritura, porque ésta nace de algo que no podemos explicar. En un momento de mi libro se llega a decir que la escritura se construye sobre la basura, es decir, sobre lo inconfesable y lo oculto. No todo es sublime, no todo es brillo y oropeles. Aunque se suele relacionar el arte, la escritura con la belleza, con la evasión, el creador accede también a la parte oscura, mezquina, fea, de la vida. Hay muchos bosques en la literatura, es cierto, pero yo no puedo dejar de citar una obra que me encanta, “El bosque de la noche”, de Djuna Barnes, una novela increíble, escrita a la manera de un laberinto, una especie de almacén de oscuridades, una espesura de palabras.

Blanca Riestra por © Karina Beltrán

– Da la impresión de que ésta fue una obra necesaria para Blanca Riestra, tanto para la escritora como para la mujer. ¿Hasta qué punto nació del deseo de hacer recuento, de explorar tu propio recorrido, tu propia identidad?

– Hay cosas en este libro, que va sobre la vida, sobre la propia vida y la interpretación que hacemos de ella, que se me escapan hasta a mí misma. La memoria no es plana. Está hecha de la acumulación de imágenes, de objetos, de huellas, de pistas. Me dejé arrastrar por todo eso, escribiendo de una forma muy natural, casi sin pausas, sin buscar la elaboración de grandes teorías. Es una argumentación que surgió en un determinado momento de inflexión, es cierto. Mi padre había muerto y eso fue algo brutal. Supuso para mí un cambio de era, de rumbo, ya lejos de esa figura protectora. Y, luego, el nacimiento de mi hija, que viví primero como una especie de rendición, ya que yo nunca había querido tener hijos, y que después acabé aceptando como una apuesta por la continuidad, por la supervivencia, por caminar hacia adelante en lugar de ir hacia la destrucción. Sí, necesitaba hacer un recuento sincero, no complaciente; explicarme lo que nadie me había explicado: cómo funcionan las cosas, cómo funciona la realidad. En un determinado momento nos creemos que somos libres, pero resulta que las cartas están marcadas de antemano.

La novela surgió en un determinado momento de inflexión, es cierto. Mi padre había muerto y eso fue algo brutal. Supuso para mí un cambio de era, de rumbo, ya lejos de esa figura protectora. Y, luego, el nacimiento de mi hija, que viví primero como una especie de rendición, y que después acabé aceptando como una apuesta por la continuidad, por la supervivencia, por caminar hacia adelante.

– ¿Te resultó duro enfrentarte a tus propios recuerdos y contradicciones? ¿Te sientes reflejada, eres tú la adolescente que avanza en esta novela, o, simplemente reconoces en ella, gracias al efecto mágico de la escritura, a un personaje de ficción?

– Siempre he estado en contra de la literatura de base biográfica. Pero, como decíamos antes, hay momentos en los que resulta necesario. En este caso me planteé que ya era hora de trabajar con la verdad, de dejar de lado esas historias más o menos alegóricas que recreamos los escritores y que no tocan aquello que de verdad nos importa. Sentí pudor a la hora de la publicación, me pareció que estaba jugando con material inflamable y tuve ganas de echarme para atrás, de parar. Pero al mismo tiempo pensé: “total, pero si nadie lee, para qué me preocupo”. Esa idea me hizo pasar el trago, ver lo escrito como algo muy alejado de mí. ¿Hasta qué punto la memoria es tramposa? Esta novela parte de una visión del mundo que es la mía, pero al final todo es ficción. Todos nos contamos un cuento para explicarnos y en este caso, para contar este cuento que es el mío, recurrí a una dureza tamizada. Tal vez porque la verdad desnuda resulta insoportable.

– La novela es el relato de una huida, una huida del sistema, con sus tentaciones y servidumbres, y una huida geográfica, a la búsqueda de otros espacios de libertad. Son muchos los escenarios, las ciudades, en las que desembarca la narradora, pero, como ella misma dice, siempre se acaba regresando a la ciudad de la que se escapa, la ciudad de los orígenes. Ahí está A Coruña, su aire marino, su humedad, su lluvia, sus tonos grises.

– Ésta es una historia que cuestiona hasta qué punto interviene o no la voluntad en lo que acabamos siendo, una historia sobre cómo es imposible escapar y sobre cómo siempre volvemos a los escenarios de nuestra infancia y adolescencia. Llevo conmigo la imagen, las sensaciones de una ciudad atlántica, portuaria, oscura y ebria. No puedo dejar atrás ese extremismo de los gallegos, quienes son capaces de hacer vivir su parte más festiva con esa otra de carácter destructivo, salvaje, kamikaze. Se trata de un pueblo de marineros, pero también está la Galicia rural, la Galicia profunda, mágica, dura, brutal, mítica. Es el Bosque donde habita la pobreza medieval, lo ignoto, con todos esos mensajes que una niña de ciudad, como era yo, no podía descifrar, pero que le resultaban muy atrayentes.

 Estamos ante un recorrido hacia las incertidumbres del presente. Partiendo de lo privado, el libro refleja muy sutilmente el paso a una sociedad confusa, desorientada.

– No fui consciente de ello, pero es cierto que la novela es también el retrato de la decepción de una sociedad que no acaba de entender su deriva, su evolución. La vida privada no puede separarse de los acontecimientos políticos, económicos de un país, y la literatura no puede permanecer al margen. Creo que la manera de escribir está cambiando; que en momentos de incertidumbre es cuando se hacen cosas nuevas; que están surgiendo cada vez más libros desoladores, maravillosos. Los escritores no estamos desconectados de la realidad, sino todo lo contrario. Tenemos los mismos problemas que los demás. El glamour ha desaparecido. Somos cada vez más pobres. Hay autores con grandes problemas económicos, abocados a escribir a cambio de remuneraciones ínfimas o, lo que es peor, gratuitamente.

– La novela critica el mercado editorial en la década de los 90, en la etapa de bonanza que precedió a la crisis, esa época en la que todo parecía brillar.

– Sí. También hubo un pelotazo clarísimo en el mundo de la cultura. Se celebraban premios y presentaciones en hoteles y restaurantes carísimos. Pensábamos que todos íbamos a hacernos ricos. Nos creímos algo que era falso. Había mucha tontería. La gente no se tomaba en serio lo que de verdad suponía la escritura.

La literatura no puede permanecer al margen. Creo que la manera de escribir está cambiando; que en momentos de incertidumbre es cuando se hacen cosas nuevas; que están surgiendo cada vez más libros desoladores, maravillosos. Los escritores no estamos desconectados de la realidad, sino todo lo contrario. Tenemos los mismos problemas que los demás. El glamour ha desaparecido. Somos cada vez más pobres.

En las múltiples lecturas, interpretaciones, de la novela, está la del relato iniciático. Parémonos en la adolescencia: la inadaptación, la sensación de extrañeza ante todo, ante los demás, ante el propio cuerpo. Esa etapa, en la que todos hemos sido exploradores de emociones, se refleja muy bien en la novela. Es difícil no identificarse con la protagonista, una chica que va despertando al sexo, a la literatura, y cuya identidad se difumina tras las voces de las amigas con las que habla, con las que discute. Ese juego de voces es muy interesante; confunde al lector, le atrapa.

Blanca Riestra por © Karina Beltrán

– La adolescencia es una etapa que me encanta. Me gusta lo salvajes que son los adolescentes, ese optimismo desbordado que tiene que ver con el descubrimiento de la sexualidad, de la crueldad también. Aunque se sufre mucho, esos son los momentos en los que vivimos de verdad. Superada esa etapa, lo demás ya es vivir de las rentas, a medio gas. Aunque haya miedo, ese periodo de la existencia tiene mucho de gozoso. Los adolescentes se sienten fuertes.

 No conocer la muerte da fortaleza. Hasta que no se ve morir a alguien querido, hasta que no se tiene conciencia de la muerte, no se crece. Esta es una idea esencial en el libro.

– Sí. Así es y no deja de resultar extraño. A medida que vamos creciendo parece que deberíamos hacernos más sólidos, más firmes y vigorosos, pero sucede al contrario; perdemos fuerza, vamos desapareciendo. Somos como lobos a los que se les van arrancando los dientes. Y, a la vez, no podemos dejar atrás esa primera visión de la adolescencia. Esa imagen nos marca para siempre. Creemos que cambiamos, pero en el fondo seguimos siendo los mismos de entonces, un poco más cansados y apaleados.

Me gusta lo salvajes que son los adolescentes, ese optimismo desbordado que tiene que ver con el descubrimiento de la sexualidad, de la crueldad también. Aunque se sufre mucho, esos son los momentos en los que vivimos de verdad. Superada esa etapa, lo demás ya es vivir de las rentas, a medio gas. Aunque haya miedo, ese periodo de la existencia tiene mucho de gozoso. Los adolescentes se sienten fuertes.

– Poco tienen que ver esos adolescentes que vivieron los aires frescos de la España de la Transición -hay muchas referencias en el libro a la denominada Movida, a los grupos musicales de entonces- con los de ahora, enfrentados a un presente empequeñecido, de vuelta atrás. Las transgresiones ya no están tan de moda.

– Sí. Esta novela es la crónica de una manera de ser que ha cambiado muchísimo, que ya no existe. A los adolescentes de mi generación no nos importaba el dinero, ni el éxito. Tampoco nos planteábamos el concepto de felicidad, ni de futuro. Lo que queríamos era ser peligrosos, duros, un poco malditos. Románticos y dionisiacos, la monogamia no era entonces la panacea. Deseábamos ser libres y no lograr ser tan salvajes como soñábamos fue algo que nos dolió después. Todo eso que nos gustaba entonces, que perseguíamos, ha desaparecido en gran medida. Hoy no puedo dejar de quedarme perpleja ante la ola que ha entrado de conformismo, de conservadurismo.

El aborto es uno de los temas importantes de la novela, el aborto desde el punto de vista de una mujer que no desea ser madre aún porque no entra en sus planes, porque no es el momento adecuado, porque no quiere ceder a los imperativos de la sociedad. Su decisión es firme, meditada. La experiencia resulta dolorosa y a la vez liberadora. “No hubo palanganas, ni sondas ni viejas desdentadas, sólo un gotero y un médico y un quirófano y una de esas camillas para que abras las piernas. La adrenalina la dopaba. Fue capaz. Se alegró de poder hacerlo. Salió de la clínica por su propio pie”, leemos. Nada que ver con esa leyenda negra de suciedad, peligro y clandestinidad, que durante tanto tiempo se ha asociado en este país con el aborto.

– El aborto es uno de los temas importantes, sí. No puede ser de otro modo cuando se aborda la condición femenina. Durante demasiado tiempo a las mujeres se nos ha impuesto una imagen absolutamente idealizada del hecho de ser madres que no se corresponde con la realidad. No todo es tan estupendo como se refleja en la publicidad, en las revistas del corazón. Se trata de algo mucho más complejo, conflictivo y ambivalente para la mujer. Ser madre puede ser magnífico cuando realmente se dan las condiciones para ello, pero también puede ser el origen de otros problemas desde el punto de vista económico, social, laboral. No es obligatorio tener hijos, no es nuestra obligación. Ahora mismo el debate se centra en la reforma de la ley del aborto de Alberto Ruiz Gallardón, en las modificaciones que introduce. Es algo terrible, que hay que parar del modo que sea, pero hay que ir más alla. Hay que hablar de todas estas cuestiones esenciales que tienen que ver con la situación de supeditación en la que todavía nos hallamos. A las mujeres nos corresponde cuidar a los hijos y también a nuestros mayores cuando enferman. Resultamos útiles como cuidadoras, como suministradoras de servicios a la otra parte de la población.

Ser madre puede ser magnífico cuando realmente se dan las condiciones para ello, pero también puede ser el origen de otros problemas desde el punto de vista económico, social, laboral. Para nada es obligatorio tener hijos, no es nuestra obligación. Hay que hablar de todas estas cuestiones esenciales que tienen que ver con la situación de supeditación en la que todavía nos hallamos.

– Pese a los avances alcanzados, a los logros de los movimientos feministas, sigue existiendo una evidente discriminación.

– En efecto. Los hombres siguen ganando mucho más, siguen ocupando más puestos de responsabilidad, siguen dominando las instituciones, mientras una gran parte de las mujeres, arrastrada por la inercia, continúa adoptando los roles femeninos impuestos. El discurso sigue siendo masculino y en la literatura en concreto resulta muy castrador. No vamos a ponernos a hacer análisis de porcentajes, pero resulta escandalosa la escasez de casos de reconocimiento a mujeres escritoras, creadoras. Y, por otra parte, sigue siendo algo sospechoso que una mujer ascienda en un ámbito determinado. Cuando lo hace tiene que demostrar que se merece el puesto, tiene que trabajar el doble. Desmontar todo eso es muy complicado. La desigualdad, de un modo u otro, nos acaba tocando y yo he empezado a ser especialmente consciente de ello desde el nacimiento de mi hija. Afortunadamente ahora está surgiendo un feminismo más combativo, representado por Femen, un feminismo que rompe con esa idea del movimiento como algo trasnochado, cursi, estancando en la década de los 60.

Pero también es cierto que cada vez surgen más autoras, más artistas, interesantes.

– Siempre ha habido autoras de cabecera, modernas, arriesgadas. Ahí están Clarice Lispector, Djuna Barnes, Jane Bowles, Marguerite Duras, Marguerite Yourcenar... Sin ir más lejos ahora mismo en nuestro país hay escritoras como Marta Sanz, Elvira Navarro o Esther García Llovet, que desmienten los postulados de que la literatura de mujeres es blanda, complaciente y sentimental. Ellas han dado un giro hacia la profundidad, hacia el riesgo, que es un soplo de aire fresco. Pero eso no tiene nada que ver con el discurso imperante, un discurso que sigue siendo masculino.

Imposible mejor momento para comenzar a hablar de los inicios, de la evolución, de los gustos y hábitos de Blanca Riestra como lectora. Esta conversación debería haber tenido lugar en su casa de Madrid, pero problemas domésticos lo hicieron imposible y cambiamos de escenario. Riestra confiesa que lo suyo es leer en el sofá o en la cama antes de dormirse, que no suele hacerlo en los cafés ni en los vestíbulos de los hoteles salvo que esté esperando a alguien y que ese alguien se retrase demasiado. Nos imaginamos que así era y forzamos la situación. Es una excepción en esta serie, como también es excepcional buscar las respuestas a algunas de las preguntas habituales en las páginas de “Pregúntale al Bosque”, un libro cargado de referencias literarias, un repaso a esas inspiraciones e influencias que tanto marcan el rumbo.

Así, sobre las primeras lecturas, se explaya la narradora-autora en la página 49, donde cuenta que los libros llegaron a parecerle mucho más interesantes que las personas. “Podía encerrarse y viajar por los aires como Nils Holgersson a través de Suecia. Aventuras, bandas de niños detectives, pensionados ingleses y huérfanas suecas”, escribe. “Torres de Malory, Puck, los Cinco y las aventuras de Kásperle”, va recordando. Y llega a afirmar que “aquéllos fueron sus tiempos más felices como lectora, pues leer era, entonces, puramente placentero, carente de propósito, sólo un acto de disfrute”.

Blanca Riestra por © Karina Beltrán

Más adelante -página 87- hay otro momento clave en el que Blanca Riestra juega a fijar su evolución en el tiempo de una manera muy fotográfica: “En 1996, lleva un jersey de kookaï marrón atado en la cintura, el pelo corto, y lee a Jane Bowles; en 1998, una chupa granate de cuero comprada en el Glignancourt y lee a Jean Giono; en 2001 una extensión pegada en el flequillo y una camiseta negra y lee a Joseph Roth. En 2004 una camisa blanca, escucha “Pablo Honey” y sueña con Bolaño; en 2008 el pelo largo, viste gabardina, y lee a George Bataille. Y ahora, en 2011, con gafas de pasta, chal psicodélico de cachemir, lee a Queneau y a la Duras.

La presencia de Bolaño es importante en “Pregúntale al Bosque”. ¿Llegaste a conocerlo, a tratarlo personalmente?

– No. En una ocasión estaba previsto que acudiese a una cena con otros autores que organizó la editorial Anagrama, pero no apareció. Alguna vez pensé en escribirle, pero no lo hice por pudor. Me parece un autor esencial, que ha cambiado el panorama de lo que se está haciendo, la manera de concebir la novela, su concepción espacial, su estructura. La suya es una pasión por la literatura que habíamos olvidado. Es imposible que todo eso no te marque.

– “Pregúntale al bosque” participa de la idea del poder transformador de la literatura, pero si tuvieras que citar un autor, un libro en concreto, que te hizo experimentar un cambio de piel, ¿cuál sería?

– Claramente Rimbaud. El Rimbaud de “Las iluminaciones” y “Una temporada en el infierno”. Eso sí que fue… Recuerdo que mi hermana mayor tenía “Las iluminaciones” en su mesilla de noche y que yo lo cogía una y otra vez con insistencia, hasta acabar entendiendo algo de ese texto misterioso que me hizo percibir lo que es la literatura, que me introdujo en un mundo enigmático, casi cifrado.

Hiciste tu tesis doctoral en Filología Hispánica en Francia, con una tesis sobre el poeta vanguardista Juan Larrea. ¿Qué lugar ocupa en tu trayectoria?

– Larrea llegó en la universidad. Me encantaba su modernidad, su perfil de creador inclasificable. Fue muy interesante acometer esa labor de investigación sobre él, pero lo cierto es que en esa etapa mi relación con la literatura ya era diferente. Tenía que ver con el trabajo. Ya no era lo mismo. Está claro que las lecturas más pasionales se hacen en la adolescencia.

Recuerdo que mi hermana mayor tenía “Las iluminaciones” de Rimbaud en su mesilla de noche y que yo lo cogía una y otra vez con insistencia, hasta acabar entendiendo algo de ese texto misterioso que me hizo percibir lo que es la literatura, que me introdujo en un mundo enigmático, casi cifrado.

– ¿Qué libro recomiendas para ayudarnos a entender la situación actual, el presente?

– “Las cosas” de Georges Perec, una delicia de clarividencia, de dureza. A través de la relación de una pareja Perec va dándonos idea de la deriva a la que hemos llegado. Nos demuestra que los objetos que consumimos pueden ser fascinantes, pero también letales. Nos habla de hasta qué punto nos matamos por tener dinero cuando ese dinero sirve para comprar cosas que no solucionan nada. Esa idea de que somos como ratones en la rueda, de que no podemos escapar del  sistema está también en “Pregúntale al Bosque”. Por eso siempre me han gustado tanto los vagabundos. Son gente que se han salido del cuadro y nos contemplan desde fuera. Se han instalado en el momento presente y siguen representando un poco esa despreocupación y voracidad de la adolescencia.

– ¿Qué estás leyendo ahora mismo?

– Estoy leyendo en francés una edición de Gallimard que reúne diez novelas cortas de Patrick Modiano. Me fascina cómo maneja esa distancia y cómo juega con los recuerdos, con la memoria, con las calles y las geografías urbanas.

 Me imagino que estás muy al tanto de las novedades. Antes me citabas a tres mujeres que te interesan especialmente: Sanz, Navarro, García Llovet. Las tres forman parte del grupo, de la primera tanda de autores, que has seleccionado para la editorial francesa Orbis Tertius. ¿En qué consiste ese proyecto?

– Sí. Se trata de una colección que acaba de empezar a rodar, VersiónCeleste (www.editionsorbistertius.fr). Una serie que intenta llevar a los lectores franceses una literatura hispánica menos convencional, alejada de lo previsible, de lo que no se encuentra habitualmente en las mesas de novedades. Junto con el editor del sello, Jean-Claude Villegas, al que conocía de mi época de estudiante en la universidad de Borgoña, me he propuesto contribuir en la medida de lo posible a que se supere esa imagen fija del “boom” y del realismo mágico, mostrar a los lectores franceses que hay otros horizontes, tendencias innovadoras, gente de las dos orillas que está haciendo cosas interesantísimas, no evidentes a primera vista. En la colección están, además de las autoras ya mencionadas, otros como Carlos Castán, Juan Carlos Méndez Guédez, Andrés Neuman, Ernesto Pérez Zúñiga… También me incluyo yo. Llegamos a ese público de la mano de traductores del ámbito universitario. Es una colección online, que se distribuye a través de la red de plataformas virtuales de venta de “e-books”, pero también es posible la edición en papel bajo demanda.

Por último, ¿qué libro te llevarías a una isla desierta?

“El arrebato de Lol V. Stein”, de Marguerite Durás. Una especie de novela de lo irracional, llena de hallazgos. Una verdadera belleza.

“Pregúntale al Bosque” ha sido publicada por la editorial Pre-Textos.

Las fotografías fueron realizadas en el céntrico Hotel de las Letras (Madrid) por Karina Beltrán.

Fotografía © Karina Beltrán

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