Una vuelta al mundo con Marguerite Yourcenar

Por Jean-Pierre Castellani © 2014 / Un 7 de febrero de 2013, mientras el sol brillaba en la capital de Italia, un nutrido grupo de aficionados se reunía en el pintoresco vestíbulo del teatro Vascello, en el barrio de Trastevere, para escuchar a un grupo de especialistas debatir sobre la persona y la obra de Marguerite Yourcenar. Se trataba de un homenaje organizado por el Centro Internazionale per l’Arte Antinoo Marguerite Yourcenar con motivo de la publicación de mi último libro sobre las relaciones entre el “Yo” y el “Otro” en su literatura. Y una vez más no podía dejar de sorprenderme al percibir el interés hacia su figura, el mismo del que he sido consciente en otras salas atestadas de gente por todas partes del mundo. Durante la misma quincena ya había hablado del mismo tema en otros escenarios de Italia y de Francia y ello me llevó a evocar todo mi itinerario como estudioso de sus textos, una labor nunca interrumpida, siempre actualizada, una aventura única que ha cambiado mi vida.

Recuerdo especialmente aquel 6 de marzo de 1980. Tenía que dar una conferencia sobre la trayectoria de Marguerite Yourcenar en el Salón de Actos de la Universidad de Valencia. Como cada tarde, la sala se había llenado de una multitud de oyentes devotos. El Consejero Cultural de Francia en Madrid, un gran lector de sus libros, había convertido lo que inicialmente se limitaba a una mini-gira ibérica dedicada a un famoso autor francés de las letras, en un maratón por las principales ciudades de la Península Ibérica: Sevilla, Zaragoza, Salamanca, Madrid, Málaga, Valladolid, Barcelona, y en ese momento Valencia. Minutos antes de empezar mi conferencia, a las 20 horas, me enteré de que la Academia Francesa acababa de elegir a Yourcenar, quien de este modo pasaba a ser la primera mujer en ingresar en aquella famosa y docta Asamblea. Me apresuré a anunciarlo al público, que inmediatamente irrumpió en aplausos calurosos. Fue un día inolvidable. Un hecho histórico del que corrieron ríos de tinta en los medios de comunicación de todo el mundo, en particular en una España entonces inmersa en la Movida de los años 80. Recuerdo que la conferencia se cerró con un coloquio algo polémico, como suele pasar con una mujer cuya personalidad y obra provocan siempre pasiones encontradas. La atmósfera se había tornado eléctrica al concluir el acto. Han pasado ya 33 años.

Minutos antes de empezar mi conferencia, a las 20 horas, me enteré de que la Academia Francesa acababa de elegir a Yourcenar, quien de este modo pasaba a ser la primera mujer en ingresar en aquella famosa y docta Asamblea. Me apresuré a anunciarlo al público, que inmediatamente irrumpió en aplausos calurosos. Fue un día inolvidable.

Yo todavía no era consciente de que entonces estaba iniciando una gran aventura que cambiaría mi vida académica, hasta entonces tranquila, y que me iba a llevar a dar la vuelta al mundo siguiendo exactamente el nomadismo de mi autora favorita. Aún no sabía que de estudioso de los textos de Yourcenar, con los años iba a pasar a convertirme, con no pocas casualidades por medio, concepto que a ella tanto le gustaba, en un especialista en su obra, término un tanto pedante acuñado por la crítica científica.

Marguerite-Yourcenar

A partir de 1984, una pandilla de profesores más o menos marginales, o por lo menos atípicos, entre los que me contaba, se reuniría por primera vez en España, luego en Francia, Bélgica e Italia en torno al estudio sistemático de los textos de Marguerite Yourcenar. Me uní a esa tribu después de una primera fase del camino en solitario. Eso me definía, además del hecho de no pertenecer al selecto y poderoso grupo de profesores de Literatura Comparada, que nos veían, desconfiados, desembarcar en tierras que, sin embargo, ellos habían descuidado.

¡Cuántas experiencias acumuladas a lo largo de los años, a través de esos encuentros literarios, cuántos recuerdos! Al tratar esencialmente, una y otra vez, del “Yo” de Yourcenar, yo construía mi propia vida, tomando caminos que no había planeado en una carrera académica programada para otras cosas más previsibles o institucionales. Además de las aulas de mi Universidad, o de otras en Europa, lo que es, al fin y al cabo, bastante común para un catedrático, he ido a hablar de Yourcenar a lugares muy curiosos: rodeado de los libros de las antiguas bibliotecas de la Universidad de Bolonia o de Parma; en el acogedor salón del Museo Malba de Buenos Aires; en una cárcel de Málaga; ante los miembros cultos de asociaciones como los Amigos de Guillaume Budé o los Rotary Clubs en Francia; así como en distintas tertulias en los cafés del barrio de Alfama, en Lisboa. Con Yourcenar he viajado también a Alemania, Irlanda, Reino Unido, Rumanía, Grecia, Chipre, Argelia, Túnez, Japón, Colombia o Brasil.

¿Cómo olvidar ese largo viaje en tren hasta la ciudad de Pordenone, en el norte de Italia, donde me encontré en el departamento del tren frente a una chica joven y formalita que leía “Memorias de Adriano” y a la que no me atreví a decir que en mi carpeta estaban los apuntes para dar mi conferencia sobre ese mismo libro, unas horas después? ¿Cómo no recordar esas charlas en Sicilia, con el aroma de las naranjas que se extendía por todos los puestos de los mercados, especies de catedrales iluminadas en una noche primaveral? ¿Cómo no traer a la memoria a las viejas Condesas, con sus impresionantes collares, en el Centro cultural franco-italiano de Venecia? La directora de la institución, persona bastante extravagante, descendiente de Ravel, me avisó que yo tenía que hablar en voz muy alta por ser algo sordas las Condesas…

¿Cómo olvidar ese largo viaje en tren hasta la ciudad de Pordenone, en el norte de Italia, donde me encontré en el departamento del tren frente a una chica joven y formalita que leía “Memorias de Adriano” y a la que no me atreví a decir que en mi carpeta estaban los apuntes para dar mi conferencia sobre ese mismo libro, unas horas después?

Nunca me olvidaré tampoco de esos 200 alumnos muy atentos y respetuosos del Colegio Nacional de Buenos Aires, que me hicieron tantas preguntas inteligentes que tuvo que aplazarse la comida oficial. O de los estudiantes de periodismo del gran diario de Mendoza, en Argentina, tan preguntones también. Tampoco de los presentes en la maravillosa Biblioteca Municipal de Ajaccio, en Córcega, con sus viejos pupitres, que datan de la época del cardenal Fesch, o, ya en el Centro Cultural Francés en Argel, de un estudiante ciego que me confesó con orgullo que leía a Yourcenar con el método Braille.

Marguerite Yourcenar hojea una antigua edición del Panegirico de Stilicone di Claudiano © Yousuf Karsh

Todas esas imágenes se mezclan con las palabras de Yourcenar, leídas y vueltas a leer sin descanso, en busca de una idea, de un juicio, de una verdad, como por ejemplo esas magníficas reflexiones del emperador Adriano, que se convierten en toda una lección para el mundo loco de hoy: “Mi paciencia da sus frutos. Sufro menos, y la vida se vuelve casi dulce. No me enojo ya con los médicos; sus tontos remedios me han condenado, pero nosotros tenemos la culpa de su presunción y su hipócrita pedantería; mentirían menos si no tuviéramos tanto miedo a sufrir. Me faltan las fuerzas para los accesos de cólera de antaño […] el porvenir del mundo no me inquieta; ya no me esfuerzo por calcular angustiado la mayor o menor duración de la paz romana; dejo hacer a los dioses. No es que confíe más en su justicia que no es la nuestra, ni tengo más fe en la cordura del hombre; la verdad es justamente lo contrario. La vida es atroz, y lo sabemos. Pero precisamente porque espero poco de la condición humana, los períodos de felicidad, los progresos parciales, los esfuerzos de reanudación y de continuidad me parecen otros tantos prodigios, que casi compensan la inmensa acumulación de males, fracasos, incuria y error. Vendrán las catástrofes y las ruinas ; el desorden triunfará, pero también, de tiempo en tiempo, el orden. La paz reinará otra vez entre los períodos de guerra; las palabras libertad, humanidad y justicia recobrarán aquí y allá el sentido que hemos tratado de darles. No todos nuestros libros perecerán; nuestras estatuas mutiladas serán rehechas, y otras cúpulas y frontones nacerán de nuestros frontones y nuestras cúpulas; algunos hombres pensarán, trabajarán y sentirán como nosotros; me atrevo a contar con esos continuadores nacidos a intervalos irregulares a lo largo de los siglos, con esa intermitente inmortalidad. Si los bárbaros terminan por apoderarse del imperio del mundo, se verán obligados a adoptar algunos de nuestros métodos y terminarán por parecerse a nosotros”. (“Memorias de Adriano”. Narrativas/Edhasa, 1982, traducción de Julio Cortázar, p. 234-235).

Y está también esa humilde confesión de la escritora en una de sus piezas teatrales, “Rendre à César”: “Todos somos demasiado pobres como para vivir solamente de los productos de ese pedazo de tierra baldía que llamamos nuestro Yo”. Una confesión que confirma su deseo obsesivo de apartarse de la literatura exhibicionista de «yo « y de proteger así su vida privada, una vida en la que, sin embargo, yo he tratado de penetrar sin malicia.

Debemos establecer la diferencia entre el deseo autobiográfico que podemos detectar en muchos autores, una especie de llamada íntima a través de la escritura, y la expectativa de este tipo de literatura que se genera entre los propios lectores. “Todo hombre quiere ser el testigo de su propia vida”, decía Jean-Paul Sartre, poniendo palabras a esa dificultad que experimentamos a lo largo de nuestra existencia por conocernos a través de un desdoblamiento que nos vuelve a la vez tan cercanos y tan lejanos a nosotros mismos, tan unidos con nuestro cuerpo y al mismo tiempo tan ajenos a él. “Todos los hombres llevan dentro de sí mismos una especie de borrador, perpetuamente reelaborado, del relato de su vida”, escribe Philippe Lejeune. Existe en el ser humano, sí, un impulso irrefrenable de dar cuerpo a su voz y de expresar su “yo” a otro ser humano. Son esos signos de vida los que justifican ese deseo de leer la intimidad ajena, no sólo una curiosidad morbosa, totalmente equivocada.

Como señala, con razón, el director de cine Lucas Belvaux: “Todos somos el protagonista de nuestras vidas y el personaje secundario de la vida de los demás”. El reto de nuestra vida de lectores es, precisamente, contrastar la propuesta y, para mí, Yourcenar no es sólo un objeto de estudio, sino también una amistad, la historia de un compañerismo que nació y creció con el tiempo. Ella me guía, me dirige y me construye. Ahí está esa edición de bolsillo de “Memorias de Adriano”, hecha jirones con el tiempo, de la cual no quiero ni puedo separarme y que ninguna otra nueva publicación, en papel o electrónica, podrá llegar a sustituir.

Yourcenar es para mí no es sólo un objeto de estudio, sino también una amistad, la historia de un compañerismo que nació y creció con el tiempo. Ella me guía, me dirige y me construye. Ahí está esa edición de bolsillo de “Memorias de Adriano”, hecha jirones con el tiempo, de la cual no quiero ni puedo separarme y que ninguna otra nueva publicación, en papel o electrónica, podrá llegar a sustituir.

Por mi especialidad, el análisis de los textos autobiográficos -esa escritura del “Yo”que provoca tanta tinta en el universo de la crítica literaria y causa controversia pedante sobre la autoficción- me he centrado más bien en la expresión del «yo» de Yourcenar, pero de pasada, he profundizado también en el concepto de la recepción de estos textos, que van naturalmente de un “Yo” a un “Otro”.

En ese proceso de transmisión, en ese puente de comunicación, de entendimiento, de complicidad, yo aconsejaría a los lectores españoles tres textos que han sido traducidos, en los que Yourcenar se expresa de modo muy personal. Para empezar,  la larga y apasionante entrevista con el periodista Matthieu Galey, bajo el título «Con los ojos abiertos» (Plataforma Editorial), donde la autora se confiesa y se analiza de modo muy lúcido. Por ejemplo, cuando rechaza la palabra “desterrado”, prefiriendo el término más impreciso y a la vez más reductor de “frontera”. «Siempre me gustaron las islas […] cada isla es un pequeño mundo en sí, un pequeño mundo en miniatura […] Además el mar relaja. Se tiene la sensación de estar en una frontera entre el universo y el mundo humano”, llega a afirmar.

En mi opinión, no se ha subrayado bastante el hecho de que Yourcenar hubiera escogido voluntariamente vivir, en medio del espacio tan amplio de Estados Unidos, en una pequeña isla, la de los Montes Desiertos, muy apreciada, por cierto, por su tranquilidad y su entorno humano discreto. Ahí, en esa isla, la escritora encontró precisamente lo que suelen regalar las islas: el repliegue sobre uno mismo, un estado sedentario protegido, la soledad y al mismo tiempo, de modo paradójico, una necesidad de evadirse, de salir a un horizonte fascinante que da miedo y atrae a la vez. Yourcenar apuesta por dar la vuelta a esa cárcel que es el mundo a  través de unos viajes incesantes, curiosos y atentos, que son los  que emprenden sus personajes Adriano o Zenón.

En mi opinión, no se ha subrayado bastante el hecho de que Yourcenar hubiera escogido voluntariamente vivir, en medio del espacio tan amplio de Estados Unidos, en una pequeña isla, la de los Montes Desiertos, muy apreciada, por cierto, por su tranquilidad y su entorno humano discreto.

Otro texto cuya lectura recomiendo empecinadamente es  «Alexis o el tratado del inútil combate» (Madrid, Alfaguara, 1977), traducido por Emma Calatayud, un primer texto narrativo de Marguerite Yourcenar, publicado en 1929, cuando apenas tenía 24 años, precisamente la edad de su personaje. Se trata de una singular carta de despedida que envía un hombre, Alexis, a su esposa Monique, un discurso en el que encontramos ya  los temas fundamentales de la obra futura de Yourcenar: la meditación sobre el dolor y la enfermedad; las reflexiones sobre la voluptuosidad; las relaciones complejas del ser humano con su cuerpo; las tentaciones de lo prohibido en la vida de los sentidos; la obsesión por la felicidad; la dialéctica entre pasión y razón; el miedo al porvenir.

Alexis no puede confesar su homosexualidad, ni siquiera nombrarla, y la música le revelará su auténtica personalidad. «He leído con frecuencia que las palabras traicionan al pensamiento, pero me parece que las palabras escritas lo traicionan todavía más [ ..] Yo debería saber, sin embargo, que sólo la música permite la coordinación de acordes», confiesa . Frente a ese impulso homosexual, que no puede confesar, la música es un consuelo que le permite superar su sentimiento de culpabilidad : «La música, alegría de los fuertes, es el consuelo de los débiles» .

Marguerite Yourcenar en la entrada del parque que lleva su nombre, 15 Diciembre 1980 - © Sam Bellet / La Voix du Nord

Cuántas veces he leído ese magnífico homenaje a las manos del pianista : “Y fue en aquel momento cuando se me aparecieron mis manos. Reposaban sobre las teclas, dos manos desnudas, sin sortijas ni anillos, y era como si tuviera ante mis ojos a mi alma dos veces viva. Mis manos (…) me parecían de repente extraordinariamente sensitivas; incluso inmóviles parecían rozar el silencio como para incitarlo a revelarse en acordes; Reposaban, todavía un poco temblorosas del ritmo, y había en ellas todos los gestos futuros, igual que dormían los sonidos dentro del teclado. Habían anulado alrededor de los cuerpos la breve alegría de los abrazos; habían palpado, en los teclados sonoros, la forma de las notas invisibles; habían, en las tinieblas, encerrado con una caricia el contorno, de los cuerpos dormidos. A veces las había tenido levantadas en actitud de oración, a veces las había unido a las tuyas, pero de todo eso ya no se acordaban. Eran manos anónimas, las manos de un músico. Eran mi intermediario, a través de la música, ante ese infinito al que llamamos Dios, y por las caricias, mi forma de contacto con la vida de los demás. Eran manos borrosas, tan pálidas como el marfil sobre el que se apoyaban, porque yo las había privado de sol, de trabajo y de alegría. Y sin embargo, eran unas sirvientas muy fieles; me habían alimentado, cuando la música era mi gana-pan; y empezaba a comprender que hay algo de belleza en vivir del arte, puesto que nos liberamos de todo lo que no lo es. Mis manos, Mónica, me liberarían de tí. Podrían tenderse de nuevo sin obstáculos. Mis manos libertadoras me abrían la puerta de la salida » (Alexis…162-163)

Finalmente, para quien quiera adentrarse más en el territorio de Marguerite Yourcenar, se hace necesaria  la lectura de su epistolario. Yourcenar escribió centenares de cartas, a lo largo de su vida, estableciendo muy pronto copias para muchas de ellas con la ayuda de Grace Frick, su fiel compañera. Una gran parte de esas cartas están bajo la ley de protección de la intimidad, que impide su publicación hasta 2057. Las que ya conocemos completan e incluso enriquecen los textos autobiográficos. Son como un auténtico diario íntimo de la escritora.

Hoy en día tenemos a nuestra disposición 4 volúmenes publicados por la editorial Gallimard. El primero ha sido traducido bajo el título de «Cartas a sus amigos» (2000), con una excelente traducción de María Fortunata Prieto Barral y ha tenido cierto eco en España. Luego, quizás debido a la muerte de la traductora, no se han vuelto a vertir al español los demás volúmenes. «Cartas a sus amigos» abarca la vida entera de Yourcenar, desde la infancia, con una carta a su tía fechada en 1909, hasta un último mensaje mandado, en octubre de 1987, a Yannick Guillou, su co-ejecutor literario, poco antes de su muerte en diciembre de ese año. A todos sus destinatarios Yourcenar escribe cartas precisas y personales donde habla de sus obras, de sus proyectos, de sus juicios, de las circunstancias de su vida, de sus batallas editoriales, de su estado de ánimo. Estas cartas son a menudo una especie de autorretrato muy útil para conocer mejor a una escritora que nos parece a menudo enigmática, que siempre ha protegido su “yo” más íntimo. En este epistolario Yourcenar se descubre, se desvela o se revela tal como es.

A todos sus destinatarios Yourcenar escribe cartas precisas y personales donde habla de sus obras, de sus proyectos, de sus juicios, de las circunstancias de su vida, de sus batallas editoriales, de su estado de ánimo. Estas cartas son a menudo una especie de autorretrato muy útil para conocer mejor a una escritora que nos parece a menudo enigmática, que siempre ha protegido su “yo” más íntimo.

Es cierto que la sucesión de mensajes sobre asuntos prácticos puede llegar a crear una sensación de aburrimiento (el lector de hoy no entiende bien esos debates entre escritor y editor, no tiene las claves), o de indiferencia, pero no podemos dejar de sentir asombro frente al espectáculo de una gran escritora gestionando tantos detalles  personalmente desde el despacho de una isla tan lejana.

El 14 de diciembre de 1986, un año antes de la muerte de Marguerite Yourcenar, cuando le pedimos que participase en la SIEY (Sociedad Internacional de Estudios sobre Yourcenar) que acabábamos de crear, ella nos mandó una carta que decía: «En cuanto al Boletín no puede más que complacerme, pero ¿cómo podría ser útil? Yo no me aparto con gusto de los trabajos en curso para escribir notas o incluso para responder a preguntas cuya respuesta es, a menudo, el mismo libro”.

Algunos podrían considerar esta respuesta como una negativa o una contestación algo altiva, pero no fue el caso. Como grupo de especialistas y devotos de su obra preferimos captar la extraordinaria capacidad de trabajo de una mujer de 83 años que seguía escribiendo… Y también una invitación a continuar un diálogo único, desde un «yo» a un «otro», que es, en última instancia, la misma razón y justificación para la lectura de los textos literarios. Si algo está claro, si algo he aprendido en todo este trecho que he andado en compañía de Marguerite Yourcenar, es que toda lectura es siempre una búsqueda de uno mismo.


La Fotografía Nº2  fue tomada por A. Harlingue. La Nº3, Yourcenar hojeando una antigua edición del Panegirico de Stilicone di Claudiano, es obra de Yousuf Karsh, fotógrafo canadiense de origen armenio. La que cierra el artículo por Sam Bellet. La portada de la edición de «Memorias de Adriano» traducida por Julio Cortazar, y el poster de la conferencia sobre Yourcenar, nos fueron suministradas por el autor de este artículo. De la fotografía Nº1 , a pesar de la intensa búsqueda que siempre realizamos en Lecturas Sumergidas a este respecto, nos ha sido imposible determinar la autoría. Seguimos intentando localizar el nombre de su autor. Nada más dispongamos de él procederemos a  incluirlo.

Margarite Yourcenar - Memorias de Adriano (Traducción Julio Cortazar)

Etiquetado con: