Flores en la ciudad, piedras preciosas

Por Emma Rodríguez © 2014 / Sucede que hay ocasiones en las que nos reconciliamos con esas ciudades de las prisas, de la velocidad, que habitamos cada día. Sucede que hay jornadas en las que nos olvidamos del ruido y del malestar ante el presente, jornadas en las que dejamos de soñar con una playa desierta y nos ponemos a pasear, con un libro entre las manos, por calles y rincones que nos gustan de nuestro entorno habitual y que hace tiempo que pisamos sin mirar, sin apenas detenernos. Sucede que entonces acaece un pequeño milagro: somos capaces de apreciar de nuevo, de revivir esos detalles y sensaciones, que la rutina había conseguido ahogar.

Pensaba en todo esto un día luminoso muy reciente, un atardecer de cielos rojizos que tanto apreciamos los que vivimos en Madrid, en el que fui consciente de la importancia de la cultura. Si el campo nos ofrece la posibilidad de contemplar un paisaje, de recoger una flor silvestre, de respirar aire puro, fui anotando en este Diario, en la ciudad podemos nutrirnos con los paisajes imaginarios a los que nos conduce una exposición determinada, con los viajes diversos que se abren cuando decidimos entrar a una sala de cine. Las flores urbanas son flores de la cultura que tenemos que regar, que cultivar, que apreciar.

Emma Rodríguez en la exposición

Sin duda el profesor italiano Nuccio Ordine, uno de los protagonistas de este número de “Lecturas Sumergidas”, tiene mucho que ver en el despertar de todas estas reflexiones. “Cuando las tentaciones del utilitarismo y del más siniestro egoísmo parecen ser la única estrella y la única ancla de salvación, es necesario entender que las actividades que no sirven para nada podrían ayudarnos a escapar de la prisión, a salvarnos de la asfixia, a transformar una vida plana, una no-vida, en una vida fluida y dinámica, una vida orientada por la curiositas respecto al espíritu y las cosas humanas” leo en la introducción de su ensayo “La utilidad de lo inútil” (Acantilado).

Esta “Ventana” está impregnada del alma del “manifiesto” de Ordine. Su mirada apasionada, su defensa de los bienes, de los frutos de la cultura, me inspiró en ese recorrido en el que tuve claro que no son necesarios grandes espectáculos para alimentar nuestra sensibilidad, de que en ocasiones en lo más pequeño y humilde encontramos ese foco de luz que nos lleva a abrazar la intensidad, la belleza que nos rodea. Por eso este paseo del que aquí doy cuenta se inició en Up Gallery, un espacio mínimo, el hueco del ascensor del Hotel Radisson Blu, situado en la plaza Platerías Martínez, en los aledaños del paseo del Prado. Allí Karina Beltrán expone un conjunto de dibujos de su serie “Polaroids” que son como brotes delicados, poemas de la intimidad, escenas fotografiadas en un principio con el teléfono móvil y compuestas después con los trazos del dibujo a lápiz y de los hilos que van bordando los pliegues de lo cotidiano.

Emma Rodríguez. 2014 © Nacho Goberna

Beltrán, compañera de vida y de viaje en estas “Lecturas Sumergidas”, nos lleva a apreciar la importancia de los detalles, el corazón de las cosas, la carga emocional que tienen en nuestra vida esos objetos que nos acompañan en las casas, en las ciudades en las que vivimos. Un simple bolso de tela colgado en una puerta, una luz encendida, el borde de una sábana o de una cortina, una palabra determinada que nos alcanza con su impacto, con su sonido. Todo eso se puede grabar en la memoria y transportarnos de inmediato a lugares en los que hemos sido felices o en los que hemos llorado; entornos en los que hemos sentido que algo estaba a punto de nacer o de cambiar para siempre el sentido de nuestras percepciones.

En Up Gallery, un espacio mínimo en el hueco del ascensor del Hotel Radisson, en Madrid, Karina Beltrán expone una serie de dibujos de su serie “Polaroids” que son como brotes delicados, poemas de la intimidad, escenas fotografiadas en un principio con el teléfono móvil y compuestas después con los trazos del dibujo a lápiz y de los hilos que van bordando los pliegues de lo cotidiano.

Encontrar algo así en Madrid es, de verdad, como hallar un tesoro oculto, una piedra preciosa. Merece la pena acercarse, invito a hacerlo a todos los que vivan o visiten la ciudad, y a partir de ahí seguir la ruta de los museos sin programa previo, dejándose llevar por las sugerencias que despierten en cada cual las distintas propuestas artísticas. Así lo hice yo ese día del que os hablo, acompañada de “NW London”, la revitalizante, chispeante, última novela de Zadie Smith, una novela sobre la dureza de las ciudades actuales en la que también se descubren pequeños lugares secretos, un libro lleno de preguntas sobre quiénes somos y sobre qué identidades queremos construir a partir de la fragilidad de un tiempo y de un destino común.

Emma Rodríguez. 2014 © Nacho Goberna

Podría seguir dando cuenta aquí de los detalles de esa ruta soleada de la que mejor que yo hablan las fotografías realizadas por Nacho Goberna, pero las exposiciones de los grandes centros ya se reflejan apropiadamente en los medios y aquí yo prefiero desviarme y hacer un repaso de otras sorpresas que me ha deparado la ciudad estos últimos meses y que he ido atesorando como perlas, como descubrimientos propios, como flores en medio del asfalto.

Así, recurro a mis apuntes, hago recuento y recupero las emociones que despertó en mí un espectáculo que vi en los teatros del Canal a finales de 2013 y que el próximo mes de marzo llegará a distintas ciudades del Norte de España (Bilbao, Donostia, Logroño). Se trata de “Lo que mueve el mundo”, con textos de la novela del mismo título del autor vasco Kirmen Uribe y música del compositor belga Win Mertens. Una puesta en escena a contracorriente, original, altamente conmovedora.

Una propuesta sencilla en la que Uribe va leyendo fragmentos de su libro. Fragmentos sobre la guerra, la desesperanza, la espera, la amistad, la fuerza del amor y de las palabras, los deseos de cambiar el mundo, que se van intercalando con las composiciones envolventes, con la voz tan característica de Mertens. Recorro ahora las páginas de la novela, publicada por Seix Barral, y vuelvo a sentirme cautivada. Uribe parte de la historia real de Karmentxu, una niña vasca que fue acogida por el escritor flamenco Robert Mussche, un hombre al que el autor retrata en el proceso de transformación al que lo condujo la llegada de la niña, las circunstancias de la Guerra Civil y los vientos oscuros que ya anunciaban la Segunda Guerra Mundial.

 “Lo que mueve el mundo”, con textos de la novela del mismo título del autor vasco Kirmen Uribe y música del compositor belga Win Mertens, es  una puesta en escena a contracorriente, original, altamente conmovedora. Una propuesta sencilla en la que Uribe va leyendo fragmentos de su libro que se van intercalando con las composiciones envolventes, con la voz tan característica de Mertens.

Emma Rodríguez. 2014 © Nacho Goberna

“De los 3.278 niños que llegaron a Bélgica, 3.000 fueron acogidos por familias; no estuvieron en colegios u orfanatos, como sucedió, por ejemplo, con los niños refugiados en Francia (…) Poco a poco los niños iban creciendo y adaptándose a la nueva situación. No daban igual cobijo los árboles de su tierra y los de Flandes, la forma de vivir era muy distinta en Bilbao y en Gante. La primera sorpresa agradable fue el pan blanco: durante la guerra en Bilbao no podían llevarse a la boca más que pan negro…”, voy leyendo. “Cuando tienes un hijo, los miedos aparecen al momento. Cuando llegamos a la juventud, piensa Robert, creemos que hemos espantado para siempre las dudas de la infancia y la adolescencia. Por desgracia, no suele suceder así. Al ser padres vuelven con fuerzas renovadas. Es como si el miedo nos diera una tregua, un respiro de unos pocos años, para luego volver al ataque”, continúo, atrapada en pensamientos de los que me siento cómplice.

El autor vasco (Vizcaya, 1970), que obtuvo el Premio Nacional de Narrativa y el de la crítica en euskera con una obra anterior, “Bilbao-New York-Bilbao”, ha sido todo un hallazgo para mí. Su estilo es directo, con un aliento poético y un sesgo reflexivo en perfecta armonía. Hay ternura y un cierto toque “naif” en la manera de narrar, una frescura que atrapa, una voz capaz de hablar desde la cercanía, desde la inmediatez, de lo pasado, y de dotar de amplios y hondos significados las experiencias vividas. La Historia, sus sacudidas, se cuela en la vida y los corazones de los personajes, transformándolos, torciendo el rumbo de sus anhelos, de sus decisiones.

Escuchar a Kirmen Uribe leer en voz alta, aún bajo el efecto hipnotizador del piano de Mertens, fue un regalo, sí, del mismo modo que lo fue recuperar la voz y la figura de César Manrique a través de un documental que le rinde homenaje y que se convierte en toda una defensa de la naturaleza, del Medio Ambiente y de la ecología. Tuve la opotunidad de ver “Taro, el eco de Manrique”, del realizador canario Miguel G. Morales, dentro de los actos del certamen Cinemad, en el pequeño auditorio de la tienda National Geographic en la Gran Vía madrileña, otro lugar oculto que merece la pena ser conocido.

Recorrer los paisajes de la isla de Lanzarote, esos paisajes que tanto contribuyó a preservar Manrique de los especuladores, en un momento en el que Canarias se ve amenazada por el proyecto de prospecciones petrolíferas, alentó en mí y creo que en muchos de los que allí estábamos ese día, el deseo de abrazar los árboles, de no permanecer callados ante la contaminación de ríos y mares. César Manrique tiene la capacidad de contagiar su pasión y sus ideas, nos hace partícipes de sus preocupaciones, de la necesidad de construir sociedades más respetuosas con la naturaleza. Habrá quienes consideren que el documental es demasiado hagiográfico, que no indaga en las que pudieron ser las zonas de sombra del creador: sus relaciones con el poder, por ejemplo, su trayectoria de artista de éxito.

Recorrer los paisajes de la isla de Lanzarote, esos paisajes que tanto contribuyó a preservar Manrique de los especuladores, en un momento en el que Canarias se ve amenazada por el proyecto de prospecciones petrolíferas, alentó en mí y creo que en muchos de los que allí estábamos ese día, el deseo de abrazar los árboles, de no permanecer callados ante la contaminación de ríos y mares

¿Demasiado complaciente con el protagonista? Puede ser, pero sin duda, capaz de contagiar su lucha, su pasión por la isla que convirtió en el centro de sus desvelos y de sus sueños artísticos. Ver a Manrique correr con su perro, hablar de las sencillas construcciones de Lanzarote, casas blancas en armonía con el entorno. Escuchar su grito ante los tractores, ante las máquinas que se empeñan en levantar edificaciones que rompen los paisajes abiertos, que destruyen, consigue poner los pelos de punta al espectador consciente del loco mundo en el que vivimos. Ahí, en la fuerza que se transmite, en el espíritu combativo de la cinta, Morales, del que ya conocía otro interesante trabajo basado en la trayectoria de Cristino de Vera, otro de los grandes artistas canarios, ha acertado plenamente (se puede acceder a “Taro, el eco de Manrique” a través de www.400films.com).

Pobres de aquellos que no sean capaces de mirar, de descubrir, de encontrar auténticos tesoros en su deambular por las calles de la vida, pienso mientras voy cerrando esta “Ventana”. Hoy vuelve a lucir el sol en la ciudad en la que vivo. Sucede que en ocasiones un simple rayo de luz me induce a poner en pie uno de los juegos que más me gustan: ir repasando en silencio, mentalmente, las cosas que de verdad han entrado en mi corazón y que verdaderamente me han conmovido o agitado. Normalmente lo hago cada día, antes de dormirme, pero, en ocasiones, me sorprendo tirando del hilo de las vivencias mas gratificantes en pleno día, en momentos como éste en el que las palabras se van deslizando suavemente y las manos me llevan a dar forma a los recuerdos, a recoger las flores que reclaman nuestra atención desde las orillas, sobre las briznas de hierba.

Un Londres oculto. 2014 © Nacho Goberna

«Lo que mueve el mundo», de Kirmen Uribe, ha sido editado por Seix Barral, traducido del euskera por Gerardo Markuleta.

Las fotografías, realizadas en distintos escenarios de Madrid, las firma Nacho Goberna.

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