José María Guelbenzu: “Hoy al escritor que se respeta es al que gana mucha pasta”

Por Emma Rodríguez © 2013 / A Gabriel Cuneo, un guionista de televisión a punto de cumplir los 50 años y en plena crisis existencial, lo que le reconcomía a veces por las noches, antes de coger el sueño, era “la necesidad de entender el camino por el que el mundo al cual pertenecía como simple ser humano se dirigía al futuro”. Una necesidad que le provocaba “una zozobra que a veces lo desvelaba” y que “alimentaba sus miedos, los miedos de toda una vida”. Gabriel Cuneo es el protagonista de “Mentiras aceptadas” (Siruela), la última novela de José María Guelbenzu, quien sigue empeñado en atrapar las experiencias, anhelos y desencantos de su propia generación, esa que en Mayo del 68 se sintió capaz de cambiar el mundo y que ha sido testigo de la deriva de una sociedad cada vez más carente de valores.

La España triunfante, aún tan cercana, de la época del pelotazo, es el escenario de una entrega coral que ahonda en las sensaciones de incertidumbre que experimentamos en un presente movedizo y que nos habla del lenguaje de la dignidad, un lenguaje perdido que un padre se afana en recuperar para su hijo. Un padre, Gabriel, al que Guelbenzu ha cedido sus propias vivencias y percepciones, consciente de que “el escritor es alguien que transita el mismo camino que los demás, pero que tiene la capacidad especial de fijarse en esos tramos que suelen pasar desapercibidos para la la mayoría, ocupada en ir haciendo el trayecto sin volverse sobre sus propios pasos.

Estamos ante un hombre que se ha acercado a la literatura desde sus distintos planos de acción, que se inició en las corrientes de la experimentación al lado de quien fuera su gran amigo Juan Benet [uno de los grandes renovadores de las letras españolas, original, complejo, creador del mítico territorio literario de “Región”], que ejerció de editor en tiempos en los que aún la prioridad no era convertir un libro en superventas y que ha compaginado la crítica literaria -que ejerce habitualmente en las páginas del diario “El País”- con una obra de ficción bifurcada entre las novelas de cariz más serio y las de índole policíaca, protagonizadas por la juez Mariana de Marco. En esta entrevista el autor nos deja entrever cómo el día a día se va colando en lo que se escribe y se vuelve algo más diáfano -comprensible- en ese proceso; habla de de los derroteros de la novela, ahora instalada en el conservadurismo, y reflexiona sobre las tensiones de un país, España, donde la democracia se instaló de golpe sin haber fortalecido sus raíces… Pensamientos y análisis al hilo de una entrega que se acerca al presente cargada, muy cargada, de preguntas en busca de respuesta, de horizontes posibles.

La España triunfante, aún tan cercana, de la época del pelotazo, es el escenario de una entrega coral que ahonda en las sensaciones de incertidumbre que experimentamos en un presente movedizo y que nos habla del lenguaje de la dignidad, un lenguaje perdido que un padre se afana en recuperar para su hijo.

Gabriel, el protagonista de “Mentiras aceptadas” se plantea qué es lo que está sucediendo en el mundo. ¿Fue a partir de esa pregunta que José María Guelbenzu puso en marcha la maquinaria de la novela?

– No exactamente. Lo que yo quise desde un principio fue escribir una novela sobre el vínculo existente entre padres e hijos, el único vínculo indestructible que existe sobre la tierra. Empecé simplemente ahí, pero al ir construyendo al personaje, al situarlo donde lo situaba, me encontré con alguien que, sin haber perdido la lucidez juvenil, vivía en una situación bastante confortable, había apagado su capacidad crítica, de resistencia ante la mediocridad. Todo eso se había diluido en el acolchamiento de una existencia que, de repente, se ve trastocada por las circunstancias: su padre está en fase terminal de una demencia senil, su hijo es un preadolescente que se empieza a dirigir hacia el futuro y él se siente tensado entre esas dos cuerdas, entre un pasado que le impresiona mucho y un porvenir por escribirse. Ahí es cuando empieza a plantearse preguntas que no se había formulado hasta entonces.

– La novela,  que se instala en la España de 2005, parte de la situación del personaje principal, pero a partir de ahí retrata a un país que vivió un espejismo y que se emborrachó de éxito, transmitiendo el estado de ánimo en el que nos encontramos ahora, ya superada esa fase: la fragilidad ante un presente en el que, como se dice en un momento dado, “todo lo sólido se desvanece, pisamos aire, no hay mayor zozobra”.

– Sí. Lo que cuento es la historia de un personaje, pero dentro de un tiempo concreto. Y esa fragilidad de la que hablas no está solo en esta novela sino que es una constante en todos mis escritos. Parte de la constatación de que el hombre moderno, el hombre contemporáneo, ya ha olvidado, ya ha abandonado ese mundo en el cual había una verdad única, una verdad que era su referente. Ahora el mundo está lleno de verdades múltiples y como es lógico todo se complica. Cuando existe una verdad única, como ha podido ser el origen divino del poder, por ejemplo, todo lo que hacemos está bien o mal con respecto a eso, pero en el momento en el que la conciencia del hombre se atomiza, ya no hay referentes para fijar las conductas, y es entonces cuando metafóricamente estamos pisando un suelo movedizo. Recurriendo a una frase de Marx, todo lo que era sólido se disuelve en el aire. Ha sido a partir de la Revolución Francesa, de la muerte de Dios, que se ha instalado entre nosotros ese caos, esa confusión ante la que el ser humano aún no ha encontrado una línea de actuación, para bien o para mal, sobre lo bueno o sobre lo malo, en la cual podamos reconocernos todos de manera nítida. Mientras Dios, el padre, marcaba los límites, sabíamos a qué atenernos, pero ahora que nos hemos independizado, estamos tanteando. A ver cómo nos las arreglamos, a ver cómo indicamos los pasos a seguir a los nuestros, a nuestros hijos, si nosotros mismos los desconocemos. Ese es el dilema.

Al ir construyendo al personaje protagonista, al situarlo donde lo situaba, me encontré con alguien que, sin haber perdido la lucidez juvenil, vivía en una situación bastante confortable, había apagado su capacidad crítica, de resistencia ante la mediocridad. Todo eso se había diluido en el acolchamiento de una existencia que, de repente, se ve trastocada por las circunstancias

– Pero esa sensación, esa incertidumbre, se ha acentuado. La crisis económica y moral de los últimos tiempos la ha intensificado.

– Yo creo que en el caso de Europa tenemos que remontarnos al final de la II Guerra Mundial. Después de la experiencia de los campos de concentración y del Gulag realmente se tocó fondo, se planteó la gran cuestión: ¿y ahora qué hacemos? No se tenía ninguna referencia, no se sabía sobre qué sentarse, sobre qué apoyarse y empezar a reconstruir moralmente. En lo que respecta a España, en estos momentos la situación es más provinciana, por decirlo de algún modo. Se ha vivido un espejismo, se ha perdido el espejismo y resulta que ese espejismo coincidió con la eclosión de la democracia, una eclosión razonablemente gratuita porque no tenía raíces. Ha pasado algo similar a la presencia del jurado en el ámbito de la jurisprudencia, una novedad, algo que nos han colado. Jamás había habido en España una cosa así, como jamás había habido democracia. Eso es algo que tiene que aceptarse. Y, además, hemos tenido la mala suerte de que la buena situación económica con la que empezó a asentarse y que al mismo tiempo la propició, se ha ido al traste y nos hemos encontrado con nada en las manos. Ahora, además, no sabemos muy bien ser demócratas porque no tenemos conciencia de ello.

– Todo eso, de un modo u otro, se refleja en la novela, a través de lo que viven los personajes. La crisis existencial de Gabriel, un guionista de televisión, corre en paralelo a la crisis que padece buena parte de esta sociedad. Sus temores, sus dudas, sus preguntas, son las mismas que nos estamos planteando muchos en estos momentos.

– En efecto, por eso es la novela que tiene más personajes con presencia suficiente de todas las que yo he escrito. Gabriel es el hilo conductor, una especie de guía que, aunque no pueda darnos soluciones, nos acompaña y nos ofrece explicaciones sobre los escenarios que visitamos a través de sus propias vivencias. Lo que yo he querido es tratar de mezclar el tiempo personal, el tiempo de las relaciones, de las emociones, de los sentimientos, del ámbito de la familia, con el tiempo histórico, el que va marcando el exterior, la realidad.

Hemos tenido la mala suerte de que la buena situación económica con la que empezó a asentarse la democracia y que al mismo tiempo la propició, se ha ido al traste y nos hemos encontrado con nada en las manos. Ahora, además, no sabemos muy bien ser demócratas porque no tenemos conciencia de ello

Jose María Guelbenzu / Nacho Goberna © 2013

– ¿Dónde se encontró José María Guelbenzu a Gabriel, quién se lo presentó?

– Pues nadie. Me lo fui inventando, como siempre. Está claro que los personajes no surgen de la nada, del limbo. Evidentemente tienen que ver con esa experiencia en la vida sin la que es imposible escribir novela. En mi caso concreto son la suma de muchas personas que conozco o de muchas situaciones. Normalmente no empiezo una historia con un guión fijado y férreo sino con una idea de lo que quiero contar. Parto de un principio, voy avanzando y mientras lo hago voy encontrando qué es lo que va a suceder en los distintos capítulos, que tienen que ir empujándose unos a otros. Así es como voy descubriendo a mis personajes. En el fondo es lo mismo que pasa cuando conocemos a las personas que entran en nuestra vida, pero en este caso las hemos elegido, sabemos lo que pueden depararnos, hay menos lugar para la sorpresa. Yo sé quiénes son mis personajes y qué puedo esperar de ellos, pero sus caracteres se van perfilando durante el proceso de la escritura. En este caso, no me identifico con Gabriel, aunque hay cosas que nos son comunes; al fin y al cabo somos de la misma generación, cada uno a nuestra manera tratamos de extender una mirada crítica alrededor, pero poco más.

-¿A mayor incertidumbre más necesidad de recurrir a la ficción?. ¿Es la novela una especie de faro para alumbrar el mundo?

– Bueno, yo diría que uno de los motivos por los que escribo es para ordenar mi experiencia, para tratar de explicarme el mundo en que vivo, pero en cuanto a que la novela tenga que dar respuestas sobre el mundo, no. Yo creo que lo que tiene que hacer es plantear preguntas. La labor del escritor consiste en hacer buenas preguntas, preguntas lo suficientemente poderosas como para que el lector se ponga a pensar. Soluciones es muy difícil que ofrezca. Para soluciones están los libros de autoayuda que pueden servir en situaciones concretas: para superar la timidez, para triunfar en los negocios y ese tipo de cosas.

– La novela se sitúa en 2005, recién ganadas las elecciones por los socialistas tras el atentado de los trenes de Atocha y las consiguientes mentiras sobre su autoría del gobierno de Aznar. Aún se vive la etapa del pelotazo y apenas se vislumbran nubarrones, pero Gabriel desconfía de tanta facilidad para triunfar, para ganar dinero sin apenas esfuerzo. La idea del consentimiento, de que todos de algún modo hemos sido culpables se filtra en la novela.

– Yo precisaría más: todos somos responsables y solo unos cuantos son verdaderamente culpables, todos aquellos que se han movido con mala intención. La diferencia entre responsabilidad y culpabilidad queda clara, pero en el fondo, al final, todo lo que ha pasado es nuestro, tiene que ver con nosotros. Cada vez que veo una manifestación masiva contra el actual Gobierno por sus políticas en asuntos como la educación o la sanidad me quedo mirando a la multitud que avanza por la calle y me digo: “pero bueno, ¿cuántos de vosotros habéis votado al PP? Ahora estaréis muy arrepentidos, pero… Habéis votado a los que están actuando sobre el sistema sanitario, por poner un ejemplo, y eso os convierte en responsables. Evidentemente los culpables son los que lo están sometiendo a un demoledor proceso de privatización.

Todos somos responsables y solo unos cuantos son verdaderamente culpables, todos aquellos que se han movido con mala intención. La diferencia entre responsabilidad y culpabilidad queda clara, pero en el fondo, al final, todo lo que ha pasado es nuestro, tiene que ver con nosotros

– La novela habla de la aceptación de las mentiras, de la impostura, del mirar para otro lado cuando todo iba bien sin cuestionarse absolutamente nada…

– Sí. Es que eso es la vida cómoda de la que hablaba antes y es algo perfectamente humano. Cuando nos sentimos confortables, bien instalados, con todo funcionando, sin problema alguno a la vista, tendemos a acolcharnos, salvo que pertenezcamos a la clase de los luchadores incansables, esos que siempre van en busca de otras cosas que normalmente nunca encuentran. A la mayoría esa confortabilidad le resulta suficiente y le lleva a instalarse en lo que en definitiva es el reino de la mediocridad. En esa situación las capacidades críticas empiezan a bajar inmediatamente y para que se abran de nuevo tienen que ocurrir cosas como las que le suceden al protagonista: pierde la serie en la que está trabajando; ve morir a un niño y piensa en el futuro; se angustia con la enfermedad de su padre… Todo eso le hace volver a hacerse preguntas, a ejercer como la persona lúcida que es en el fondo.

– Lo preocupante es que una gran parte de la población sigue en esa situación de confortabilidad anestesiante pese a todo lo que está pasando…La respuesta social no está al nivel de los acontecimientos.

– Bueno, yo creo que muy poca gente puede sentirse cómoda en estos momentos. La sensación de angustia y de inseguridad económica es muy poderosa. Sabemos que hoy estamos con las espaldas cubiertas pero que mañana podemos estar en la calle y eso es algo que cada vez preocupa más. En todos los años triunfales la gente se había vuelto más egoísta, iba a lo suyo. El concepto de solidaridad, lo de echar una mano, se estaba perdiendo, y ahora, cuando ha habido necesidad, carencia, pobreza, se ha recuperado. Ahí sí hay una zona positiva que tenemos que valorar. Vemos cada vez a más gente protestando, a gente luchando por que no echen a otros de sus casas o haciendo frentes comunes de grupos profesionales en defensa de sus derechos. Todo esto no acaba de cuajar en un proyecto de mayor alcance, pero de momento está ahí y es significativo. Siempre he pensado que si este país tuviera más cultura política y la gente decidiera votar en blanco, tres millones de votos en blanco sería algo tremendo, sería una conmoción brutal que obligaría a los partidos a tomar decisiones muy drásticas. Tres millones de votos te dan el poder. Son votos que dicen: “quiero participar pero no con ustedes”. A mí eso me parece más potente, a la larga o a medio plazo, que cualquier manifestación. Las manifestaciones están bien como una primera respuesta, pero votar en blanco sería una actitud más activa, y de ahí habría que pasar a la creación de movimientos y asociaciones capaces de no morirse en el camino, capaces de llevar a cabo acciones importantes, de regenerar las instituciones, de inventar otro Tribunal Supremo, otro Constitucional, otro Colegio de Médicos…

Muy poca gente puede sentirse cómoda en estos momentos. La sensación de angustia y de inseguridad económica es muy poderosa. Sabemos que hoy estamos con las espaldas cubiertas pero que mañana podemos estar en la calle y eso es algo que cada vez preocupa más. En todos los años triunfales la gente se había vuelto más egoísta, iba a lo suyo. El concepto de solidaridad, lo de echar una mano, se estaba perdiendo, y ahora, cuando ha habido necesidad, carencia, pobreza, se ha recuperado. Ahí sí hay una zona positiva que tenemos que valorar

– Lo que sucede es que ahora mismo quienes nos gobiernan no reaccionan ante nada, no atienden las necesidades de los ciudadanos, no se preocupan…

– Es que se trata de gente que no puede reaccionar ante nada porque ahora mismo lo que hay es clase política pura y dura, personas que salen de los colegios políticos y que, al margen de la vida, se meten en los frentes de juventudes de sus respectivos partidos, pasando de ahí a convertirse en diputados. No tienen el aprendizaje de la calle, no han trabajado nunca, no han tenido un jefe que les putee. Fue lo que le pasó a Zapatero, que llegó al poder como una cándida paloma. Si quienes nos gobiernan hubieran pasado por lo que pasan la mayoría de los ciudadanos de a pie entenderían mejor la realidad.

– Pese a todo, ¿eres optimista respecto al futuro de este país?

– Sí. Yo lo que creo es que estamos instalados, más allá de lo económico, en una crisis de valores, de resquebrajamiento de una democracia que ha de volver a retoñar. Eso tendrá que pasar y si no pasa habremos dado otro paso atrás en la historia de España, que ya sería el enésimo. Pero no veo síntomas de que eso suceda. Veo retrocesos en el proceso democrático, por supuesto, pero no atisbo peligro de que el país vuelva a ser el culo del mundo, que es lo que éramos antes de entrar en Europa.

Entrevista Jose Maria Guelbenzu - Por Nacho Goberna - 2013 (6)

– En la novela se dibuja a la derecha española como una derecha resentida siempre, una derecha vengativa, que no sabe perder…

– Bueno, tendría que haber dicho la Iglesia, porque yo creo que el atraso cultural de este país se debe a la Iglesia católica, a su influencia. De ahí parte evidentemente esa derecha reaccionaria. El problema es que en España no hay una derecha civilizada y si la hay no puede levantar la cabeza. Todavía los restos de autoritarismo, el servilismo, son muy fuertes. Tenemos que darnos cuenta de que la actual derecha viene de una ideología que sostenía ideas como: “lejos de nosotros la funesta manía de pensar”, o ahora que hablamos del I+D, eso otro que decían: “que inventen ellos, que nosotros con lo nuestro tenemos suficiente”. Esa derecha, ese sentimiento español reaccionario, aunque no tiene afortunadamente el suficiente poder para imponerse, todavía sigue asomando la oreja y a mí en ese sentido me produce irritación y aprovecho que escribo novelas para darles un cate. Pero eso no me quita razones para el optimismo. Recuerdo a un jardinero que teníamos en Cantabria que para ahorrarse el trabajo cortaba la hierba tan a ras de suelo que prácticamente la mataba. Pero cuando la empezamos a cuidar de otro modo creció espléndidamente. El problema es que antes no lucía nada y ahora si luce, pero la realidad es que, de un modo u otro y en los peores momentos, fue capaz de enraizar. Lo importante es que si enraiza seguirá brotando siempre; pero si la empiezas a cortar de tal manera que las raíces no puedan desarrollar con fuerza la resistencia a los malos tiempos, pues vamos de culo. Confiemos en que enraice.

–  Volviendo a la novela, en otro momento Gabriel observa la realidad y dice que todo había pasado demasiado rápidamente y que por eso él no se creía lo que se estaba produciendo. ¿Ante las prisas, ante el ruido, hasta qué punto la novela es un espacio para la calma, para tomar un respiro, para reconsiderar las cosas?

– Sí. Creo que la novela puede ser una llamada a la reflexión, un espacio intencionado para rebobinar la película, invitando al lector a pensar en las circunstancias del lugar dónde ha estado y en el que se encuentra ahora, animándole a sacar sus propias conclusiones. Y sucede que la novela cada vez se acerca más al presente, que los novelistas cada vez escribimos más sobre lo que vivimos, sobre lo que conocemos. El mundo tal como está organizado, con tantas prisas, no propicia abrir un hueco que se cuele hacia atrás para hallar paralelismos con la situación actual, para recrear una época pasada que funcione como reflejo de ésta. Eso requiere calma, tranquilidad, y el novelista tiene hoy una necesidad, angustiosa incluso, de responder a lo que se nos está viniendo encima de manera inmediata. En ese sentido, sólo en ese, lo que puede ocurrir es que la novela empiece a copiar al periodismo al intentar dar respuestas muy inmediatas, al hacer las preguntas correctas ante los acontecimientos urgentes.

El atraso cultural de este país se debe a la Iglesia católica, a su influencia. De ahí parte evidentemente esa derecha reaccionaria. El problema es que en España no hay una derecha civilizada y si la hay no puede levantar la cabeza. Todavía los restos de autoritarismo, el servilismo, son muy fuertes. Tenemos que darnos cuenta de que la actual derecha viene de una ideología que sostenía ideas como: “lejos de nosotros la funesta manía de pensar»

– ¿Eso te parece peligroso?

–  No me parece peligroso, me parece que forma parte de esta época. Tampoco me preocupa tanto el fenómeno de “twitter”. No creo, como tantos otros, que todas las personas vayan a acabar siendo incapaces de concentrarse en más de cuatro páginas a consecuencia de ello, por falta de costumbre. No creo que eso vaya a suceder. Creo que las personas que no se concentran seguirán sin concentrarse y en ese caso mejor será un “tuit” que nada. Pero seguirá habiendo novelas, seguirá habiendo textos largos y lectores de textos largos que querrán profundizar en los contenidos. ¿Todo eso influirá en la escritura? Seguro, lo hará de alguna manera. No sé cómo. Ya veremos. A mí es algo que no me afecta porque mi tiempo se acaba.

– ¿Cómo enseñar a vivir dignamente a su hijo? se pregunta el protagonista de la novela. ¿Cómo enseñarle otros valores que no sean los del dinero fácil, los del éxito inmediato, cómo mostrarle el camino para hacer frente a los obstáculos y superar las frustraciones?. ¿Crees que ese es uno de los problemas de las últimas generaciones, que no han aprendido el lenguaje de la dignidad?

– Sí, yo creo que los más jóvenes tienen un déficit alto de educación de valores, de educación cívica, lo cual no quiere decir que no haya las mismas minorías interesadas, comprometidas, de antes. Yo creo que sí las hay, quizás incluso en mayor proporción porque han tenido más acceso a estudios y universidades, pero lo que sí es cierto es que no se están transmitiendo bien esos valores. Para comprobarlo basta con observar cómo funciona la enseñanza. Si cuando yo era estudiante iba a mi casa y les decía a mis padres que el profesor que me daba tal asignatura era un imbécil me llevaba como mínimo una reprimenda. “Tú te cayas y te aguantas”, me hubieran dicho. Ahora si llega un chico y protesta, el padre se dispone a hostiar al profesor. Algo ha pasado, aquí ha habido una pérdida de valores y de categorías evidentemente grave. Y como esto, otras muchas cosas no se han transmitido. Ha habido toda una generación que tenía que haber seguido los pasos naturales y no haberse hecho rica tan fácilmente, sino muy despacio y siguiendo el cauce de transmisión de padres a hijos. De ese modo se habría mantenido el respeto necesario. Cuando de repente tú no tienes valores porque eres una persona que no ha sido educada y eso no es impedimento para que hagas dinero con facilidad, qué es lo que vas a enseñar a tus hijos: los no valores que tú tienes, está claro. Eso es lo que ha pasado. Ese enriquecimiento súbito ha sido enormemente dañino. Se ha transmitido a muchos hijos que lo importante en esta vida es tener un BMW.

– Hay un personaje en “Mentiras aceptadas”, el avispado y vulgar millonario Perfecto Alumbre, que refleja muy bien la valoración, promovida por las teorías neoliberales en boga, de las personas que tienen dinero por encima de todo. Alumbre es un inculto, un ser insensible, pero se le encumbra, se le envidia. Mientras no se modifiquen esos baremos es imposible que se produzca cualquier cambio.

– Efectivamente. Durante demasiado tiempo parecerse a Alumbre es lo que ha buscado todo el mundo. Se ha partido de una situación ejemplar socialmente hablando para mal. Hubo un momento en el que el sueño de todo estudiante de empresa y de económicas era Mario Conde. Lo veneraban como a un ídolo. Tú llegabas y preguntabas y no te lo podías creer. ¡Por Dios, Mario Conde, pero si este tío es un salteador de caminos!, pensabas. Cayó tan estrepitosamente que ha dejado de ser un héroe, pero en las escuelas de economía españolas se mantuvo como tal durante unos cuantos años. Ese es el ejemplo. Ahora, en otro orden de cosas, se nos vende Eurovegas como una esperanza. Se vuelve a reproducir un poco la historia de cuando los españoles llegaban a América y les cambiaban a los indios oro por cuentas de colores. Lo de Eurovegas son cuentas de colores.

Cuando de repente tú no tienes valores porque eres una persona que no ha sido educada y eso no es impedimento para que hagas dinero con facilidad, qué es lo que vas a enseñar a tus hijos: los no valores que tú tienes, está claro. Eso es lo que ha pasado. Ese enriquecimiento súbito ha sido enormemente dañino. Se ha transmitido a muchos hijos que lo importante en esta vida es tener un BMW

Jose María Guelbenzu / Nacho Goberna © 2013

– Antes decías que en tus personajes se cuelan inevitablemente fragmentos de tu propia vida y está claro que sin la experiencia como padre hubiera sido difícil reflejar de una manera tan honda la relación entre Gabriel y Martín, su hijo preadolescente, los temores y las dudas del primero respecto al porvenir del segundo. ¿En qué medida la paternidad ha sido una experiencia transformadora?

– Hubiera sido difícil escribir sobre ello sin conocerlo porque, o capto muy bien, íntimamente, los problemas que pueden tener mis amigos con sus hijos, o sería bastante difícil entrar en una serie de consideraciones como las que salen a relucir en la novela. Normalmente la función del escritor es que vive lo que todos los demás, pero tiene una capacidad especial para fijarse en los elementos significativos de lo que vive y no cabe duda de que la paternidad te saca de ti mismo. Ahí hay un eje de todo lo bueno. Ser padre es ocuparse de verdad de alguien. Por muy reconcentrado que puedas ser hay un momento en que tienes que abrirte hacia fuera y tienes que dar cosas a cambio de nada. Yo veo el proceso como un encuentro no  exactamente a través del intercambio, sino de la generosidad. La plasmación más clara de la generosidad puede ser esa, la del padre hacia un hijo, sin olvidar, claro, que hay padres salvajes, feroces, pero estamos hablando de la mejor de las situaciones. Ser un padre consciente de ello, que ejerce su papel, es el caso de amor más desprendido que conozco, porque se trata de amar a alguien para que se vaya, no para que se quede. Normalmente en la vida amamos para tener cerca lo más que podamos a la persona elegida, para toda la vida a ser posible. Ese es el fundamento de la pareja, pero en el caso de los hijos si eres responsable tienes que hacer que se vayan y que se vayan en condiciones. Por eso se trata de una relación tan extraordinaria, de un vínculo irrompible.

– Y unido a todo esto está el tema de la pérdida. El protagonista pierde a su padre y eso trastoca su lugar en el mundo, su papel.

– Sí. Cuando se pierde al padre, porque incluso en aquellas familias en las que hay enemistades y no se da una buena relación entre padres e hijos, el padre sigue siendo el que está en primera línea, cuando éste muere, quien estás detrás adquiere la conciencia de ocupar su lugar y ahí no le queda más remedio que crecer, que convertirse en adulto, sea hombre o mujer. Ya no puede escudarse detrás de la referencia del progenitor, ya no tiene su apoyo, ni le bastan los apoyos de los amigos, porque para su esencia está solo, ha perdido el vínculo con el padre, que aunque no le hiciera ni caso, era su antecedente.

Ser un padre consciente de ello, que ejerce su papel, es el caso de amor más desprendido que conozco, porque se trata de amar a alguien para que se vaya, no para que se quede. Normalmente en la vida amamos para tener cerca lo más que podamos a la persona elegida, para toda la vida a ser posible. Ese es el fundamento de la pareja, pero en el caso de los hijos si eres responsable tienes que hacer que se vayan y que se vayan en condiciones.

– Esta es una pregunta dirigida al escritor, pero también al crítico literario. ¿Hacia dónde se dirige la novela?

– Ah, eso no lo puedo saber. Estamos ahora mismo en un tiempo de calma. No hay experimentaciones y la gente que quiere acceder a ellas lo único que hace es repetir lo que ya hicieron las vanguardias del primer tercio del siglo XX. A lo mejor se piensa que son cosas nuevas, pero para nada. Yo creo que hay una especie de situación de tensa espera, o de tensa calma, como se quiera decir. Por eso la novela se ha vuelto en estos momentos fundamentalmente mas realista, mas tradicional. Es una etapa de espera hacia el movimiento que vaya a tomar, cuando sea, a lo mejor dentro de un siglo.

– Sin embargo, antes hablábamos de que cada vez se acerca más al presente, sin tomar prácticamente distancia, sin asumir la perspectiva. ¿Puede venir por ahí el cambio?

– Efectivamente, eso es lo único que podríamos decir que ha sucedido en la novela, hasta el extremo de que una de las salidas que se han buscado, que se han intentado, y que está encabezada por W. G. Sebald, es la de intentar reunir realidad y ficción en un mismo texto. Hasta ahora la novela era un mundo y la realidad otro. La ficción respondía a lo verosímil, a lo que es creíble, independientemente de que fuera cierto o no, y la realidad a lo verdadero, lo tangible. Lo de juntar lo verdadero y lo verosímil en una novela no se había hecho nunca, es la primera vez que se ha llevado a cabo. Sebald lo consigue en su última novela, “Austerlitz”, una obra extraordinaria, pero no se ha seguido abriendo el camino. A mí me parece un movimiento muy interesante, pero de momento se practica poco. Hay otros autores que han ido en esa dirección como el francés Emmanuel Carrère y en la narrativa española se acercó Antonio Muñoz Molina en una obra como “Sefarad”. Pero poco más. A excepción de eso, no veo otras novedades que indiquen el futuro. La novela se mueve dentro de un realismo sin demasiadas experimentaciones, trabaja con estructuras ya conocidas, con formas literarias ya sabidas. Como decía, yo intuyo que es una situación de espera.

– Ahora que hablamos de la experimentación, ¿qué queda del José María Guelbenzu que escribió “El mercurio”?

– Pues lo que queda de la juventud. A estas alturas del partido, más bien recuerdos. Pero si te diré que, como tengo que ir pensando en cerrar, pienso hacerlo con una novela otra vez arriesgadísima. Llevo dándole vueltas, tomando notas desde hace tiempo, me falta todavía bastante, pero va por ahí… Vamos a cerrar el círculo. Eso siempre es bonito. Y, teniendo en cuenta que lo que he ido haciendo es contar la historia moral de una generación, la mía, la que viene del 68, cerremos del mismo modo que empezamos, probando con algo nuevo.

– ¿Alguna pista?

–  Bueno, algo de lo que quiero hacer ya lo inicié en un título anterior, “Esta pared de hielo”, aunque nadie se dio cuenta. Ahí ya está señalado el camino por el que andaré.

– La trayectoria de José María Guelbenzu ha estado marcada por significativos cambios de umbral. La novela ha pasado de la experimentación a una actitud acomodada a las leyes del mercado; los editores, salvo excepciones, ya no tienen nada que ver con los de antaño, se han convertido en meros gestores. Aquí hay mucho espacio para la reflexión, ¿no?

– Sí. Todo esto me hace pensar en la velocidad de la época. Estamos inmersos en una etapa de cambios muy rápidos, que no se asientan sino que tropiezan entre sí, pero tendrá que llegar algún tipo de estabilidad en un determinado momento, no es posible seguir a esta velocidad. No se nos queda nada entre las manos. Le regalamos a alguien un “smartphone” y un año después ese trasto ya no sirve para nada. No puede ser. Tendríamos que ir hacia la lentitud. Yo personalmente estoy en ella. Ahora me lo puedo permitir y realmente la lentitud está muy cerca de la felicidad. Ya sé que es muy complicado cuando la vida va como va, pero al menos habría que no perderla de vista como ideal.

– El escritor actual está sometido a la contradicción entre calidad y comercialidad. Tú que has sido muy amigo de Benet, ¿recuerdas cuando alardeaba de que vender muchos ejemplares de un libro era un síntoma de mal gusto, de vulgaridad?

– (Risas)… Benet se refería a que si el público no lee y mayoritariamente no es culto, una novela verdaderamente culta que venda mucho tiene que llevar al escritor a pensar que algo habrá hecho mal. Si el público masivo de este país, por poner un ejemplo, sigue “Sálvame” y yo consigo llegar a ese mismo público tendré que replantearme lo que he escrito porque evidentemente les he dado la morralla que querían. Esto no quiere decir que yo desprecie que haya muchos lectores, pero sí pienso que todo escritor con su estilo está fijando el tipo de lector que quiere.Y si el estilo es complejo se necesita lectores complejos. Y de esos hay menos que de los otros. Benet, tan representativo de la “boutade” y de las bromas que hacíamos en aquella época, lo decía en ese sentido.

Jose María Guelbenzu y Emma Rodríguez / Nacho Goberna © 2013

Si el público masivo de este país, por poner un ejemplo, sigue “Sálvame” y yo consigo llegar a ese mismo público tendré que replantearme lo que he escrito porque evidentemente les he dado la morralla que querían. Esto no quiere decir que yo desprecie que haya muchos lectores, pero sí pienso que todo escritor con su estilo está fijando el tipo de lector que quiere.Y si el estilo es complejo se necesita lectores complejos.

– Es evidente que él se sentía orgulloso de dirigirse a una minoría de lectores complejos, pero si hoy hiciéramos una encuesta, ¿qué crees que preferirían la mayoría de los escritores: llegar a un público masivo o alumbrar una obra de culto, de calidad, para unos pocos?

– Pues no dudo que preferirían vender muchos ejemplares a escribir una obra de calidad. Pero eso representa la diferencia entre el escritor vocacional y el profesional. El primero es un tío que morirá por decir lo que quiere decir en una novela, le lean muchos o pocos, le paguen mucho o poco, mientras que el profesional sólo funciona a partir de un número determinado de lectores y de unos determinados ingresos. Hasta hace unos 10 años en España no había escritores profesionales con peso y ahora sí los hay. Ahí se ha operado el cambio. Y también han variado los sentidos del respeto en todos los ámbitos. Antes un señor que desfalcaba era un tío del cual había que avergonzarse. Hoy a un señor que desfalca, que se ha librado o le han caído pocos años se le trata de don, se le reverencia. Antes un escritor era alguien a quien se valoraba de la misma manera que a un médico que se dedica a salvar vidas o a un sacerdote que se dedica a la cura de las almas; era alguien digno de admiración, que trabajaba no diría gratuitamente, pero sí desinteresadamente. Ahora el escritor al que se respeta es alguien que triunfa o que tiene mucha pasta. Todo esto, que resulta nuevo aquí, en Estados Unidos lleva asimilado unos 30 años, desde que la edición, considerada por todos los elegantes editores bostonianos como un oficio de caballeros, entró en la Bolsa en los años 70. Entonces se acabaron los caballeros, el oficio, los escritores que vendían poco, etcétera. Las editoriales tenían que rentar a los accionistas anónimos un dinero al año o estaban en serios apuros.

– Pero en EEUU sigue habiendo autores independendientes, de calidad...

– Sí, sigue habiendo escritores vocacionales, pero es que EEUU tiene una ventaja: es una población grande y tiene un índice de lectura muy alto. En esas condiciones se puede ser minoritario y vivir de la literatura, una cosa extraordinaria que es imposible aquí.

– Pero, volviendo a España, ¿dónde están los lectores que leían a Benet y al resto de autores experimentales de la época? No han podido desaparecer tan rápidamente.

– Bueno, se están muriendo en estos momentos. Se había calculado que eran 10.000 y estamos muy inquietos por ver si nacen los mismos que se nos mueren o no (risas). Como sigamos bajando, los pobres lectores que quedan tienen el trabajo de aguantarnos a todos los que seguimos intentando escribir bien, que somos muchos, y no creo que tengan dinero para comprar tantas novelas ni tiempo para leer tanto libro. El panorama no pinta bien. Esperemos que no se reduzca mucho esa cifra.

– ¿Cómo convive el Guelbenzu novelista con el crítico?

–  Puedo asegurar que bastante bien. Pero aquí también he de recurrir inevitablemente a la comparación. En otras áreas lingüísticas, sobre todo la francesa o inglesa, pero también la italiana o alemana, el escritor es un ser que al mismo tiempo está acostumbrado a reflexionar, a escribir, sobre su propio oficio, pero en España la idea del escritor sigue siendo una idea romántica. Se trata de un tío al que Dios le ha dado el don de escribir y que ya no tiene que rendir más cuentas en la vida que hacer novelas. Esa teoría del genio, que pertenece al pasado, que no es nada actual, explica que haya muy pocos autores que se dediquen a reflexionar, a hacer críticas. ¿Qué aporta esa doble condición? Pues te puede volver más autocrítico, pero eso me parece una ventaja. Ver cómo un autor ha resuelto una escena que te ha impresionado o, por el contrario, comprobar cómo se le ha podido ir de las manos otra, te acaba enseñando mucho.

– ¿Esa enseñanza acaba influyendo en lo que escribes? ¿Cuando algo te impresiona se produce un efecto contagio?

– Bueno, ahora me pasa mucho menos, pero lo que sí me sucedía antes es que al leer una novela que me dejaba tumbado me ponía de tan mala uva que intentaba escribir otra con la intención de superarla. Era un acicate.

En España la idea del escritor sigue siendo una idea romántica. Se trata de un tío al que Dios le ha dado el don de escribir y que ya no tiene que rendir más cuentas en la vida que hacer novelas. Esa teoría del genio, que pertenece al pasado, que no es nada actual, explica que haya muy pocos autores que se dediquen a reflexionar, a hacer críticas.

– ¿Cuáles son esos autores a los que siempre vuelves?

– Pues están Henry James, Conrad, Joyce, Kipling, Jack London… Hay muchos. En estos momentos ya no tengo uno o dos autores favoritos, sino que hay una serie de nombres y obras que me parecen incuestionables y a las que vuelvo una y otra vez, desde “Alicia en el país de las maravillas” hasta el “Austerlitz” de Sebald.

– ¿Últimos descubrimientos?

– Como me dedico a literatura extranjera las cosas ya llegan a España bastante determinadas, así que descubrimientos con sentido de futuro no hay muchos. Puedo citar la lectura de algunos escritores como David Vann, por ejemplo. Su primera novela era muy prometedora; la segunda muy interesante y la tercera ya no he podido leerla por falta de tiempo, pero me da la sensación de que está siendo repetitivo y en ese sentido me atrae menos. A la contra, hay otro escritor, el chino Mo Yan, que aquí se ha conocido a raíz del Nobel y del que yo me había ocupado con anterioridad, que aunque cuenta siempre lo mismo curiosamente no se repite jamás. Es verdaderamente espléndido.

– Como editor tuviste la oportunidad de introducir en España a otro Nobel, el sudafricano, J. M. Coetzee… ¿Qué supuso en ese momento?, ¿Fue una de las satisfacciones de esa etapa?

– Coetzee no fue un descubrimiento mío, pero sí tuve la suerte de publicar sus tres primeras novelas cuando ejercía como editor en Alfaguara, donde luego, con mucha vista (risas), se le dejó ir, con tan mala suerte que poco después ganó el Nobel. Cosas que pasan… Fue una satisfacción, pero de esa etapa recuerdo cosas más importantes que no han tenido el mismo éxito. Por ejemplo, considero una hazaña haber publicado “Los reconocimientos”, la primera novela de William Gaddis, un autor magnífico que ahora va a ser editado entero por Sexto Piso. Y me parece muy importante haber publicado al nigeriano Chinua Achebe, que sigue sin ser conocido aquí, aunque se le haya editado ya dos o tres veces. Tiene una novela soberbia que se titula “Todo se derrumba”. Estuvimos buscando a los autores más representativos del continente africano y lo publicamos junto con Wole Soyinka, que fue Premio Nobel, y Ahmadou Kourouma. La verdad es que me considero muy orgulloso de mi etapa de editor, tanto en Alfaguara como en Taurus, donde puedo destacar, entre otras cosas, la introducción a “La sociología de las religiones” en tres tomos de Max Weber, en traducción directa del alemán, que en España no se había hecho y que es uno de los libros sustanciales del siglo XX. Haber editado eso fue indudablemente un gran logro.

– ¿Y qué hay de la narrativa española, queda tiempo?

– Procuro estar un poco al tanto. Voy leyendo lo que me interesa siguiendo el consejo de amigos en cuyo juicio literario confío. Pero como me quedan muchas cosas de atrás por leer y el tiempo escasea, pues, francamente, entre ponerme a leer a un chico que promete o acercarme por fin, con tranquilidad, a Amiano Marcelino, prefiero a Amiano Marcelino. ¿Qué quieres que te diga? Es un valor seguro. Aprecio a autores como Álvaro Pombo, Javier Marías, Enrique Vila-Matas o Rafael Chirbes, un caso extraordinario de proyecto de escritura sólido desde un principio. Poder citar cuatro nombres para un país pequeño y con pocos lectores como es éste es algo notable. Y soy consciente de que hay otros autores más jóvenes que vienen empujando y que son interesantes. Yo creo que el panorama de la novela española no es malo ahora mismo, aunque quizás no estemos en el momento de producir una obra maestra de alcance mundial. Eso ya no lo sé. Pero sí me atrevo a decir que antes, en el fondo, como novelista de verdadera potencia estaba Juan Benet, mientras que ahora se puede hablar de un nivel general alto y sostenido. Eso me parece muy importante.

Jose María Guelbenzu / Nacho Goberna © 2013

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