Por Emma Rodríguez © 2013 / Nada es fortuito. Todo obedece a una especie de orden, el orden del azar, imperceptible, alejado aparentemente de la lógica racional, pero que casi siempre acaba poniendo de manifiesto alguna clase de sentido. No es fortuito que elijamos una determinada lectura, un paseo, una cita. No es fortuito que un día nos encontremos en la calle o recibamos un mensaje de alguien del pasado de quien no teníamos noticia desde hacía mucho tiempo y que regresa quizás para recordarnos lo que fuimos, lo que hemos dejado atrás o ganado por el camino. Ni siquiera es fortuito que tengamos unos sueños y no otros. Todo esto, que en el fondo es el sustrato sobre el que se mantiene el carácter de sorpresa, ese permanente deslumbramiento ante la vida, sucede mientras realizamos las pequeñas cosas de cada día, sin que le demos importancia en un primer momento, pero a posteriori ese acontecimiento nos lleva a otros o nos ayuda a encontrar una llave que teníamos perdida: una palabra, un sentido, un olor, una imagen, un recuerdo que puede resultar valioso o tal vez trivial, pero que tiene el poder de mover algo en nosotros, la tenue tecla de una emoción, el latido profundo de un sentimiento.
Toda esta reflexión viene al hilo de la lectura de “Kioto”, de Yasunari Kawabata, un escritor que, como cuento en uno de los textos de estas “Lecturas Sumergidas”, llega siempre a mi vida para recordarme algo que se me ha olvidado; en este caso, la necesidad del silencio, de un cierto equilibrio en medio de las prisas, del ruido, de los vaivenes a los que no solo yo, todos, estamos sometidos en este presente al que nos enfrentamos sabiendo que no estamos pertrechados del todo, que no tenemos el calzado necesario para caminar sobre sus movedizas arenas. Silencio ha sido una especie de palabra mágica para mí a lo largo de estas últimas semanas en las que ha irrumpido la primavera, tan inestable como siempre, aunque año tras año nos pille desprevenidos.
El anhelo del silencio, de conectar con él a través de los árboles, de la naturaleza, se me ha revelado a través de la lectura de Kawabata. Qué placentero pasar sus páginas, en un recodo del Retiro, mientras pequeñas flores, arrancadas por un suavísimo viento, caían sobre ellas. Qué agradable seguir el relato en la tranquilidad de un estudio de artista -donde se realizaron las fotos- acompañada de pequeños cuadros y fotografías de una belleza tan sutil como algunos de los pasajes del autor japonés. El silencio, la armonía, la mesura. De todo ello habla otro libro, “La sobriedad feliz”, del pensador Pierre Rabhi, que llegó a mí a través de la acertada recomendación de los editores de Errata Naturae y que no estaba previsto que leyera tan pronto, pero que me atrajo desde su portada, desde las primeras frases, hasta el punto de no poder dejarlo.
Y por si fuera poco, el silencio y la belleza, son anhelados también por los protagonistas de “El despertar de la señorita Prim”, la ópera prima de Natalia Sanmartin Fenollera, una periodista que ojalá consiga trasladar al gran público -el libro será publicado en 70 países- los valores de una novela que me ha interesado especialmente por su retrato de una pequeña comunidad alejada de los males de la modernidad.
¿Elegimos un libro o éste nos elige?, me pregunto y la misma cuestión -otra casualidad- se la formula el director de cine Fernando León de Aranoa en una de las piezas de su libro de relatos “Aquí yacen dragones”. Este número de “Lecturas Sumergidas”, sin pretenderlo, pero volviendo a la idea de que nada es fortuito, está impregnado de silencios y también de cuentos: los de Aranoa y los de la autora argentina Ana María Shua en el volumen “Contra el tiempo”. Dos entregas cargadas de sorpresas, capaces tanto de hacer reír como de obligarnos a desplegar el amplio abanico de los asombros.
A los cuentos, sobre cuentos, alrededor de los cuentos, dedica la revista “Quimera” su último número -354- con el que estrena formato, equipo de redacción, dirigido por Fernando Clemot, y nueva andadura. He recorrido con interés sus páginas. Me he detenido en los relatos inéditos de Gonzalo Calcedo y Ángel Zapata; en los microrrelatos, también novedosos de Raúl Brasca; en los poemas, asimismo desconocidos hasta ahora, de Jordi Doce. Juan Casamayor, editor de Páginas de Espuma, que ha conseguido vivir del cuento, ganando caminantes para esta distancia corta; Eloy Tizón, quien defiende el relato como un género que se engrandece con el exceso, con la imperfección; Paul Viejo, Carlos Castán, Marcos Giralt Torrente, Inés Mendoza, Elvira Navarro, Patricia Esteban Erlés, Juan Jacinto Muñoz Rengel y muchos más, son protagonistas de este entrega sobre un género que tanto me gusta por su permanente capacidad para cautivar con sus fogonazos de lucidez, de belleza, de estupor, de una atrayente y siempre sugestiva apertura que invita a suponer, a imaginar los destinos de vidas en tránsito.
La revista “Quimera” inicia nueva andadura con un número dedicado a los cuentos, un género que tanto me gusta por su permanente capacidad para cautivar con sus fogonazos de lucidez, de belleza, de estupor, de una atrayente y siempre sugestiva apertura que invita a suponer, a imaginar los destinos de vidas en tránsito
No cuentos sino artículos, los artículos periodísticos de Gay Talese sobre deportes y deportistas, recogidos en el volumen “El silencio del héroe”, que acaba de publicar Alfaguara, han llegado a mis manos y me han llevado a reflexionar una vez más sobre esta profesión. No he podido dejar de repasar algunas de las respuestas de este pionero del nuevo periodismo en una entrevista que realicé para el diario “El Mundo” en 2012, con motivo del lanzamiento en España de su obra sobre la mafia, “Honrarás al padre”, inspiradora de la serie Los Soprano.
Entonces me dijo, por ejemplo, que nunca le habían interesado realmente las estrellas ni las celebridades sino la gente común, sobre todo la que se arriesga, no la conformista; que la tecnología ha dañado el nivel de la calidad de un oficio que sigue requiriendo tiempo, mucho tiempo, y, sobre todo, el criterio personal de profesionales capaces de guiar al lector en medio de la maraña informativa, capaces de llegar a ello desde planteamientos originales, en profundidad. Pienso en lo mucho que admiran a Gay Talese quienes dirigen los grandes medios, en lo mucho que desean premiarlo y en lo poco que aplican sus principios, sus consejos, prefiriendo apostar por la crónica rápida, de usar y tirar, por la mera espectacularidad de la noticia, en un momento en el que no acaban de encontrar el rumbo y se enfrentan a lectores cada vez más desilusionados.
Según Gay Talese, la tecnología ha dañado el nivel de la calidad del periodismo, un oficio que sigue requiriendo tiempo, mucho tiempo, y, sobre todo, el criterio personal de profesionales capaces de guiar al lector en medio de la maraña informativa
Hablaré para finalizar -no puedo remediarlo- de otra de mis pasiones, la serie de ciencia-ficción Star Trek en sus distintas aventuras televisivas y cinematográficas. Alguien me dijo hace poco que nunca hubiera imaginado esta devoción por mi parte. Le contesté que para mí era una lección permanente sobre la Humanidad, un refugio ante el malestar, un espacio para la desconexión, y que, además, me encantaba el capitán Jean-Luc Picard, oficial al mando de la Nave Estelar Enterprise-D.
Hay personajes maravillosos en cada una de las series, en total cinco, nacidas de la imaginación y el ingenio de Gene Roddenberry. Distintas tripulaciones, desde la original, liderada por el capitán Kirk, en 1966, siguieron avanzando a través de un tiempo futuro en sus viajes interestelares en busca de nuevos mundos y nuevas civilizaciones. Y no hay capítulo que no me resulte interesante, desde los que son un simple entretenimiento hasta los que adquieren un tono más profundo, visionario y metafórico. Siempre encuentro conexiones variadas, respuestas entre las que elegir a la hora de explicar las paradojas, las contradicciones que se presentan y que tanto dicen de lo que nos está pasando, de lo que nos puede pasar. Recuerdo, ahora que estoy con “Deep Space Nine”, un capítulo en el que toda la gente desfavorecida, sin empleo, va a parar a “guetos”, a ciudades vigiladas, de las que les resulta imposible huir, que me resultó inevitablemente próximo y perturbador.
No conozco ninguna otra serie tan magnífica para ver en familia, para ayudar a los niños a enfrentarse al mundo en el que vivimos. En julio llegará la nueva película de la saga, la superproducción “En la oscuridad”, protagonizada por un joven Kirk y su equipo. Las películas nunca me han parecido ni la mitad de buenas que las series, pero prometo verla. Para ir preparando el terreno, la editorial Grijalbo acaba de lanzar “Star Trek. La nueva generación. A bordo del U.S.S. Enterprise”, un libro ilustrado, ideal para los más jóvenes de la casa y, por qué no, para todos los “trekkies” que quieran transportarse a la última frontera a través de una impresionante ruta interactiva en 3D.
Como curiosidad, decir que hace poco me enteré de que las cenizas de Roddenberry, junto a las de otras 22 personas, se esparcieron por el espacio a bordo del satélite español Minisat 01, cuyo lanzamiento se realizó el 21 de abril de 1997 a las 14 horas desde la base aérea de Gando en Gran Canaria. Hace poco el satélite cayó a tierra.
Todas las fotografías de esta “Ventana” han sido realizadas por Karina Beltrán en su propio estudio de Madrid. El libro que leo es “Kioto”, de Yasunari Kawabata.