Natalia Sanmartin Fenollera: «Soy una absoluta defensora de «Mujercitas»»

Por Emma Rodríguez © 2013 / Cuando se lee “El despertar de la señorita Prim” (Planeta), la primera novela de Natalia Sanmartin Fenollera, se entiende de inmediato por qué algunas de las editoriales más importantes del mundo (Mondadori en Italia; Grasset en Francia; Atria Books, en EE.UU y Canadá, o Abacus en Reino Unido ) se disputaron sus derechos en la pasada edición de la Feria de Francfort. Estamos ante una historia, la que transcurre en el pequeño pueblo -paraíso- de San Ireneo de Arnois, capaz de llegar a todos los públicos desde el encanto y desde la más sana de las rebeldías.

Una historia que irremediablemente remite a esas novelas que tanto hemos amado de Jane Austen, románticas e introspectivas; que reivindica los mejores valores del pasado; que elogia la lentitud en un mundo de prisas y confusiones, el  gusto por las pequeñas y placenteras cosas de la vida, la necesidad de belleza y equilibrio, la posibilidad de construir sociedades más igualitarias, más espirituales.

Natalia Sanmartin (Pontevedra, Galicia, 1970) ha dado, sí, con una historia sencilla, sin mayores pretensiones, pero capaz de conectar con el desengaño del ahora, con los deseos de cambio de tanta gente. Y si eso fuera poco lleva al lector de la mano hacia otras obras de la literatura, del pensamiento, invitándolo a ahondar en esos libros en los que sus protagonistas, del mismo modo que ella, han ido descubriendo espacios de libertad, de disfrute, de crecimiento.

En un primer momento llama la atención que una narración de estas características haya salido de las manos de una periodista especializada en Economía, que ejerce como jefa de “Opinión” en el diario “Cinco Días”, pero, pensándolo bien, tal vez su visión de un presente movido por el poder de los números, del dinero, ha sido la que  la ha llevado a soñar con otro mundo posible, aunque sea a pequeña escala. “Tardé unos dos años en escribir esta novela, aprovechando periodos de vacaciones y fines de semana. Cuando estaba saturada de  las constantes subidas y bajadas de la prima de riesgo, de las espantosas informaciones sobre la crisis y los rescates financieros, simplemente el hecho de trasladarme con la imaginación al pueblo de San Ireneo me ayudaba a desconectar. En una etapa tan oscura y complicada se convirtió en un placer para mí”, confiesa la autora, aún “sorprendida, fascinada”, en proceso de digerir el fenómeno generado en torno a su libro, esta especie de cuento de hadas que ella, tan aficionada a esas lecturas desde niña, está viviendo desde hace algunos meses.

En un primer momento llama la atención que una narración de estas características haya salido de las manos de una periodista especializada en Economía, que ejerce como jefa de “Opinión” en el diario “Cinco Días”, pero, pensándolo bien, tal vez su visión de un presente movido por el poder de los números, del dinero, ha sido la que  la ha llevado a soñar con otro mundo posible, aunque sea a pequeña escala.

– Desde luego, viajar a ese lugar idílico en el que la gente se autogestiona, educa a sus hijos fuera de reglas y restricciones pedagógicas e intenta ser feliz ayudando a los demás, compartiendo saberes y conocimientos, supone un alivio para cualquiera. ¿Eres consciente de ello?

–  Se trata de una novela luminosa, sí. Y reconozco que en cierto modo lo que buscaba era apartarme de la oscuridad que impregna gran parte de la literatura europea de después de la II Guerra Mundial. Me interesaba reflejar que el progreso ha traído al ser humano cosas muy buenas, pero que también le ha hecho perder por el camino otras fundamentales que no sería difícil recuperar, ni siquiera hablando en términos económicos. En el fondo de lo que se han dado cuenta los ciudadanos de San Ireneo es de la importancia del tiempo, del tiempo para reflexionar, para leer, para estar con la familia, para ver crecer a los niños y escuchar a los mayores, para practicar el silencio. Lo que está claro es que algo está fallando en nuestro estilo de vida y que estamos atravesando por un momento de desconcierto. Las nuevas tecnologías cada vez propician más que no tengamos horarios, que nos llevemos el trabajo a casa. Se ha perdido la escala de lo humano. Vivimos acosados por el exterior y yo creo que llegará un momento en el que la gente defenderá con uñas y dientes su espacio íntimo, su privacidad.

Natalia Sanmartin Fenollera © karina beltran 2013

– La novela propone mirar atrás, volver al campo, fomentar economías más pequeñas, más familiares. ¿Crees que éste es el camino?

– Creo que los movimientos empiezan por las personas, que los cambios sociales los promueven los individuos. Soy una defensora absoluta de las pequeñas revoluciones y sé también que las transformaciones importantes no son rápidas, bruscas. El malestar nos llevará a poner límites, a buscar otras fórmulas.

Lo que está claro es que algo está fallando en nuestro estilo de vida y que estamos atravesando por un momento de desconcierto. Las nuevas tecnologías cada vez propician más que no tengamos horarios, que nos llevemos el trabajo a casa. Se ha perdido la escala de lo humano. Vivimos acosados por el exterior y yo creo que llegará un momento en el que la gente defenderá con uñas y dientes su espacio íntimo, su privacidad.

– Mientras leía “El despertar de la señorita Prim” me pasaba algo muy curioso: me costaba ubicarme correctamente. Sabía que la acción transcurre en nuestros días, pero no podía dejar de pensar que estaba en una novela del XIX, por ejemplo en los escenarios de Jane Austen. La señorita Prim, con sus dudas, con sus cavilaciones y ensoñaciones, con su rectitud; el Hombre del Sillón, para quien trabaja como bibliotecaria, tan misterioso, tan atractivo y cargado de virtudes, recuerdan a los protagonistas de “Orgullo y prejuicio” o “Emma”. De hecho, en el libro se habla de Austen, de sus obras…

– Soy consciente de que mi novela no tiene las complejidades de las de Austen, de que su estructura es mucho más sencilla, pero admito que está presente, incluso hay un momento concreto, una escena en la cocina, en el que le rindo homenaje. Uno escribe con el nutriente de lo que ha leído, de lo que le gusta, eso es algo inevitable. Y yo leo mucho a Jane Austen. En cuanto a lo de la época, no eres la primera que me dice que los ambientes no parecen los del mundo de hoy, pero es que los personajes han creado un pequeño espacio de pasado, aislado de los ruidos de la modernidad. Son exiliados del presente.

Además de Austen, hay otras muchas referencias a la literatura anglosajona en la novela. Los libros entran en la vida de los personajes como algo natural, los niños leen a los clásicos desde muy pequeños. ¿Esta actitud tiene que ver con tu propia experiencia?

– Sí, por supuesto. En mi familia siempre hemos sido muy lectores y yo tuve acceso a todos los volúmenes de la biblioteca, sin restricciones, desde muy pequeña. Leí un ejemplar de “Orgullo y prejuicio” de mi abuela al que le faltaban las tres primeras páginas y también recuerdo, de mis primeras lecturas, el impacto que me produjo “Mujercitas”.

Precisamente en “El despertar de la señorita Prim” hay toda una reivindicación de esta novela. Se establece una disputa entre la pareja protagonista a propósito de la conveniencia de que una de las niñas de la familia la lea. Él la considera almibarada y cursi; ella, necesaria para el cultivo de la delicadeza.

– Sí. Soy una absoluta defensora de Louise May Alcott y estoy del lado de la señorita Prim en que “Mujercitas” debe ocupar un hueco en el apartado de las buenas lecturas, no de las grandes, porque para llegar a las obras sublimes es necesario partir de aquellas otras que nos van preparando el camino. Ella le dice a su jefe que no sabe nada de femineidad y le argumenta que si bien Louise May Alcott no es Jane Austen tampoco Stevenson es Dante. A partir de esa discusión, en la novela se habla de la diferencia entre lo que leen los hombres y las mujeres. Es curioso que en esta época en la que se exalta la igualdad entre sexos, los gustos literarios se encuentren tan polarizados. Actualmente a los hombres les cuesta mucho más acercarse a la novela que en el pasado, mucho más cuando ésta ahonda en los sentimientos.

– Y se abre un debate muy interesante también, el de la educación, que en San Ireneo se imparte en las casas, aprovechando las sabidurías de cada uno de los vecinos.

– Bueno, no es nada nuevo. Hemos olvidado que hasta bien entrado el siglo XIX una parte importante de la educación se desarrollaba en casa. De ahí hemos pasado al extremo de que los niños ocupan la mayor parte de su tiempo en el colegio o realizando actividades extraescolares. Hoy todo se ha institucionalizado. Hay un modelo educativo único. Si quieres dar una educación diferente a un niño de nueve años lo tienes muy complicado y aquí tengo que insistir otra vez en la mirada hacia atrás, en recobrar algo de aquello. Sin llegar a educar a los niños fuera del sistema establecido, un movimiento que en EE.UU, por ejemplo, está bastante extendido y que aquí es muy incipiente, tendamos a un cierto equilibrio, seamos conscientes de que la familia tiene que estar presente, tiene que ser un complemento en la educación.

Natalia Sanmartin Fenollera © karina beltran 2013

– Volvamos a tus primeras lecturas. Austen, Louise May Alcott…

–  Como decía antes he sido una lectora muy precoz y voraz, con la inmensa suerte de tener totalmente abiertas las puertas de la biblioteca familiar. En mi infancia entran los viejos cuentos de hadas, todos los cuentos de hadas del mundo -aún puedo escuchar la voz de mis padres al leérmelos- y los libros de Guillermo Brown, pero también la “Odisea”, a la que me acerqué muy pronto. A nadie en mi casa le parecía extraño que una niña hablara de Homero y de la historia de sus sirenas. Puede que no pasara de ahí, pero me quedé con la idea de la belleza, de la delicadeza, de la virtud. Esa búsqueda ha estado siempre presente, a lo largo de los años, mientras seguía acercándome a autores muy diversos: Edgar Allan Poe, Conan Doyle, las hermanas Bronte, Dickens, Henry James, Evelyn Waugh… Y Los rusos: Dostoievski, Tolstoi, Pushkin, Turguéniev... Y los poetas, a los que empecé a descubrir en la adolescencia: Rimbaud, Verlaine, Byron, Hölderlin, Emily Dickinson… Y tampoco puedo olvidarme de Dante, Virgilio y Petrarca.

Es curioso que en esta época en la que se exalta la igualdad entre sexos, los gustos literarios se encuentren tan polarizados. Actualmente a los hombres les cuesta mucho más acercarse a la novela que en el pasado, mucho más cuando ésta ahonda en los sentimientos

– Y ahora mismo, ¿qué estás leyendo?

– Aunque me cuesta mucho elegir una novela contemporánea, me han recomendado “El pensionado”, de José C. Vales, y me está encantando. Ésta sí es una historia ambientada en el XIX, pero no cae en absoluto en la impostura. Es fantástica, muy especial.

– ¿Dónde, a qué hora te gusta leer?

Por la noche, siempre. Leo hasta muy tarde, en el sofá o en un sillón en mi dormitorio, nunca en la cama. Lo malo es que si el libro consigue atraparme del todo, muchas veces no puedo dejar de leerlo hasta que acaba y me pueden dar las tantas. Aunque tenga que levantarme temprano al día siguiente, no me importa. En ese momento no puedo pensar en las consecuencias.

– ¿Vuelves a los libros, te gusta releer?

– Sí. Releo siempre. Me gusta volver una y otra vez, por ejemplo, a la literatura infantil y juvenil inglesa del XIX, por ejemplo a cuentos como “Peter Pan” o “El viento en los sauces”. En mí está siempre presente ese punto de conexión con la infancia. Y suelo volver a las hermanas Bronte, a “Cumbres borrascosas”, especialmente; y a Elizabeth von Arnim, una autora que me apasiona, y a G. K. Chesterton… Pero en mi mesa de noche suele haber algún ensayo de John Henry Newman y algún texto de patrística de los primeros siglos. En mí conviven dos partes: la mitad de mi cabeza es racional y la otra mitad, muy apasionada. Y creo que eso marca también mis gustos.

– ¿Libros transformadores, que hayan cambiado tu visión de las cosas?

– Pues hay varios. De C. S. Lewis, que es mucho más conocido por “Las crónicas de Narnia”, elegiría su ensayo “La abolición del hombre”, donde se reflexiona sobre la educación, sobre cómo ha ido pasando del realismo al subjetivismo, sobre todo el proceso que nos ha llevado hasta el momento actual, un momento en el que el humanismo cada vez pierde más terreno frente a la tecnología. Sin duda, es otra de las lectura cuyas ideas emergen de algún modo en “El despertar de la señorita Prim”. Y lo mismo puedo decir de dos ensayos de Chesterton que reflexionan y se aproximan a la espiritualidad y que me han influido mucho: “El hombre eterno” y “Ortodoxia”. Ya en el ámbito de la literatura está Salinger y su “El guardián entre el centeno”, una novela que me retrata mucho, aunque he tardado en ser consciente de ello, y Dante Y Petrarca, dos autores que han contribuido a educarme, a formarme.

– ¿Asignatura pendiente?

– Pues debo profundizar más en Balzac. Y debo decir que me cuesta mucho acercarme a la literatura contemporánea. He leído a Salinger, a Cortázar, a Borges, por supuesto, pero hasta ahí. Para detenerme en un autor de ahora mismo tiene que ser que la recomendación sea muy fiable. Soy un caso perdido

Lo que percibo es que citas muy pocas obras de autores españoles.

– Sí. La verdad es que me han influido menos. Confieso que conecto más con Shakespeare que con cualquiera de las obras de Cervantes, a excepción del “Quijote”, claro, que es una absoluta maravilla.

Natalia Sanmartin Fenollera © karina beltran 2013 No puede haber final sin la pregunta de la isla desierta.

– Los “Sonetos” de Shakespeare; La autobiografía espiritual de Newman, “Apología Pro VIta Sua”; “El viento en los sauces”, de Kenneth Grahame y, sin dudarlo, La “Biblia”. Todo está ahí y qué mejor opción si no hay sitio en la maleta…

(«El despertar de la señorita Prim» ha sido publicado por Planeta. La autora está leyendo «El pensionado», de José C. Vales, en la misma editorial.)

Las fotografías de este «Rincón» han sido realizadas por Karina Beltrán en la casa de la escritora en Madrid.

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