Mario Levi: «Estambul está perdiendo su carácter multicultural»

Mario Levi - Fotografía: Nacho Goberna© 2013

Por Emma Rodríguez © 2013 / «En algún lugar de esta historia debería haber camuflado un maestro que nos hiciera entender mejor el tiempo, lo que hemos podido vivir y lo que no hemos llegado a saborear en la vida, que pudiera advertirnos con sus miradas y su presencia, aunque fuera desde muy lejos, lo que no debemos dejar escapar y por qué, o que al menos nos forzara a reflexionar al respecto…” Quien habla, quien cuenta, quien medita, es el narrador de “El maestro relojero de Odessa”, uno de los capítulos incluidos en “Estambul era un cuento” (Galaxia Gutenberg), la primera novela que se publica en España de Mario Levi, un interesantísimo escritor turco de orígenes sefardíes que ha construido, a la manera de una cadena narrativa en la que unos eslabones se van engarzando con otros, una obra coral cargada de voces y acentos múltiples, de los latidos de una cuarentena larga de personajes pertenecientes a tres generaciones diferentes. 

Porque sí hay algo en esta entrega es diversidad. Diversidad y cruce de caminos. Con el fondo de una ciudad cambiante, multicultural, Levi va hilvanando historias que hablan de exilios y abandonos, de renuncias y reconciliaciones, de verdades y sospechas. En esa ciudad donde todo se mezcla el autor descarga la magia consoladora de las palabras y narra relatos de adaptación y conversión, relatos de amistad y fidelidad extremas, así como de amores prohibidos, silenciados, capaces de los mayores sacrificios y de sobrevivir al largo río del tiempo, porque, como también se dice “las personas a las que uno quiere, a las que se ata de algún modo y de las que no podrá desvincularse, pertenecen a un único lugar que lo persigue a uno sin tregua”. 

El peso de la Historia, de la tradición, y la permanente sensación de transformación, de modernidad, se dan la mano en una narración que juega a imaginar dónde está la grandeza de toda existencia, por muy insignificante que parezca, dónde la llave capaz de abrir la puerta de sus misterios, de desvelar los secretos. Hay seres que han perdido su identidad y otros a los que el destino ha conducido a encerrarse en sí mismos. Hay necesidad de afecto, mucha necesidad de afecto, en este libro de cerca de 700 páginas que tiene el sabor de la experiencia, de la sabiduría de la vida. Y todo ello pasado por el original planteamiento y estilo del autor, que juega a meterse dentro del caudal de la narración, a la manera de un testigo excepcional, de una especie de “voyeur” amable, comprensivo, que quiere saber más, aunque para ello tenga que observar a través de las mirillas. Levi pregunta y se pregunta en voz alta, tiene el don de saber escuchar e introduce a los lectores, a través de sus percepciones e intuiciones, en esa primera línea en la que se desarrollan los hechos, las acciones, las vidas de sus personajes tanto por fuera como por dentro; pero, además, de forma natural, da un paso más allá, descorre las cortinas y muestra de qué forma la ficción es capaz de llegar allí donde la mirada no alcanza, de llenar los huecos que se van abriendo en las calles de la memoria. 

“Estambul era un cuento” es, por todo ello, un cóctel riquísimo que hemos de beber a tragos largos, lentamente, dejando que las voces se detengan, que las frases, que las ideas, reposen, hasta llegar a acostumbrarnos a su manera morosa. Solo así, sin prisas, poco a poco, nos van impregnando una musicalidad, unos olores, unos sonidos y unos colores nuevos. Una experiencia similar a la que experimenta el viajero cuando se enfrenta a una cultura y a unos paisajes que no solo le descubren algo hasta ese momento virgen para él, sino que le llevan a saber un poco más de sí mismo. 

Levi, que pasó por Madrid recientemente para presentar esta novela que ha sido traducida ya a quince idiomas -lo que le convierte en uno de los escritores turcos actuales con mayor proyección- es un hombre observador, afable y al que le gusta practicar un español heredado de sus antepasados que, milagrosamente, como un tesoro, se ha mantenido en Turquía hasta la actualidad. Poco más se puede percibir de él en un primer contacto, pero su biografía -esa que está más allá de su literatura, que es donde realmente se le encuentra- dice que publicó sus primeras historias en revistas culturales y en un diario judío de Turquía; que hasta la fecha ha entregado a sus lectores cinco novelas y dos libros de relatos, aunque considera que su gran obra aún está por llegar; que imparte clases de escritura creativa en la universidad y que, además de la literatura, es experto en cocina y en música, faceta esta última que le ha llevado a participar en programas musicales en la radio y a escribir una biografía sobre el cantautor Jacques Brel.

Mario Levi - Fotografía: Nacho Goberna© 2013

En el capítulo referido a Sedat el árabe (“La broma de Sedat el árabe”) se dice del personaje que “albergaba en su interior numerosas vidas, incontables vidas, incontables caminos y diferentes noches y amaneceres que muy poca gente tendría la oportunidad de vivir”. ¿Cada vida encierra un cuento, múltiples cuentos; acaso una novela?

– Cada vida tiene su historia, cada vida tiene su sentimiento. Y con el paso de los años se acentúa esa percepción de que unos acontecimientos van quedando solapados por otros hasta el punto de que uno siente que lo que ha ido dejando atrás ya se ha convertido en un cuento. Esto me lo han ido diciendo mis protagonistas. Me lo han dicho y me lo han ido enseñando en mi trayectoria como escritor. Para muchos de ellos la vida se había convertido en un cuento y lo mismo me está pasando ahora a mí, que ya tengo 56 años, cuando miro hacia atrás y recuerdo los años de mi niñez, en la década de los 60, y los de mi juventud, en los 70. Eso conforma también el alcance, la profundidad de la literatura, que en mi opinión tiene la misión de convertirse en testigo de los días que se viven para ayudarnos a recordar, para impedir que olvidemos. La memoria es muy importante y soy capaz de decir, con toda la fuerza de mi convicción, que se puede comprender la Historia a través de las novelas. Si alguien quiere acercarse a la Francia del siglo XIX es suficiente con que acuda a las novelas de Balzac, del mismo modo que para percibir mejor la realidad, el alma rusa, le ayudaría mucho adentrarse en las páginas de Tolstoi, de Dostoyevski o Chejov. Esa es mi visión de la literatura. El escritor está llamado a reconstruir la vida. Todo lo que se escribe es autobiográfico y todo lo que se puede escribir tiene que vivirse y tiene que sentirse. En una novela es muy importante el vocabulario, la lengua, el estilo, la estructura, pero mucho más importante que todo eso es la sinceridad. Y la sinceridad sólo puede venir de la experiencia de la vida. Todo lo que yo he escrito hasta ahora ha sido autobiográfico, pero cuando digo autobiográfico no quiere decir que haya conocido a todos los personajes de los que hablo ni de que haya vivido todos los hechos personalmente, no. Por ejemplo, ciertos protagonistas son reales en esta novela y otros son inventados, pero también éstos tienen la verdad de haber salido de lo conocido, ya que normalmente pueden reunir características de tres, cuatro o más personas que me he ido encontrando por el camino y que, aunque no he llegado a conocer totalmente, sí me han permitido acceder un poquito a su manera de ser, de pensar, de comportarse. Eso forma parte de mi propia experiencia y eso hace que la literatura sea a la vez un cuento y a la vez una realidad. Y yendo más allá, lo esencial es la realidad interna del texto, no la realidad externa de la vida. Todo viene de la vida, pero el escritor tiene la capacidad de recrear, de ampliar su sentido.

El escritor está llamado a reconstruir la vida. Todo lo que se escribe es autobiográfico y todo lo que se puede escribir tiene que vivirse y tiene que sentirse. En una novela es muy importante el vocabulario, la lengua, el estilo, la estructura, pero mucho más importante que todo eso es la sinceridad.

– ¿Qué le debe Mario Levi a una ciudad tan especial como Estambul, en qué medida es la gran protagonista de su obra?

– Definitivamente le debo mucho. Tiene una gran influencia en mí. Cuando era pequeño bebí de los muchos cuentos y leyendas que me transmitió mi abuela y de las muchas experiencias que yo personalmente viví, pero al mismo tiempo he de reconocer que Estambul, con la potencia de su carácter, es la gran protagonista de parte de mi obra, de esta novela en particular. Es como la columna vertebral del texto, porque tiene un carácter a la vez occidental y oriental y esa mezcla marca toda su Historia, está impregnada en su cultura. Estambul fue la ciudad de las inmigraciones, la ciudad del exilio. Mucha gente llegó a la ciudad desde diferentes geografías, con diferentes sentimientos, con diferentes vivencias, pero con la esperanza común de reconstruir una nueva vida. Muchos fueron obligados a abandonar sus lugares de origen, como mis antepasados, que vinieron desde Andalucía, y todo eso forma parte de mi existencia. Parece una paradoja, pero ese carácter de Estambul como territorio de acogida de tantos destinos levantados sobre la pérdida me hace decir que me siento en mi casa. Soy parte de ese sentimiento y sé que puedo vivir en cualquier parte del mundo con esa sensación, pero es mi ciudad la que me la ha dado.

Mario Levi - Fotografía: Nacho Goberna© 2013

¿Qué historias le atraían de niño, detrás de qué puertas se paraba a escuchar?

– Soy, sin darme cuenta a veces, uno de esos escritores que tuvieron la necesidad de guardar la magia del recuerdo, de la herencia. Eso es lo que más profundamente me define. Y esa herencia tiene muchas caras. Está Oriente, con su memoria oral más que escrita; está mi abuela judía, que al mismo tiempo sentía la responsabilidad de transmitirme el espíritu del pasado a través de La Biblia. Todo eso fue conformando un clima sentimental y, además, provengo de una tradición que da preferencia al escuchar para aprender un día cómo hablar. Las historias de mi abuela han sido inolvidables y ahora comprendo mejor que ser testigo de todo lo que le sucedía a mis allegados fue conformando mi universo. No estaba escondido. Estaba en medio de la escena y era capaz de ver unas realidades que tal vez otros no percibían. No puedo decir que tuviera una infancia muy feliz cuando me acuerdo de todo lo que he ido dejando en mi pasado. Pero ahora veo que eso también pudo haber sido parte de mi destino de escritor. Hoy me considero un hombre que tuvo suerte, que al menos puede escribir para sentir más hondamente su existencia, para decir que tuvo, que está teniendo, una vida con sentido.

“Eran días ignotos, diferentes, en los que aquellas personas que no habían sido capaces de amoldarse adecuadamente a ningún sitio empezaban cuando menos a aceptar y a adoptar sus calles, sus casas, sus habitaciones, sus paredes y sus idiomas nuevos”, leo en el capítulo titulado “Cualquiera podía perderse en Estambul”. Es precisamente eso lo que se refleja en la novela, el encuentro de gentes, de culturas tan diversas, que llegan a convivir, a integrarse, a enriquecerse unas con otras, y al mismo tiempo todas sus páginas saben a pérdida, a abandono, a nostalgia, la nostalgia por regresar al lugar del que se partió, mitificado de algún modo a través del recuerdo…

– Sí, es así. Todo eso es probablemente un sentimiento triste, pero la tristeza tiene un carácter muy inspirador para la literatura. Yo digo que si una persona se siente feliz tiene mucha menos necesidad de escribir.

– Esta novela recorre gran parte de la Historia de Turquía, llega hasta los años 80, cuando acaece el golpe militar… El lector retiene la imagen de un mundo que ya está desapareciendo, que está cambiando. Hay un proceso de transformación en la sociedad, en los ambientes y costumbres de la ciudad, que se refleja a través de los comportamientos de los personajes, pero también a través de sus anhelos, de sus emociones, de sus sueños. Estambul, como hablábamos antes, es un puente entre Oriente y Occidente, pero, ¿hasta qué punto cada vez se está europeizando más, está perdiendo su identidad multicultural, multiétnica?

– Desafortunadamente, Estambul está perdiendo ese carácter multicultural, ése es uno de los resultados de la globalización. No digo que esté totalmente en contra, pero no me gusta una de sus consecuencias, la uniformización de la gente. Por ejemplo, un joven español y un joven turco viene a ser hoy más o menos lo mismo, y eso es algo que no me agrada por su efecto empobrecedor. Todo se iguala y yo pienso que ésta es una de las grandes enfermedades del siglo XXI, la uniformización y la mediocridad. Por todo eso siento que pertenezco al siglo XX: moral, intelectual y sentimentalmente. Me considero muy extranjero en este siglo que vivimos y en el que la tecnología, nuestros móviles, nuestros correos electrónicos, parece que lo llena todo, que ocupa gran parte de nuestros espacios, pero la técnica no es lo importante. Lo importante es el sentimiento. Habíamos hablado de cuentos y yo puedo decir, en efecto, que mi vida se está transformando en un cuento. Cuando éramos jóvenes, en los años 70, estábamos en la universidad y teníamos el sueño de cambiar este mundo, de vivir en un mundo un poquito más humano, más igual, más libre, más lleno de Democracia, pero compruebo que lamentablemente todo eso no forma parte de los sueños de la juventud de nuestros días. Cuando hablo de este pasado, de esta vida, de este periodo que se está terminando, no quiero ser considerado como un autor que tiene un exceso de nostalgia por el pasado. No, escribo el pasado para decir que en este mundo, no hace tanto, se vivieron esas cosas, para que no se olvide, para que se comprendan mejor los días que vivimos. Estoy convencido, además, de que ante la mediocridad actual, necesitamos mucho más que nunca la literatura. La necesitamos para decir: “no, no queremos vivir esta vida que se nos propone. La existencia tiene otras profundidades”.

Siento que pertenezco al siglo XX moral, intelectual y sentimentalmente. Me considero muy extranjero en este siglo que vivimos y en el que la tecnología, nuestros móviles, nuestros correos electrónicos, parece que lo llena todo.

– ¿Por qué conocemos a tan pocos escritores turcos en España? A excepción de Orhan Pamuk nos ha llegado muy poca literatura de allí. ¿A qué escritores recomendaría traducir?

– Bueno hay muchos autores importantes que no han sido traducidos ni al español ni a otros idiomas occidentales. Aconsejaría a Selim Ileri, Sait Faik y Oguz Atay. Son todos escritores del siglo XX. Por ejemplo, Ileri tiene ya unos 65 años. No ha sido traducido y es una lástima, en todos los casos lo es, porque yo tengo la impresión de que España y Turquía tienen muchas similitudes, son dos países con una Historia atravesada por diferentes culturas. Estambul era una ciudad cristiana que se volvió musulmana y en muchas ciudades de España, que eran musulmanas, sucedió lo contrario, se convirtieron en cristianas. Esa mezcla de culturas es muy importante y precisamente por eso, al haber conservado ese carácter, España es un país tan especial en Europa. Se puede sentir, por ejemplo, en la música flamenca, tan impactante. Por todo ello pienso que España puede ser el país europeo en el que la literatura turca llegue a resultar más interesante para sus lectores. Vamos a ver lo que nos deparará el futuro, espero que recojamos buenos frutos. Para mí concretamente era algo muy especial ser traducido al español porque el español antiguo, el ladino, fue una de mis lenguas maternas; la aprendí en casa. Además, estoy muy contento con el nivel de la traducción. El traductor [Pablo Moreno] es muy joven, pero ha sabido transmitir la música del turco al español. Tal vez, me he dado cuenta ahora, el español sea el idioma occidental más cercano al turco. Es muy difícil explicarlo y tal vez esta percepción también derive de mi legado, de mi propia experiencia, pero para mí es muy significativo. Por ejemplo el turco no va muy bien con el inglés y con el francés, no estoy muy seguro de que funcione… Para mí la mejor traducción hasta ahora ha sido la española, aunque me dicen que la alemana es muy buena; pero no conozco ese idioma, no puedo  juzgarla del mismo modo.

Mario Levi - Fotografía: Nacho Goberna© 2013

– ¿Se sigue hablando ladino en Estambul?

– Se sigue hablando, pero cada vez menos. Yo pertenezco a la última generación que ha aprendido el español en casa, pero las nuevas no están muy interesadas en mantenerlo. Tengo que decir que, lamentablemente, ese idioma se está extinguiendo y que dentro de 30 o 40 años se perderá por completo. Es por eso que todos juntos tenemos que hacer algo para conservar una lengua tan rica, que viene del pasado, de los tiempos de Cervantes. Pienso que el Estado español también tendría que contribuir a conservarla. Yo lucho por ello y estoy planteándome, en un futuro próximo, de aquí a dos años, escribir un libro de cuentos en ladino para contribuir un poco más a reivindicar ese idioma, un poco diferente al español contemporáneo, que se hablaba hace 500 años. Muchos fonemas se han transformado y muchas palabras se han mezclado con otras turcas, que han sido hispanizadas. Es un proceso interesantísimo, desconocido por muchos españoles.

¿Esa herencia ha inclinado a Mario Levi hacia la literatura en español?

– Conozco, sobre todo, a autores sudamericanos: Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Julio Cortázar, Jorge Luis Borges, Eduardo Galeano y otros que ahora no recuerdo. A muchos los leí en su lengua original y eso es algo que me fascina. De los españoles me encanta un clásico como Miguel de Unamuno y también conozco a Miguel Delibes.

Yo pertenezco a la última generación que ha aprendido el español en casa, pero las nuevas no están muy interesadas en mantenerlo. Tengo que decir que, lamentablemente, el ladino se está extinguiendo y que dentro de 30 o 40 años se perderá por completo. Es por eso que todos juntos tenemos que hacer algo para conservar una lengua tan rica, que viene del pasado, de los tiempos de Cervantes.

¿Y Pamuk? ¿Existe algún tipo de afinidad, de conexión con el que ha sido el primer Premio Nobel de las letras turcas?

– Orhan Pamuk es un escritor que tiene un indudable talento. Me siento cercano a él desde el momento que tenemos una tema común: Estambul, la melancolía de la ciudad que tiene su nombre solamente en turco: «hüzün«… Como él, recibí una educación occidental y, como él, también me siento muy cercano a las profundidades del Oriente. Todo eso con una pequeña pero importante diferencia. Mi identidad judía, algo que se refleja en mis experiencias, en mis sentimientos; el espíritu de vivir como judío en un país musumán; la vivencia de conocer y sentir la religión musulmana como judío.

– ¿Qué opinión le merece el Museo de la Inocencia?

– Me parece una idea inspiradora.

– ¿Qué define a la literatura turca actual, tal vez su carácter de cruce de caminos, de influencias?

– Vivir en un puente así, entre el Oriente y el Occidente, como comentaba antes, es algo muy enriquecedor que marca nuestro presente. Lo que nos queda es intentar profundizar, aprehender todo aquello que hemos experimentado y que estamos experimentando. ¿Quién nos puede negar que algún día podremos llegar a encontrar un estilo o un lenguaje especial, resultado de esa mixtura? ¿Se trata de una gran pretensión? Es posible. Pero acuérdese: la literatura se define también por los sueños.

De entre todos los libros que ha escrito, ¿siente predilección por alguno de ellos?

– Tengo la convicción de que “Estambul era un cuento” es mi libro más ambicioso hasta el momento; el más difícil de digerir también, por su extensión, por la densidad del estilo. Hasta hoy he escrito nueve libros, entre los cuales cinco son novelas. Me gustan los juegos y es probable que, con el paso de los años, como les ha sucedido a tantos autores y creadores, mi estilo se vuelva un poquito mas simple. Es probablemente una cuestión de edad.

-¿Se siente cómodo como escritor en un país en el que la libertad de expresión no se respeta del todo y donde las minorías no son tratadas en igualdad de condiciones; adopta una actitud de compromiso, de crítica?

– La literatura exige la necesidad de formular preguntas a veces peligrosas y de buscar respuestas. Se asumen los riesgos. No me siento cómodo ni como un escritor que piensa que la libertad de expresión tiene un papel capital ni como un individuo que pertenece a una minoría. Pero todo eso es también un acicate a la hora de escribir. La escritura, el afán de decir, parte de la tristeza, de la sensación de desorden, de conflicto, de que las cosas no están en regla…

-¿Qué opinión le merece, por ejemplo, el conflicto kurdo?

– Pienso que nuestros amigos y hermanos kurdos tienen derecho a vivir sus identidades, del mismo modo que todos, que todas las comunidades, lo merecemos.

-¿Cómo se observa desde su país la situación de crisis, no solo económica, sino en todos los ámbitos, que vive Europa?

– Yo prefiero persistir en mi optimismo de que las cosas podrán cambiar y al mismo tiermpo me doy cuenta de que es una suerte para Turquía no formar parte de la Unión Europea en estos momentos difíciles. Puede que en un futuro… Me interesará observar ese proceso.

¿Qué impresiones se lleva de España en este viaje?

– Como siempre que vengo a este país, he tenido la impresión de regresar a una parte de mi pasado y de mi cultura. Nunca me he sentido aquí como un extranjero. Lo he dicho en muchas ocasiones y, además, ahora tengo la satisfacción de estar publicado en español. Una lengua que no es para mí ajena, sino todo lo contrario, que hace que me sienta como en mi casa.

[Aquí damos por acabada esta conversación, iniciada en Madrid y continuada a través de correo electrónico, debido a la falta de tiempo, a la apretada agenda del autor cuando vino a presentar su novela, pero la la voz de Mario Levi se deja escuchar a través de las voces de sus personajes, de esas historias misteriosas que, como dice el narrador, le dejan a uno una huella tan profunda, «que dan como escalofríos”. Abro el libro y voy repasando frases e ideas que he subrayado. En la página 160, leo: “Y para colmo todo estaba cambiando, todo parecía estar cambiando o estar cobrando diferentes vidas. No sólo él era ya diferente, también las comidas, los clientes del restaurante, los sonidos y los olores que conformaban su identidad.” “Al fin y al cabo”, se dice más adelante, «lo confesáramos o no, lo que la mayoría queríamos poseer era, por encima de todo, aquello que podíamos perder, que teníamos miedo a perder no sólo en el amor, sino en prácticamente todas nuestras relaciones y en todo lo que vivíamos o nos tocaba vivir.”]

«Estambul era un cuento» ha sido publicada por Galaxia Gutenberg. La traducción de la novela al español ha corrido a cargo de Pablo Moreno. Todas las fotografías de esta entrevista fueron realizadas por Nacho Goberna en un reciente viaje del escritor a Madrid.

Mario Levi - Fotografía: Nacho Goberna© 2013

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