Luis Eduardo Aute: “España de mis amores, cuánto te odio”

Por Emma Rodríguez © 2013 / “El Basilisco proviene del huevo que pone el gallo viejo poco antes de morir en una noche despejada y de plenilunio, exactamente a media noche. Fulmina con la mirada, excepto a la comadreja, y sólo se le puede matar con el canto de un gallo”, reza una leyenda mitológica con la que Luis Eduardo Aute encabeza “La Ley de Galilei”, la corta y bella canción-poema que cierra su nuevo disco, “El niño que miraba al mar”. Un disco que para ser disfrutado en toda su plenitud conviene que se acompañe -desde aquí lo recomiendo- de la visión de “El niño y el Basilisco”, una enigmática película de animación cuyo CD se incluye en el libro del mismo título que acaba de publicar la editorial Demipage. Un volumen que recoge parte de las ilustraciones, realizadas a lápiz por el autor, quien juega al equilibrio entre blancos y negros, entre luces y sombras, a la hora de narrar el encuentro entre el adulto que ya atisba la vejez y el niño que fue y que aún sigue reclamando ser escuchado.

Adentrarse en el territorio creativo de Luis Eduardo Aute es, en fin, estar dispuestos a compartir su lenguaje, a dejar que la imaginación vuele en busca de sentidos. Hay que parar el reloj, dejar atrás las prisas para poder prolongar las mil sugerencias de su relato onírico o para captar la verdad de unas composiciones musicales que bucean en lo profundo y que al mismo tiempo dicen mucho del presente, de este “feo mundo inmundo” al que aún es posible plantarle cara con imaginación.

La casa del cantautor, cercana al madrileño parque de la Fuente del Berro, es un lugar que parece hecho para el silencio, para el ensimismamiento. El creador de temas tan imperecederos como “Al alba” o “No te desnudes todavía” se define hoy como una especie de Robinson en su pequeña isla urbana y es fácil imaginarlo dibujando en su estudio; concentrado tras el caballete en otro espacio que comparte con su hijo menor, Miguel, o sentado simplemente en uno de los rincones del salón, con detalles de decoración oriental, pensando en un nuevo tema, mientras Duna, una preciosa Boxer mestiza que adopta elegantes posturas durante toda esta entrevista, reclama que le acaricie el lomo.

– Da la impresión de que con el triple proceso de creación alrededor de “El niño y el Basilisco” has disfrutado mucho, pero también quen has vuelto a reproducir las pesadillas de la infancia. ¿Cómo ha sido ese proceso?

– Pues absolutamente azaroso. En ningún momento pretendí hacer esta película ni tampoco supe hacia dónde me iba a conducir cuando inicié el viaje. Todo, incluídas las canciones del disco, surgió de unas fotografías, del contraste entre una muy antigua, que estaba olvidada en el álbum familiar y que me hizo mi padre en Manila cuando yo tenía dos años, y otra que me hizo mi hija Laura en un reciente viaje familiar a La Habana. En las dos estoy sentado mirando al mar. La de pequeño me traslada a 1945, recién terminada la II Guerra Mundial. Me sitúa de nuevo en una ciudad bombardeada, donde todo eran escombros, donde el único sitio en el que se podía evitar un paisaje tan en ruinas era el malecón, cara al mar. Allí estoy yo prácticamente de espaldas a la cámara… Del mismo modo que en la segunda fotografía, realizada ya con el paso del tiempo por medio, sin tener ningún conocimiento del retrato infantil, en otro malecón, el de La Habana. Cuando la vi me quedé tan sorprendido que mis hijos hicieron un montaje con las dos imágenes y me lo regalaron por sorpresa en mi cumpleaños. A partir de ahí se empezaron a acumular las ideas, las reflexiones. Empecé escribiendo una canción, pero se quedó a medias, y sin saber por qué, me puse a dibujar la imagen de la foto desde distintas perspectivas. Según iba dibujando se me ocurrió la idea de poner esos bocetos en imágenes.

– No es la primera vez que haces una película de este tipo…

– No. Ya había hecho hace 12 años una titulada “Un perro llamado dolor”, con dibujos a lápiz y una animación muy primitiva. En este caso todo confluyó de nuevo para repetir la experiencia. La historia fue creciendo sin guión previo, el argumento, si es que lo hay, fue surgiendo a medida que iba dibujando las escenas. ¿Quién no ha tenido alguna vez el pensamiento de querer haberse conocido cuando era pequeño y poder hablar con ese niño o niña que fue para ver qué pensaba y cómo esperaba que fuese el mundo, la vida?. Y al mismo tiempo, ¿no puede imaginar el niño en algún momento lo estupendo que sería poder hablar con la persona mayor en la que va a convertirse? De esas preguntas parte la historia. Un encuentro imposible que me hizo reflexionar sobre el paso del tiempo que acaba convirtiéndonos, de alguna forma, en todo lo contrario de lo que pensábamos ser ; sobre el proceso de la vida, que nos conduce a ser de todo menos inocentes. La jungla de la vida, sí, obliga a sacar ese monstruo que tenemos dentro para poder sobrevivir. De ahí surgió la idea de la película de convertirme en monstruo, en Basilisco.

Luis Eduardo Aute mira a Duna fijamente y señala que algo se inspiró en ella para trazar los movimientos de ese animal mitológico que, según todas las interpretaciones, tiene cabeza de ave, alas de murciélago, cuerpo de ser humano, patas de león y cola de cocodrilo. “Cuidado con la bestia que dormita en su rincón / no sea que despierte de su insomnio aletargado / e imponga su justicia por la vía del Talión / sin juez y sin balanza y con la espada del jurado / que duerma, que duerma lejos del aprisco, / el Basilisco”, suena una de las canciones del disco, ya en otro escenario, una vez detenida la grabación de la charla, la secuencia del discurso, de las palabras aquí transcritas.

“Le tengo un especial afecto a ese animal mitológico, tal vez por la sonoridad de su nombre, pero sobre todo por esa facultad que tiene de matar con la mirada, con el pensamiento, algo que los seres humanos hacemos por pura supervivencia”, señala Aute. “Hay un deseo del Basilisco de matar al niño, pero no lo logra porque al reflejarse en las pupilas del pequeño expulsa un rayo que vuelve al punto de origen y anula su poder. Es ahí donde se lamenta y le cae una lágrima de sangre que desciende hasta el mar, hace que el mar se incendie y obliga al niño a salir huyendo nada menos que subido encima del monstruo, encima de su propio mal, de su propia perversión…Y en ese trayecto surgen querubines y calaveras que representan todos los cadáveres que van apareciendo por la vida, hasta atisbar el conocimiento de la propia muerte”, sigue explicando, explicándose.

– Estamos ante una narración muy metafórica, cargada de símbolos…

– Sí, pero insisto en que el azar ha tenido mucho que ver. Se trata de un relato muy automático, hecho a la manera de los surrealistas. No había idea previa, me dejé llevar… Todas las posibles interpretaciones han surgido a posteriori.

– Está claro que el inconsciente ha hecho su trabajo. ¿Hasta qué punto has realizado un recorrido por tu trayecto vital y te has encontrado agazapado dentro de tu coraza de adulto al niño que aún eres?

– Bueno, tampoco lo he buscado, pero sí, de alguna manera, creo que he realizado una especie de auto-psicoanálisis. De una forma u otra quien se dedica a la actividad de escribir, de pintar, de hacer música, de crear imágenes o lo que fuera, el llamado artista, suele resistirse a admitir el paso del tiempo. Somos un poco niños, intentamos conservar ese estadio el máximo tiempo posible. ¿Qué es crear sino jugar a mantener la dimensión lúdica de la vida?. Puede que sea un tópico, pero es cierto que los artistas a medida que se van haciendo más viejos vuelven un poco a la mirada de la inocencia. Ahí están grandes pintores como Picasso o Miró. Y también los poetas vuelven a los elementos más esenciales, más limpios….

–  La película está cargada de sugerencias. El goce de  volver a la niñez se mezcla con el dolor al atisbar la vejez, la muerte…

–  Está la presencia de la muerte y también hay un cierto renacimiento, porque el túnel ese por donde transcurre el viaje podría ser el túnel clásico donde al final se ve la luz. Todo ese tránsito está representado con el juego del positivo y el negativo, el negro y el blanco, la luz y la oscuridad. Esto es esencial. Hay un concepto de cambio de signos, una dialéctica de contrarios. Y es que para ver luz al fondo del túnel hay que asumir la negación y aquí el túnel es un parto, una especie de renacimiento hacia un espacio más onírico todavía. La película empieza en un tono de documental, muy realista, casi con imágenes de un reportaje de guerra, y poco a poco va entrando en el territorio del sueño hasta llegar a un lugar donde el tiempo y el espacio se pierden.

– Me imagino que a medida que te involucrabas en el proceso, en esa ruta imprevista, o tal vez después, iban surgiendo muchas reflexiones. ¿Cómo te ha afectado a ti el paso del tiempo, de qué manera te ha modificado?

– Pues creo que como a todos, con más escepticismo. Al ser más lúcidos, porque la experiencia en general lo que te da es lucidez, volvemos otra vez a la luz y nos hacemos más escépticos, adquirimos una mayor capacidad para negar cualquier tipo de interpretación de la realidad. Y al comprobar que el tiempo que queda por delante es menor, a mí particularmente me sucede que me ha entrado una cierta prisa, una urgencia por aprovechar al máximo ese tiempo para todo: para mi vida más íntima, para mis trabajos…

Luís Eduardo Aute – Fotografía de Nacho Goberna © 2013

 ¿Vives con más intensidad?

– Sí. Con menos pasión, pero con más intensidad. La pasión va desapareciendo, pero aumenta la necesidad de no desaprovechar el tiempo restante. Me aterra perder el tiempo, no quiero pensar en ello.

«Con el paso del tiempo nos hacemos más escépticos, adquirimos una mayor capacidad para negar cualquier tipo de interpretación de la realidad. Vivimos con menos pasión, pero con más intensidad»

 En la presentación del libro y de la película comentaste que el paso del tiempo nos obliga a ser mala gente. ¿Puedes ampliar esta idea?

– Bueno, es un poco lo que decía antes. En la jungla de la vida tenemos que pertrecharnos para defendernos con todos los instrumentos a nuestro alcance, tenemos que estar preparados para ello. La vida lo que nos enseña es a ser seres perversos, cínicos, depredadores, para poder sobrevivir. Hay que sacar al famoso animal que llevamos dentro, aunque a mí me gusta más el concepto de bestia, de monstruo, porque los animales no son malos, incluso son mucho más inocentes que nosotros. La Iglesia decía que los animales no tenían alma y que por ello no iban ni al cielo ni al purgatorio, ni siquiera al limbo, a donde se lleva a los niños. ¡Vaya barbaridad! La palabra animal viene precisamente de “ánima”… Nada más almático que un animal… No hablemos por tanto del animal que llevamos dentro sino del monstruo que llevamos dentro.

– ¿Y no hay manera de resistirse a esa escuela de la vida?

– Difícil, ¿no? Muy difícil, porque la propia vida también es un Basilisco colectivo. En este mundo nos vamos metiendo cada vez más en basiliscos mayores. Creemos que salimos, pero vamos entrando en unos territorios cada vez más peligrosos y complejos. La vida no es más que un constante combate contra todo tipo de basiliscos que van saliendo al acecho y hay que ir luchando contra cada uno de ellos.

«La vida lo que nos enseña es a ser seres perversos, cínicos, depredadores, para poder sobrevivir. Hay que sacar al famoso animal que llevamos dentro, aunque a mí me gusta más el concepto de bestia, de monstruo»

– ¿Y la creación no es en cierto modo un arma para resguardarse de ese exterior tan amenazante?

– Bueno, yo creo que sí, pero también creo que todos, a partir del momento en el que nacemos, somos creadores. Al dar fe de la existencia de la realidad, cada ser humano crea el universo. Somos dioses en ese sentido, desde que vemos las cosas y les empezamos a dar nombre. Esa dimensión está en la mirada del niño que va despertando a la vida, que se mira en el espejo, descubre su subjetividad y empieza a hacerse preguntas: quién soy yo, a dónde voy, por qué estoy aquí… Sí, insisto, todos somos creadores, aunque unos desarrollemos más esa capacidad, avancemos más hacia el otro lado del espejo, que otros.

 Las lágrimas del Basilisco son muy significativas. Aparece el elemento ternura. ¿Has llorado mucho, es necesario llorar’

– Sí. Es necesario, además de liberar toxinas, es una necesidad física. Las lágrimas, manifestar el sufrimiento a través de un elemento físico, líquido en este sentido, es lo que nos hace humanos. Yo no sé si los animales lloran… (la mirada se desliza hacia Duna). Creo que sí que llegan a entristecerse, con toda seguridad, pero no sé si lloran o no lloran. Probablemente no. El ser humano, sí lo hace, y eso le dignifica, le reconcilia con su condición. Esa famosa frase de los hombres no lloran es una absoluta estupidez, una impostura de la necesidad de defenderse en la jungla de la que hablábamos. “Si esto es una jungla tienes que ser firme, defenderte y no manifestar tu debilidad”, es lo que se oculta tras ese dicho. Y es todo lo contrario. La lágrima no es una manifestación de la debilidad sino de la humanidad.

– A Luis Eduardo Aute se deben algunos de los temas míticos de la canción española. “Al alba”, “No te desnudes todavía”… ¿Cómo se lleva eso de que en cada concierto, aunque sigas componiendo nuevos temas, te pidan siempre las mismas canciones?

– Cuando me las piden estoy encantado de cantarlas, pero lo vivo como algo ajeno a mí, no tengo conciencia de que soy responsable de esas canciones. Parece que no son mías. De hecho me pasa que a la hora de terminar de escribir una canción tengo siempre la sensación de que ya existía y de que mi función ha consistido simplemente en encontrar dónde estaba escondida, desempolvarla, despojarla de todo lo que la estaba ocultando y ponerla en marcha.

– ¿Aprecias la fidelidad de quienes te siguen desde tus principios?. ¿Cómo se relacionan contigo, qué mensajes te transmiten?

–  Es bastante frecuente encontrarme con gente que me dice que una u otra de mis canciones han sido fundamentales en su vida. Hay muchos que me dan las gracias porque un tema en concreto les ha rescatado de una situación difícil, complicada, incluso de un bajo estado de ánimo. Y la verdad, lo agradezco muchísimo, porque bueno es servir para que otros puedan superar acontecimientos no deseados. Es muy usual también que alguien te diga que una determinada canción ha sido la banda sonora de su vida o saludar a padres que vienen con una niña de la mano y te dicen: “Se llama Alba porque la hicimos escuchando tu canción” (risas). Son cosas, anécdotas, que me complacen evidentemente, pero sin tener conciencia de mi responsabilidad en todo esto. «Muy bien. Muchas gracias. Me alegra que esa canción forme parte de tu vida, espero que para bien”.

– En cierto sentido eres un renacentista, te gusta tocar mcuhas teclas: el dibujo, la música, el cine… ¿cuántos Luis Eduardo Autes hay?

– Yo diría que no sólo toco, sino que intento también ahondar en varias materias, pero, claro, mis capacidades son limitadas. Yo creo que soy uno solo. Aunque, ¿cuántos Jekyll y cuántos Hyde hay en cada uno de nosotros? No sé… pero en el sentido en el que lo propones, soy una sola persona que utiliza herramientas distintas para expresar sus fantasmas personales, tanto sus ángeles como sus basiliscos. Una canción o un poema míos, una pintura o lo que haya podido hacer con mis imágenes cinematográficas, todo viene del mismo sitio. Cambian las herramientas pero el relato es el mismo, un relato poliédrico.

– ¿Y cómo es Aute como persona, como se siente en la intimidad, cuando cierra la puerta de su casa?

– Pues un hombre que intenta cada vez más aislarse en su espacio, por esa necesidad que comentaba antes de no perder el tiempo; estando ahí se siente activo. Y a la vez atraviesa una etapa de reencuentro con su familia. Durante años ha estado viajando mucho y ahora sigue haciéndolo pero de una forma distinta… Se arrepiente de una cierta lejanía de los suyos y ahora intenta vivir cada minuto con ellos, al máximo…Bueno, reconozco que ahora más que nunca tengo complejo de Robinson. Tengo mi pequeña isla aquí y salgo de casa cada vez menos, ni siquiera a la esquina (risas).

– ¿Qué secreto te ha contado al oído ese niño que fuiste?

– Pues que no le abandone, que no le deje solo. Es lo que escucho que me dice.

– Y tú, ¿qué les has comentado?

– Pues todo lo que tenía que decirle se lo he dicho en la película, a través de la canción… Es curioso eso que cuentan de que a medida que va pasando el tiempo te vas olvidando de los recuerdos más inmediatos y recuperas los más antiguos, los más iniciales. En mi caso es verdad. Cada vez me vienen más recuerdos perdidos, cosas de mi familia, de cuando era pequeño. Es como una necesidad involuntaria de volver un poco a los orígenes, de recuperar al niño al que de alguna forma tuve un poco abandonado.

Luís Eduardo Aute, Emma Rodríguez y Duna. Estudio. – Fotografía de Nacho Goberna © 2013

– ¿Cómo te asomas al panorama musical actual?. Las canciones, las letras de Aute, que han emocionado y siguen emocionando a mucha gente, tienen una carga de profundidad, que se echa de menos actualmente. Estamos viviendo una época de cultura del espectáculo, de éxito fácil… ¿Cómo lo ves?

– Me produce tristeza. Es lamentable que una actividad del ser humano como puede ser ese mayor o menor grado de capacidad creativa, de salirse de la realidad, de interpretarla desde una perspectiva determinada, se esté perdiendo cada vez más y se esté convirtiendo en un mero producto de mercado. Me produce tristeza y realmente intento asomarme lo menos posible al exterior. No estoy muy al tanto de todo lo que hacen por ahí, por todo esto y porque, como decía antes, cada vez me agobia más la falta de tiempo e intento concentrarlo en mi propia vida. En ese sentido tal vez sea un poco egoísta…

¿Y la realidad social, también te mantienes a distancia…?

– Eso es otra cosa. No puedo dar la espalda al derrumbamiento de todo un sistema, de toda una sociedad, de toda una cultura.

Aquí conviene hacer un inciso. Del grado de observación, de compromiso con el presente, de LuIs Eduardo Aute dan cuenta las canciones de su nuevo disco. Ahí está ese “Feo mundo inmundo”, donde dice cosas como: “… Ya se ha hecho con todo el Poder / esa casta que idolatra al dios de la horterada” y critica la privatización de “hasta del derecho a respirar”… Ahí está el final del estribillo de “No hay manera” (“no hay manera de que pierda/ la mierda”)… que quien esto escribe no puede dejar de tararear estos días.

– ¿Tienes la impresión de que todo lo que hemos conocido hasta el momento se está acabando, de que el mundo está cambiando?

– Se está autodestruyendo. Todo lo que hemos conocido se deshace. La palabra crisis se queda corta. No es una crisis, es un derrumbamiento de todo un sistema, con sus valores, en todos los ámbitos. Creo que sólo hay una zona en el planeta donde está ocurriendo el proceso contrario, América Latina, que está naciendo y tiene todos los materiales de construcción a su alcance. Es un territorio sincrético en todos los sentidos, aparte de ser un continente gigantesco, muy rico, con las famosas materias primas que ya no hay en ningún sitio -Occidente no las tiene; África sí, pero está esquilmada…-  América Latina está construida por culturas muy diversas, milenarias, mestizas.  Percibes que tiene proyección de futuro, que hay una energía que es de construcción. Yo estoy muy de acuerdo con todo el proceso de articulación de una unión latinoamericana, sin fronteras, con el valor inconmensurable que supone tener una lengua común.

– Nada parecido a lo que sucede en Europa…

– En efecto, jamás va a haber una unión europea en ese sentido. La Europa de los mercaderes está derrumbándose y, por supuesto, la Europa de la cultura. Ya vemos cómo está Grecia, que es la madre de la cultura occidental, totalmente desahuciada. Y eso es hacer oposiciones al suicidio colectivo. Cuando voy a América Latina tengo la sensación de que está todo por hacer, de que hay voluntad de hacerlo.

«Todo lo que hemos conocido se deshace. La palabra crisis se queda corta. No es una crisis, es un derrumbamiento de todo un sistema, con sus valores, en todos los ámbitos. Creo que sólo hay una zona en el planeta donde está ocurriendo lo contrario, América Latina, que está naciendo y tiene todos los materiales de construcción a su alcance».

– Pero, ¿crees que podrán hacerlo de manera diferente o volverán a reproducirse los mismos errores?

– Yo creo que no eso no pasará porque se trata de civilizaciones muy sabias, muy antiguas, con mucho conocimiento de colonizaciones, de todo tipo de genocidios… La experiencia de América Latina es una experiencia riquísima en todos los sentidos, en lo bueno y en lo malo. Yo me siento muy vivo cuando estoy allí, siento que la vida me invade. Y aquí no, aquí lo que palpo es la ausencia absoluta de vida. Es una edificación que se derrumba, sin contenido ninguno. Europa es un museo bonito, se quedó en ese museo. No hay de donde sacar más.

¿Y España? ¿Por qué no acaba de mirar más a América Latina, por qué no se contagia de esa energía, teniendo en cuenta el magnífico puente que supone la lengua común?

– Esa es la gran estupidez de España… La Europa del Sur no tiene nada que ver con la Europa del Norte. Los países de América Latina son nuestros socios naturales, y eso que no me gusta la palabra socios… Debería hablarse de “América Grecolatinoamericana”. ¡Ya quisiera Europa tener una lengua común! Y no me refiero sólo a España, sino que trazo una línea desde Grecia a Portugal, pasando por Italia -el castellano está lleno de palabras de origen griego y latino-. Ahí está nuestra familia natural, cultural, no en la Europa del Norte. Cuando me pongo a elucubrar, creo que en esta situación deberíamos salir del euro y juntar el gran Sur. Los “pigs” debemos juntarnos, incluida Francia, que también está con un pie en el abismo, también es cultura latina… Yo pondría ahí la frontera. Hablaría de Federación de Países Independientes del Gran Sur...  ¿Por qué no salimos de ese mercado y de esa estructura económica, que tiene tan poco que ver con nosotros, y nos relacionamos con América Latina? Si hay algún tipo de solución de carácter  estratégico, económico, político y cultural debería ser esa. ¿De qué Unión Europea estamos hablando si ponemos la televisión y solo vemos cine americano, si nos hartamos de ver la bandera americana todo el rato…? La Europa cultural no existe. Yo no voy a dar conciertos a ninguno de esos países del Norte, a lo más que he llegado en alguna ocasión es a Francia y a Italia.

– ¿Qué piensas cuando repasas las noticias cada mañana? ¿Te da la impresión de que nos han cambiado el país, de que no era tan moderno ni había progresado tanto como creímos hace apenas unos años?

– No, yo no creo que haya cambiado. Lo que creo es que está floreciendo la realidad de lo que es este país. No es que estemos yendo hacia atrás, sino hacia la verdad, hacia la verdad del despropósito que somos. Tengo un pequeño “poemiga” -los poemigas son los textos que escribo, cortitos- que dice: “España de mis amores, cuánto te odio”. Esa simple frase responde a la sensación que tengo cuando pienso en este país precioso, bellísimo, riquísimo, multicultural, con una Historia tan larga… pero sin cultura. Y lo que es peor: muy especializado en devorar a sus mejores hijos. En ese sentido se sitúa en lo más alto.

«El nuestro es un país precioso, bellísimo, riquísimo, multicultural, con una Historia tan larga… pero sin cultura. Y lo que es peor: muy especializado en devorar a sus mejores hijos. En ese sentido se sitúa en lo más alto».

– ¿Crees que el proceso de la Transición ha sido un espejismo?

– Sí. Ha sido un espejismo porque ha sido una Transición sin cambios esenciales. Las estructuras del franquismo permanecen, no han cambiado para nada. Siguen ahí. Ha cambiado el collar, pero el perro es el mismo. Y, luego, hay que tener en cuenta que el país históricamente ha sido un país de contrarreformas. Cada vez que ha habido una reforma, un paso adelante, la ha seguido una contrarreforma, un paso atrás. En ese sentido es un país muy poco culto, tremendamente ignorante, “asustantemente” ignorante. Incluso hablando, cualquier persona en cualquier país de América Latina, habla mejor el español que nosotros, construye mejor las frases, tiene más riqueza de palabras. Aquí cada vez hablamos peor… No sé. A mí me preocupa mucho este país. Se deshace.

– Por lo que veo eres absolutamente pesimista. ¿No ves nada esperanzador?

– No, respecto a España, no. No sé qué va a quedar… Repito lo de antes: tal vez hemos de volver la mirada a América Latina, reencontrar nuestras raíces allí, nuestras esencias como colectivo cultural y social.  Yo animaría a la gente joven a recorrer durante un año América Latina, a reencontrarse  a sí mismos allí, no en Europa.

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